Alejandro Manrique: "Mi mayor motivo con la escritura es emocionar al lector"
Alejandro Manrique: "Mi mayor motivo con la escritura es emocionar al lector"

Arturo Cáceres se refugia en la literatura para tratar de ordenar o desordenar la vida que lleva al regresar a Lima tras dejar Moscú, la ciudad donde murió su amigo Alonso.

Mientras escribe y lee sus historias a Anastasia, su terapeuta, quien lo cataloga en términos clínicos como víctima de esquizofrenia literaria y psicosis paranoica, Arturo va encontrando sombras y luces sobre la muerte de su compañero en Rusia.

Alejandro Manrique, desde España, conversó con Correo sobre El laberinto del Zar (La Nave, 2018), la segunda parte de la trilogía que inició con La nieve roja de Moscú.

¿Cuánto te documentaste para hacer esta novela?

No he estudiado Psicología, sino Sociología. Tampoco he ido a terapia. Pude conversar con algún amigo psicólogo o con gente especializada. Venía con un bagaje amateur, pero con esta novela sí tuve que informarme todo lo posible. Para eso me sirvió la maravilla de internet. Leí a profundidad casos, conceptos, puntos de vista académicos para traducirlos en la ficción. En la presentación del libro, estudiantes de Psicología me dijeron que lo que transmití tenía sentido. Y los lectores sí entran a este mundo ficcional de terapeuta con paciente, con esa dialéctica propia de ese método que elegí.

Ese método te da la sensación de que la terapeuta es una lectora y que la novela se escribe y se lee al mismo tiempo... 

En la medida que voy mejorando como escritor, lector y persona que trata de pensar a mayor detalle lo que quiere escribir, tengo mucho interés en este tipo de espejos, de realidades que se reflejan en sí mismas y se multiplican hasta el infinito. Sabía que podía transmitir cierta emoción al contar una historia donde la terapeuta se ve en un espejo a través del paciente, y viceversa, por medio de la literatura.

En tu libro, la literatura es una forma de ordenar y hasta desordenar la realidad, que muchas veces puede ser inverosímil... 

Yo creo que la realidad siempre la supera. Tú ves las noticias y aparece cada noticia, buena o mala, y tú dices: “Caramba, la realidad siempre está superando a la ficción”. A los que escribimos solo nos queda jugar con eso. Hasta qué punto lo que tú escribes es verosímil, se puede adelantar a la realidad, va de la mano con ella. Es una retroalimentación. Mi mayor motivo con la escritura es brindarle emociones al lector.

La literatura también puede cumplir esas fantasías como hablar con Hemingway... 

Es una maravilla. Yo quería aprovechar un pequeño espacio para jugar con eso. De una manera seria, que encajara con la historia, porque es una de las alucinaciones que tiene el personaje. Cumplí con ese sueño de que un personaje mío pueda tener una conversación con Hemingway, como la que tiene Hemingway con Goethe en La inmortalidad de Kundera.

¿Por qué ubicar tu libro dentro de la literatura fantástica? 

La novela empieza con una especie de ejercicio entre la terapeuta y el paciente, que está en una nave espacial. Esto lleva a un universo diferente y a partir de ahí la historia cobra materialidad. Tú podías creer que la historia ocurre en el otro planeta paralelo, que Arturo recrea y reinventa para su propio dios y pone ahí sus reglas del juego. Ese es el lado fantástico, que también incluye las alucinaciones de Arturo. No obstante, creo que el libro es una suerte de literatura híbrida. Anastasia representa el lenguaje realista, y Arturo, con sus alucinaciones, el lenguaje fantástico. Y la complementariedad de estos lenguajes es la hibridez.

Perfil

Escritor y diplomático. Es licenciado en Sociología. Publicó La nieve roja de Moscú y escribió en Facebook las novelas en tiempo real Prometeo Ruso y La novela del mundial.