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Para escribir con furia su primera novela, Enrique Planas tuvo que experimentar el dolor que significó la muerte de su padre, pues solo de esa forma pudo plasmar en “Orquídeas del Paraíso” (1996) la horrible sensación de padecer la pérdida de un ser querido.
Veintidós años después de su publicación, el periodista y escritor peruano nos presenta la tercera edición de su libro, que narra el drama de Aquiles, un joven que —cuando está por tener su primer encuentro sexual con una prostituta— sufre el asesinato de su padre.
Aquiles, para evitar que también sea asesinado en el prostíbulo, se ve obligado a vestirse de mujer —con la complicidad de las meretrices de El Paraíso— hasta encontrar el momento oportuno para escapar y vengar la muerte de su progenitor y salvar a su pueblo del gobernador asesino.
¿Cuál es el origen de la novela?
Si hace 20 años me hubieras formulado esa pregunta, yo te hubiese dicho las cosas mucho más directas. Pasa el tiempo y me voy dando cuenta de que los orígenes de una novela son muy diversos y están muy interrelacionados y pueden estar muy mezclados. Yo creo que “Orquídeas del Paraíso”, cuando tú hablas de la venganza por la muerte del padre de Aquiles, ese propósito del personaje nos remite a la historia clásica, a las historias griegas, a la mitología. De niño yo era un lector feroz, voraz, de literatura mitológica y me encantaba la imagen de Aquiles, el héroe griego, que para que no fuera a la guerra de Troya su madre lo había escondido en la corte de las hijas del rey Nicomedes disfrazado de una de las hijas. Él pasó toda su adolescencia en este mundo. Esta idea de mantenerse escondido para no afrontar la guerra me pareció sumamente interesante desde niño. Luego, en mi adolescencia, un amigo me invita a pasar las vacaciones escolares en Iquitos. Fue el primer viaje que hice un mi vida. Y yo, que era un subproducto de la clase media limeña de urbanización, de pronto me veo en Iquitos con una naturaleza impresionante, donde llovía, donde las chicas eran muchísimo más empoderadas, extrovertidas, sin miedo al qué dirán, y no esas amigas mías conservadoras limeñas. Era una ciudad mucho más desfatachada, más agreste, más noble, más natural. Todo eso me fascinó como paisaje, como realidad, y todas esas cosas fueron sumándose a las memorias que uno va acopiando para un proyecto literario. Yo creo que hay muchos recuerdos y obsesiones de infancia que puedes encontrar en un libro como este.
Todo empezó en un taller de cine...
Sí, que fue dirigido por Ronnie Temoche. Fueron mis épocas de San Marcos, en mis últimos años de universidad. Fue un taller cinematográfico autogestionado porque en mi época, a mediados de los años 90, en San Marcos tú tenías que organizarte para poder estudiar ahí. La universidad era una suma de contradicciones y había clases si tenías suerte. Pero nos organizamos e hicimos este taller. Allí todas esas historias de infancia que te he contado se me revelaron como la posibilidad de que fuera ese mi proyecto de guión. Al final, finalizó el taller y yo terminé esa historia. Después me quedé pensando: esto no puede quedar como un simple fin de curso. Pensé en escribir una novela con eso. Yo me veía a mí mismo como escritor desde chico. En la reescritura del guión se gestó la novela. Después conocí a Oswaldo Reynoso, que me enseñó el valor de la reescritura y me descubrió todos los enormes problemas que hay que enfrentar con lenguaje para poder construir tu propia voz.
O sea, la presencia de Oswaldo fue muy importante para la escritura de tu novela...
A Oswaldo lo conozco como conoce un fan al escritor que admira. Yo ya tenía el manuscrito terminado. Yo soy ese tipo de escritor que con su primer manuscrito le tocaba la puerta al escritor que admira y en mi caso fue Oswaldo. Le dejé el manuscrito y quince días después me llama a mi casa y me dice: tienes una espléndida novela pésimamente escrita, pero no te preocupes que te voy a ayudar cómo se escribe. Para mí fue entrañable ese proceso porque Oswaldo es un autor que me enseñó el arte de poner una palabra después de la otra, a trabajar el lenguaje como quien cuida el orden de las palabras, la intención de cada una de ellas.
Aquiles, para protegerse, se ve obligado a vestirse de mujer. ¿Por qué decidiste presentarlo así?
Primero, que es absolutamente un plagio de la historia clásica. Es esta misma situación dramática de no poder evidenciarte quién eres, pero a la vez de darte cuenta de que en el disfraz también eres. El disfraz, la impostura, esos ropajes que uno elige para resolver problemas, para escabullirse de los problemas, para enfrentarlos o para evadirlos, se van convirtiendo en parte de tu identidad. Esas fueron cosas que iba investigando y descubriendo cuando escribía “Orquídeas del Paraíso”. A mí siempre me ha interesado el tema de la identidad cuando escribo y el travestismo es un tema delicioso para trabajar. Travestismo no solo significa vestirse de un género al que no perteneces, sino también investigar la otra piel, entrar en esa otra piel, vivir esa otra piel, decidir si te gusta quedarte en ella o irte. Las visiones más conservadoras siempre nos dicen que nos quedemos en la identidad que tenemos y no salgamos de ella. Salirnos de nuestras identidades pone en crisis todo el sistema en el que vivimos. Yo creo que siempre la identidad está en permanente construcción y reconstrucción, y deconstrucción. Y eran asuntos que yo comencé a investigar cuando no estaban de moda los temas de géneros y las teorías queer. A mí me sirvió muchísimo como posibilidad para ficcionar.
Uno, cuando va leyendo la novela, se pregunta cómo puede ser posible que Aquiles se vaya acostumbrado verse como mujer y en qué momento sale el hombre valiente que quiere vengarse...
La literatura está para eso, para perturbarte, para hacerte esas preguntas. La otra pregunta es, ¿y en qué momento voy a dejar de pensar que tiene que salir un hombre valiente o por qué es el hombre el que tiene que ser el valiente? El valor está repartido en esa casa de prostitutas, entre las mujeres de El Paraíso. Tenemos una visión muy conservadora del heroísmo, tenemos la idea del heroísmo de las láminas Huascarán, de nuestros íconos de la masculinidad (Bolognesi, Grau). Yo creo que el poder de la literatura es justamente desmontar todos estos mitos que tenemos en la cabeza y replanteárnoslos. Qué es el valor, qué es el heroísmo, cómo tenemos que asumirlo. Yo creo que en “Orquídeas” el protagonista asume una heroicidad distinta a la que comúnmente entendemos.
La mujer básicamente aquí está vista como un objeto sexual, todas son prostitutas. Uno de ellas dice que no es sencillo ser mujer, que nacer bella es la peor de las desgracias...
Bueno, esta novela es un mundo primitivo. Por eso, el proyecto de película que se va a hacer de ella, asume la estética de western, la de estas películas de vaqueros, porque es eso, es el mundo primitivo dominado por hombres donde las mujeres asumen que su única posibilidad de sobrevivir es la resistencia, pero una resistencia también negociada, desde la prostitución. Son mujeres secuestradas, que viven en este mundo del cual no se puede salir, es una especie de jaula de barrotes de oro en el que ellas pueden construir una especie de civilización o de orden al interior de esta casa, pero afuera todo es caos, muerte. Si esto lo hubiese escrito ahora, sería una novela que asume todo el discurso feminista que hoy está tan empoderado, pero esto lo escribí en el 96, cuando estábamos con unos problemas igualmente urgentes, pero que tenía que ver con la violencia terrorista, con la miseria, con la crisis económica, y no habían redes sociales para discutirlo y encontrar juntos la solución a los problemas.
El pueblo, Patacala, es inventado, pero hiciste investigación. ¿Qué buscabas?
Patacala significa pie descalzo. Me encantó. Me pareció un nombre de pueblo maravilloso. Cada escritor creo que quiere construir su Macondo personal. La investigación literaria, para construir una novela, una que tenga alguna relación histórica, no se basa en el hallazgo de certezas o en querer construir un documental. La investigación literaria no busca que la historia sea verídica, sino que sea verosímil. Tú vas investigando cómo funciona el paisaje, cuál es la lógica del río, la cultura de sus habitantes, la vida cotidiana de las personas, para construir una historia sin seguir el dictado del realismo, para inventar, pero siendo verosímil para que el lector pueda creer lo tú estás escribiendo. Eso es lo que yo intento hacer cuando investigo.
Algunas personas, para referirse a tu libro, mencionaron “La Casa Verde”, una novela que evitaste leer antes de escribir “Orquídeas”. ¿Por qué no lo hiciste?
¿Puedes creer que hasta ahora no la leo? Yo, cuando estoy construyendo mi propia ficción, trato de no acercarme a ficciones que tengan ese mismo paisaje o que construyan personajes que de repente se parecen a los que tú estás creando. La fuerza gravitatoria que puede tener una novela como “La Casa Verde” es casi como un tornado, como un tifón, como uno de esos remolinos de los océanos, y tú tienes una lanchita y no puedes mantenerte a flote si te acercas a ellos. Entonces, para evitar convertirme en un epígono de “La Casa Verde” o para evitar la tentación de copiar algo tan maravilloso como esa novela, lo que haces humildemente es alejarte. Es una de las pocas novelas que hasta ahora no leo de Mario Vargas Llosa. Creo que en algún momento lo haré. Esa es mi gran deuda con Vargas Llosa. Me siento avergonzado de decirlo.
“Orquídeas del Paraíso” no solo es tu primera novela, sino que viene acompañada de la muerte de su padre. Tú te sentía bloqueado porque no te salía cómo plasmar el dolor de una pérdida y la partida de tu padre te ayudó...
La muerte de mi padre fue un detonador. Cuando yo investigaba para escribir la novela, no solo leía ensayos sobre las características fluviales de la selva o tratados sobre aves y faunas, también trataba de investigar cómo se siente la muerte, cómo se siente la ausencia, porque escribía sobre este personaje (Aquiles) que llevaba el dolor de la muerte de su padre y la necesidad de vengarlo. A mí nunca me había pasado una situación así. No conocía más allá del fallecimiento de mis abuelos o una cercanía con la muerte de una forma tan potente. Y pensando en eso, un día me llaman para decirme que mi padre se puso mal y que está en el hospital. Cuando llego a verlo, encuentro a toda mi familia llorando porque él había fallecido. Ese fue un momento en el que la investigación intelectual sobre el dolor se volvió absolutamente inútil porque tenía un curso intensivo sobre qué es la ausencia, qué es la pérdida y todas las paradojas que uno lleva, y todos los vacíos que uno siente, y todas las transformaciones que uno experimenta. Y, además, una cosa terrible: encontré en la muerte de mi padre una especie de liberación. “Orquídeas del Paraíso” es una novela con la que traté de ser lo más audaz posible, lo más desenfadado, lo más abierto a las posibilidades. Con mi padre nunca me había sentido así porque él era una persona muy conservadora y ese conservadurismo nunca lo quise enfrentar. Entonces, su muerte pienso que también la tomé como una liberación, como una posibilidad de entrar a la novela con la libertad que quería. Ahora lo pienso y es muy triste, pero así funcionan los sentimientos y los procesos creativos. Un proceso creativo te absorbe y te vuelve la persona más egoísta, terminas viviendo para la creación que estás gestando. No es un discurso muy articulado porque vuelvo a él con dolor, siempre. En todas mis novelas siempre aparece el dolor de la pérdida de mi padre. Ahora estoy escribiendo una novela que ocurre en Japón y tiene que ver con la posible pérdida de un padre protagonista. En la literatura, la muerte de un padre es casi un ‘spotlight’, son siempre temas con los que estamos con las luces puestas. En mi caso, el dolor fue una experiencia necesaria.
¿Es cierto que te aburre escribir sobre hombres?
No es que me aburra escribir sobre hombres. Lo que pasa es que me gustan los retos, me gustan los personajes distintos, me gusta ir a lo desconocido o, en todo caso, a lo que no conozco tanto. Me gusta construir cosas nuevas, construir personajes en los que muchas veces se vea imposible que yo me meta en sus zapatos. Creo que ese es el reto literario y eso es lo que me gusta hacer.
DATOS
- “Orquídeas del Paraíso” fue llevada al teatro a finales de los años 90 por Patricia Altuna.
- En febrero de 2019, el director argentino Jorge Caterbona empezará el rodaje de la versión cinematográfica de la novela con el guión de Hernán Migoya.
- Carlos Alcántara confirmó que será el villano de la película.
- En 2011, Jason Day estuvo voceado para encarnar a Aquiles.
BIBLIOGRAFÍA
Enrique Planas ha publicado los libros “Orquídeas del Paraíso” (1996), “Alrededor de Alicia” (1999), “Puesta en escena” (2002), “Otros lugares de interés” (2010) y “Kimokawaii” (2015).
Video de la entrevista:
