La poesía de Miguel Arbildo es aquella que no necesita del exagerado artificio lingüístico para lograr que el ser humano viva esa “experiencia mística” de la que hablaba Derek Walcott; la sencillez de sus palabras crea sonidos y colores que transcienden los significados.
La poesía de Miguel Arbildo es aquella que no necesita del exagerado artificio lingüístico para lograr que el ser humano viva esa “experiencia mística” de la que hablaba Derek Walcott; la sencillez de sus palabras crea sonidos y colores que transcienden los significados.

Miguel Arbildo se presenta en sus libros como un escritor de la costa norte del Perú. En la biografía que le hace Josue Vallejos, se menciona que nació en Chiclayo, pero gran parte de su vida la ha vivido en Guadalupe, ciudad del departamento de La Libertad. Su participación constante en las actividades culturales en la ciudad de Trujillo y en otras localidades norteñas lo ratifican como un escritor del norte peruano. Entre sus publicaciones más conocidas destaca “Cuty, el lagartijo”, libro que mereció —en el año 2019— el Premio Literario Trujillo en narrativa infantil. También destaca “Hijo del desierto”, una breve novela que, según Ricardo Vírhuez, es de una intensidad abrazadora. En ediciones breves resaltan también los cuentos “Cerco de Quimera” y “El hombre de la máscara”. Finalmente, en el ámbito de la poesía, la escritura de Miguel Arbildo ha logrado que las emociones y los sentimientos adquieran dimensiones poéticas; en su reciente poemario “CANTO a la RAZA”, Arbildo ratifica su compromiso con la literatura.

VER MÁS: Poetas liberteños ancestrales, telúricos y raigales

La poesía de Miguel Arbildo es aquella que no necesita del exagerado artificio lingüístico para lograr que el ser humano viva esa experiencia mística de la que hablaba Derek Walcott; la sencillez de sus palabras crea sonidos y colores que transcienden los significados. La sencillez en la poesía de Miguel Arbildo es una virtud, pues con el uso de las palabras necesarias, crea alegorías de la vida cotidiana en el campo; “Un grueso algarrobo / de tosco ramajes / cobija secretos / de tímidos tordos, / y ofrece su sombra / que llama y provoca / morirse de alivio, / morirse de a pocos”. El algarrobo es esa presencia fuerte y natural que nos conecta con el mundo, el árbol en el que nos refugiamos cuando sentimos la amenaza de lo cotidiano. Al final, el árbol es una metáfora del mundo natural en el que encontramos tranquilidad frente a las inquietudes del mundo.

PUEDE LEER: Julia Yepjen, Martin y el Planeta Azul

El CANTO a la RAZA de Miguel Arbildo

“CANTO a la RAZA” es un poemario compuesto de tres octavas, doce sonetos, un pentálogo para los amantes del garbo y un monólogo entre el gallo y la gallina conformado a su vez por tres sonetos más. En una de las octavas iniciales destaca un poema que da nombre al título; en este, se busca enaltecer o rendir tributo a la raza de un gallo de linaje; “¡Sacude tus alas / Oh gallo de raza! / ¡Y estampa en el aire / tu canto de fuego! / Te aclamo en el polvo / tostado del día, / con sed en el alma / y orgullo en la sangre”. En este poema la figura del gallo es importante, pues en este reside un conjunto de imágenes y valores; el sujeto lírico exalta al gallo como un ser valiente y fino que muestra su poderío frente a sus rivales. Esta ave es de un linaje especial; por eso, el canto que se evidencia en este texto y en todo el poemario es bien merecido. El gallo es, además, un símbolo de lucha que en su identidad.

LEER AQUÍ: El mar en la poesía regional de La Libertad

En “CANTO a la RAZA” los aspectos poéticos más significativos están en la construcción de los sonetos. Este tipo de composición poética se caracteriza por su rigidez formal y su estructura bien definida (catorce versos divididos en dos cuartetos y dos tercetos); por eso, es tan complejo de trabajar para los poetas. En el caso de Arbildo, las palabras usadas en sus poemas cumplen con la rigidez exigida; sin embargo, el lector no encuentra algún elemento que le advierta el cumplimiento de este reclamo; “Yo soy el que lleva / grabada por dentro / la huella secreta / del fuego costero (…) Yo soy el aliento / que enciende la arena / y el frío silencio / la muerte quimera”. En este texto, el sujeto lírico no se aleja de su elogio al gallo, pero ya no se limita a resaltar sus atributos; también muestra su identidad y su forma de ser; el modo en que el linaje de este animal es un elemento significativo de nuestra cultura.

VER AQUÍ: Sueños vividos: novela de amor y política entre Trujillo y Salpo

En la poesía de Miguel Arbildo los lectores pueden respirar el polvo que levantan los gallos cuando presumen su linaje y desafían a sus contrincantes; pueden refugiarse en las sombras de los árboles que contemplan el paso del tiempo y, sobre todo, pueden respirar el aroma del huerto que se confunde con la lluvia mientras el viento le acerca las hojas que el otoño probablemente ha dejado atrás. Con su poesía, Miguel Arbildo ha evidenciado una vez más que la poesía no necesita del exagerado artificio lingüístico para ser esa forma de arte que de manera profunda nos interpela y explora el mundo.

LE PUEDE INTERESAR