En Salaverry, un puerto que sueña, la “Casita Luz” convierte la experiencia de leer y escribir en esperanza compartida. Allí, la palabra une, sana y transforma vidas desde la infancia.
En Salaverry, un puerto que sueña, la “Casita Luz” convierte la experiencia de leer y escribir en esperanza compartida. Allí, la palabra une, sana y transforma vidas desde la infancia.

En el puerto de Salaverry, entre el rumor del mar y las voces de los niños, se levanta un espacio que está hecho de ternura y de palabras. Es la Casa de la Cultura “Luz Echeverría”, conocida con cariño como “Casita Luz”. Aquí la lectura, la escritura y el arte se entrelazan en torno a un mismo propósito: educar desde la esperanza y la comunidad.

Su fundadora, Patricia Zevallos Echeverría, ha convertido este proyecto en un espacio abierto a la imaginación, la expresión y el diálogo. Junto a un grupo de jóvenes voluntarios, promueve desde hace años la alfabetización cultural en el puerto. “Niño o niña que lee tiene ya un salvavidas en esta sociedad”, suele decirnos. Esa frase resume su filosofía: enseñar a soñar a través de la palabra; enseñar a leer, a escribir y a pensar con libertad.

Palabras que alumbran

En un ambiente de esperanza, el 18 de octubre, la comunidad de Salaverry celebró la presentación del libro “Los cuentos de Casita Luz. Historias para crecer y soñar en comunidad”, publicado por la Casa de la Cultura “Luz Echeverría”. Escrito a partir de las vivencias e ilustrado con los dibujos de la niña Ariana Elizabeth, este libro recoge historias nacidas del entorno familiar, de las calles arenosas, de las heridas y de los sueños.

Cada historia es un testimonio de lo que significa crecer en medio de la adversidad. En sus páginas aparecen la fuerza de las madres, la ternura de los abuelos y la voz de una infancia que observa el mundo con curiosidad. Aunque asoman el machismo, la pobreza o la soledad, predomina una energía luminosa: la convicción de que la imaginación puede transformar la realidad y de que el empoderamiento de la mujer empieza desde la niñez.

En Casita Luz, la educación no es una obligación; es una celebración compartida y un compromiso con la vida. Los niños llegan después de la escuela para leer, pintar o escribir. Algunos han aprendido a hacer sus propios libros; otros dramatizan poemas o enseñan a sus compañeros más pequeños. “Lo importante —dice doña Patricia— es que aprendan a pensar por sí mismos, a mirar el mundo con curiosidad y esperanza”.

Educación que abraza

Este espacio se ha convertido en un verdadero laboratorio de aprendizaje social, donde la palabra se vuelve un acto de fe frente a la indiferencia. En un contexto de limitaciones económicas y desatención, la Casita ofrece refugio, oportunidad y afecto. Allí se tejen vínculos, se descubren talentos, se practican valores y, sobre todo, se despiertan libertades.

Los talleres son una oportunidad para descubrir la belleza de lo cotidiano. En las paredes cuelgan dibujos, fotografías y versos de poetas peruanos. César Vallejo y Arturo Corcuera son presencias constantes que inspiran a los pequeños a crear sus propias metáforas. Así, la Casa de la Cultura “Luz Echeverría” se convierte en un santuario vivo de la palabra: un lugar donde los libros se exploran, se conversan y se viven. Cada historia compartida fortalece el tejido de una comunidad que se niega a rendirse.

El método de trabajo parte del afecto, la escucha activa y la confianza. Patricia Zevallos asume una “pedagogía de la ternura”, donde la empatía y el respeto son motores que permiten a los niños expresarse sin miedo, dialogar con sus emociones y leer el mundo con ojos propios. Muchos de sus antiguos alumnos hoy estudian en universidades y algunos han regresado como mentores. “Nos emociona verlos hablar de Casita Luz en sus clases universitarias”, confiesa Patricia. “Allí aprendieron a leer, pero también a soñar con transformar su entorno”.

Pero, como si ello no bastara, el entorno es igual de energizante. Caminar por la ribera donde se levanta la Casa de la Cultura “Luz Echeverría” es descubrir un lugar donde todo respira vida: plantas cuidadas, paredes coloridas, risas de niños, libros abiertos sobre las mesas. Es, en suma, una metáfora de lo que significa educar desde el amor.

Un faro en el litoral

En un país donde la desigualdad educativa sigue siendo un desafío, experiencias como esta revelan el poder de las iniciativas comunitarias. Salaverry, con su identidad portuaria y su historia de luchas, encuentra en la “Casita” un motivo para mirar hacia adelante. Allí, la lectura no es solo una actividad escolar, sino una forma de reconstruir la esperanza colectiva.

En un país donde la desigualdad educativa sigue siendo un desafío, iniciativas como esta revelan el poder transformador de la comunidad. Salaverry, con su identidad portuaria y su historia de luchas, encuentra en la Casita Luz un motivo para mirar hacia adelante. Aquí, la lectura no es solo una actividad escolar; es una forma de reconstruir la esperanza colectiva.

Bajo esta imagen, “Los cuentos de Casita Luz” no es solo un libro: es el retrato de una comunidad que se niega a que la infancia sea invisible. Desde un pequeño puerto del norte peruano, Patricia Zevallos y su equipo han demostrado que la palabra tiene fuerza para sanar y unir. En cada página y en cada voz infantil se escucha una certeza: la educación puede cambiar vidas. Y en ese gesto sencillo —un niño que lee, una niña que escribe, una maestra que acompaña— Salaverry vuelve a descubrir que la cultura, cuando se comparte, también es un acto de amor.

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