Carlos López Degregori (Foto: Britanie Arroyo)
Carlos López Degregori (Foto: Britanie Arroyo)

ha publicado “A mano umbría” (Animal de Invierno, 2019), un libro híbrido, único, que va más allá de la insularidad que caracteriza su obra poética.

Conversamos con el poeta sobre los caminos desconocidos, develadores que plantea su reciente obra.

Es difícil clasificar “A mano umbría”. ¿Podemos decir que tiene el espíritu de la insularidad de su poesía?

No puede ubicarse con facilidad en algún género. Es un libro concebido como una deriva: va de un lado a otro. Incluso los textos más largos, los ensayos, los escribí casi sin saber adónde iba a llegar.

Una exploración...

Sí, con dos hilos. El primero es tratar de encontrar el camino de una existencia: momentos fundacionales, epifanías. Y el esclarecimiento de una poética: lo que está detrás de lo que he escrito en 40 años.

En este libro cita a Paz, quien, al referirse a Pessoa, dijo que los poetas no tienen biografía, sino que su obra es su biografía. ¿Podemos decir lo mismo de usted?

Creo que sí. A lo largo de mi escritura siempre he intentado alejar el yo biográfico. Pero este libro sí deja que el lector descubra algunos aspectos de la existencia de “CLD”, el personaje que he construido en mi obra.

También es un mapeo de sus lecturas. ¿Cómo ha cambiado su manera de leer?

Ahora leo de una manera distinta. Desde niño fui un lector apasionado. Y empecé a leer poesía en el último año del colegio. A partir de ahí, la leo todos los días. Ahora he pasado, por el mismo proceso vital, a las relecturas.

¿Qué está releyendo?

Cuentos de Chéjov y Maupassant, al margen de algunos poemas. Tengo algunos dioses que me han acompañado. Diría que el primero es Kafka, sobre todo sus relatos breves y diarios.

Qué curioso. Pensé que iba a nombrar a un poeta…

Y también hay un poeta: Fernando Pessoa. Tanto Kafka como él tienen dos textos en el libro, que suponen casi una peregrinación. Dos escritores que son sus espacios, su ciudad.

¿La poesía es una forma de transformar lo enfermo?

Sí. La enfermedad es entropía. La poesía trata explorar, porque no puede contrarrestarla, y presentir lo que hay detrás de ella, porque mi poesía siempre ha tratado de acercarse a algo que no se conoce.

¿Se puede vivir en poesía sin caer en la visión romántica del poeta maldito?

Estoy totalmente alejado del estereotipo. Aunque una vez me calificaron así en una reseña: “Un poeta maldito con los zapatos limpios”. El hecho de vivir permanentemente en poesía es imposible. El poeta es una persona como cualquier otra, un sujeto civil que realiza una actividad en ciertos periodos. Pero uno puede entender vivir en poesía en un sentido de ser coherente con lo que debe expresar, escribir. Mi poesía no ha cambiado.

Dictará su última clase el próximo año. ¿También se puede jubilar de la poesía?

No. Llegará el momento en que uno no tenga la capacidad de escribir. Pero no creo que la deje. La poesía puede abandonarlo a uno. Estoy tratando es de encontrar textos que se acercan a lo que este libro me ha permitido descubrir.

¿Algo más híbrido?

Sí, la esencia de la escritura es la libertad. Y uno escribe, primero, para uno. Además son tan pocos los lectores.

Igual se sigue escribiendo…

Claro. Tengo la certeza de que el texto llega en algún momento a alguien. El poema está dormido y de pronto alguien lo lee y lo despierta. Me emociona, también a veces me asusta, imaginar a un lector que se acerca a un texto y está descubriéndose a sí mismo. Lo que importa es explorarse a sí mismo como lector y cuestionar las miradas que tiene del entorno.

La poesía crea conexiones…

Hay un verso de José Emilio Pacheco que dice: “No leemos a otros: nos leemos en ellos”. Está en el poema “Carta a George B. Moore para negarle una entrevista”. Todo está en el texto, eso es lo que importa. La persona desaparecerá, la persona a veces es insignificante.

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