Gaby Pérez Islas, escritora licenciada en Literatura Latinoamericana, un día, por esos episodios inesperados que cambian vidas y rumbos, enfrentó un escenario personal que le hizo tomar la decisión de estudiar Tanatología; una disciplina profesional que es “el estudio de la vida que incluye a la muerte”. Hoy, con 25 años desarrollando la especialidad, y varios libros que ayudan a enfrentar el duelo y las pérdidas, ella está convencida de que es necesario hablar de la muerte y no evitar el tema como un asunto tabú.
“Yo creo que el tema de la muerte lo hemos vuelto duro, lo hemos sacado de nuestros hogares. Antes, la persona moría en casa, tú lo arreglabas, lo vestías, lo velabas. Hoy, hemos sacado todo esto para que se muera en un hospital, lo prepare una funeraria y hasta hemos alejado a los niños de ese momento. No nos damos cuenta que los estamos protegiendo de la vida, porque eso es lo que es la muerte, el final de la vida, pero parte de ella. Tú disfrutas un viaje porque sabes que se va a acabar”, dice La autora de “Tu huella en mi vida” y “La muerte del amor”, sus libros más recientes.
Hay quienes le ponen niveles al dolor por una pérdida y consideran que la de un hijo es la peor. ¿Eso es exacto?
Yo pienso que si el amor es real, el dolor es real. ¿De qué sirve meterlo en una escala y comparar? ¿Para qué quieres ser el que tiene el peor dolor? ¿Cuál es la peor pérdida de todas? La que te pase a ti, porque esa es la tuya. Puede ser un hijo, un padre, un hermano, una mascota. ¿Quién era ese ser para mí? ¿Qué perdía al despedirlo? Eso es lo que vemos en tanatología,visualizamos ese dolor, para validarlo y acompañarlo.
¿Qué es lo peor que se le puede decir a una persona con la intención de compartir su pena?
No sé si aquí en Perú, pero en México se dice: échale ganas. Como si fuera una cuestión de ponerle actitud y ya.
También te aconsejan de que no llores porque la persona que se fue “no puede descansar”.
Llorar es un mecanismo de enfriamiento natural sano, que es bueno, para eso nos fue dado. Si ahora te pusieras a correr aquí, nadie te diría: “no sudes, por favor, no sudes”. Sudar es bueno, hace que no te dé un golpe de calor. Tú puedes llorar lo que quieras, llorar es síntoma de emotividad, no de duelo no resuelto.
¿Hay un tiempo prudente para el duelo, ese proceso en el que uno debe asumir la pérdida?
Cuando nosotros vemos que alguien se está quedando atorado en una de las etapas del duelo, es cuando requiere una intervención profesional para darle ese empujoncito. Si todavía no lo puede creer, está en negación, está crónicamente enojado, triste y cayó en una depresión, hay que apoyarlo.
Tampoco se debe exigir el término del duelo con una fecha definida.
Es un camino que hay que recorrer sin prisa, avanzando hacia esa aceptación. Y cuando te niegas, cuando te aferras a no soltar, tienes que entender eso desde una parte racional.
¿Apelando a esa parte racional, es saludable tener las cenizas de un ser querido en la casa?
No, una urna siempre te va a recordar la muerte, como ver una fotografía te va a recordar la vida. Ahí está la respuesta. Es mejor una fotografía, un recuerdo amoroso, algo que le gustaba, hacer un brindis en su honor. El lugar de una urna no es una casa. ¿Tendrías un ataúd en casa? No, pues son exactamente lo mismo.

Estamos a puertas de las fiestas de fin de año en las que las ausencias se sienten mucho más.
Hay un tipo de depresión que se llama depresión estacional, que comienza en estas fechas, porque al final de un año siempre haces como un cierre, un recuento de los años y hay algunas personas que ya no van a poner un solo pie en 2026. Es doloroso, es fuerte.
¿Qué se debe hacer?
Creo que lo más saludable es continuar con las celebraciones de fin de año como un homenaje a quién se fue, pero sin forzarnos. El primer año del duelo, yo siempre digo que tienes un pase libre a lo que tú necesites y quieras, porque si quieres saltarte la Navidad y ser el Grinch, te lo voy a valer, pero con el tiempo tienes que reincorporarte a las tradiciones que te enseñaron tus padres. Tienes que irte presionando un poco para reintegrarte a la vida y no es traición a quién se fue, es homenaje.
Has presentado en Lima “Tu huella en mi vida”, que habla sobre cómo afrontar el duelo por la pérdida de un animal de compañía. ¿Hay quienes piensan que esas partidas no son relevantes?
Fíjate que la gente lo ha recibido muy bien porque saben que tengo una trayectoria profesional de 26 años, de siete libros anteriores y me agradecen que le dé relevancia a este tema. No es una persona que está contando solo la historia de su pérdida, es una especialista en duelo validando la muerte de ese animal que nos acompañó y está hablando de eso.
Los animales de compañía son parte de la familia, cuando mueren dejan devastados a todos sus integrantes.
Soy una especialista con un termómetro para detectar dónde está el dolor. Desde la pandemia para acá empezaron a llegar a mi consulta muchas personas que habían perdido un animal de compañía y me di cuenta que este duelo se complicaba por una cosa: no tiene contención social. La viuda es viuda, tiene una red de apoyo que la sostiene, pero el que vive con un animal lo que encuentra son comentarios de, ay por Dios, es un perro, un gato, adopta otro, agarra uno de la calle, cosas así.
No se veía ese duelo como algo serio, relevante.
Se hacía como un duelo ilegítimo que había que vivirlo en soledad. Empecé a hacer mi investigación al respecto y no tenemos libros profundos, serios, que hablen de esto. Había un par de cuentos para niños, pero, ¿y los adultos? Amar a los animales no es un tema de niños únicamente, para los adultos mayores son su para qué. Su para qué se levantan en la vida, para qué inician una rutina, su responsabilidad. Es una pérdida muy dura porque en efecto son parte de la familia, sucede bajo tu propio techo, es muy inhabilitante. Esto debemos de tenerlo claro todos y aprender a hacer cultura del duelo como sociedad para sostener a quien lo vive.





