Este año, la Feria del Libro de La Libertad se organizó en homenaje a nuestro gran novelista Ciro Alegría. Y, para mayor orgullo nacional, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española acaban de publicar una edición conmemorativa de la poesía reunida de César Vallejo, como parte de las actividades programadas en el X Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en la ciudad de Arequipa.
Como evidencian los hechos, estos dos grandes hombres de la cultura peruana comparten caminos signados por la trascendencia. Por ello, causa una honda satisfacción la reedición de “El César Vallejo que yo conocí”, de Ciro Alegría, un texto que, después de ochenta años, conserva intacta la energía de su lenguaje, su fuerza evocadora y su ternura.
Semilla eterna
Como sabemos, “El César Vallejo que yo conocí” apareció por primera vez en 1944, en la revista Cuadernos Americanos, de México. Desde entonces ha tenido diversas ediciones, aunque pocas de ellas tan emocionalmente cercanas como la reciente. Me refiero a la versión editada por el poeta santiaguino Alejandro Benavides Roldán y publicada por Papel de Viento Editores, en mayo de este año (2025).Se trata de un esfuerzo editorial que busca acercar a nuevos lectores —especialmente a los niños y jóvenes— a una de las muestras testimoniales más entrañables de nuestra literatura, en la que el discípulo Ciro Alegría recuerda al maestro César Vallejo no solo como poeta, sino como ser humano y educador ejemplar. Combinando la emoción del recuerdo con la precisión de la memoria, Alegría reconstruye su infancia en Santiago de Chuco y el encuentro con aquel maestro que, sin saberlo, sembró en él la semilla de la vocación literaria. Lo hace con una voz íntima, sincera y sin artificios, de tono confesional, que alterna la descripción del paisaje andino con las escenas escolares, el retrato humano del profesor y las reflexiones del escritor adulto que vuelve, desde la distancia, a dialogar con su pasado. El resultado es un testimonio que conmueve y, al mismo tiempo, dignifica la figura de Vallejo, devolviéndole su dimensión cotidiana, afectiva y pedagógica.
Valoraciones
En términos de estructura, el relato puede dividirse en tres momentos bien definidos: la evocación del entorno geográfico y familiar; las vivencias del alumno que descubre en Vallejo a un maestro diferente, comprensivo y creativo; y, finalmente, la despedida del educador que se marcha dejando una huella indeleble. En cada parte, Ciro Alegría logra un equilibrio admirable entre la nostalgia y la observación crítica. Su lenguaje, despojado de retórica, traduce con naturalidad el ritmo del habla andina, sin perder elegancia ni claridad. Así, el texto se convierte en una pequeña joya narrativa que combina oralidad, testimonio y reflexión literaria. La crítica ha valorado reiteradamente esta obra. Fabio Jurado (2004) la considera “el testimonio más revelador sobre Vallejo como maestro”, destacando la manera en que Alegría consigue articular la geografía andina con la interioridad del poeta. Aladino Carbajal (2020) subraya la sensibilidad con que el autor evoca a su antiguo profesor y el doble valor del texto: como documento literario y como memoria de infancia. Por su parte, Miguel Carhuaricra (2020) interpreta en estas páginas la evidencia de una pedagogía adelantada a su tiempo, sustentada en la empatía, el diálogo y la libertad creativa.
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Humanismo latente
En conjunto, se reafirma la vigencia del texto y su potencial formativo para las nuevas generaciones. No se trata, pues, de un simple retrato del poeta, sino de una meditación sobre la enseñanza, la lectura y la humanidad. El Vallejo que aparece en las páginas de Alegría es un maestro que educa desde la comprensión y la ternura, que cree en el poder liberador de la palabra y que acompaña a sus alumnos en la búsqueda de sentido.En ese sentido, el texto trasciende lo biográfico y se convierte en una lección ética y estética sobre la educación y la literatura como actos de amor y compromiso. Por ello, su lectura sigue resultando indispensable en los tiempos actuales, cuando la enseñanza necesita recuperar su dimensión más humana.
Alejandro Benavides rescata esta obra y nos la comparte en un formato accesible, que integra de manera armónica el lenguaje verbal con las ilustraciones. Bajo esta nueva presentación, releer a “El César Vallejo que yo conocí” es reencontrarse con el espíritu del magisterio vallejiano. En tiempos en que la educación suele medirse por “competencias”, la mirada de Alegría nos recuerda que educar también implica conmover, inspirar y acompañar.
Lecciones vitales
Este testimonio nos reconcilia con la idea de que la literatura no solo forma lectores, sino también personas capaces de mirar el mundo con sensibilidad y sentido crítico. Por ello, para mí, esta reedición no es un simple acontecimiento editorial: es una oportunidad para volver a los orígenes del vínculo entre palabra y humanidad.Y, como bien decía Alegría, al evocarlo, “no se enseña con la letra, sino con el alma”. Abrir estas páginas es entrar nuevamente a esa escuela de ternura y lucidez; cerrarlas es salir convencidos de que César Vallejo no solo fue un gran poeta, sino también el maestro que mejor supo enseñarnos a ser humanos.