El cuento “Una mujer de ojos claros”, de Gerson Ramírez, nos abre las puertas a una historia seductora, cargada de fino humor y de una sutil transgresión a la visión de la muerte.
El cuento “Una mujer de ojos claros”, de Gerson Ramírez, nos abre las puertas a una historia seductora, cargada de fino humor y de una sutil transgresión a la visión de la muerte.

“Sería como las seis y media de la tarde, cuando Emiliano lijaba sobre su banco de carpintero las patas de una silla y, de pronto, levantó la mirada y vio a una mujer sentada sobre la pared del fondo del corral, abrigada con un rebozo azul que dejaba al aire sus canillas flacas”. Con esta imagen inicial, el cuento “Una mujer de ojos claros”, del escritor Gerson Ramírez, nos abre las puertas a una historia seductora, cargada de fino humor y de una sutil transgresión a la visión de la muerte. Publicado bajo el trabajo cuidadoso de la editorial Papel de Viento Editores, la reciente producción de Gerson combina precisión descriptiva y una serenidad casi poética, en la que lo cotidiano se impregna de un leve temblor misterioso.

Espacios e historias

El relato avanza con la misma naturalidad con que lo extraño se instala en la vida del carpintero. La mujer le pide quedarse; él accede sin mayor preocupación y, poco a poco, la visitante revela una curiosa afinidad con lo remoto. Al descubrir unos libros de historia en el cuarto de herramientas, decide cumplir un deseo íntimo del carpintero: llevarlo al tiempo de la captura de Atahualpa. Ese desplazamiento abre una segunda dimensión donde la acción histórica y la experiencia íntima se entrelazan sin dramatismos.

En ese espacio antiguo, Emiliano rompe las reglas y se lanza a defender a los naturales, como si la escena lo reclamara desde un impulso ancestral. La mujer, obligada a protegerlo, deja entrever su condición liminar: no pertenece del todo al mundo de los vivos, pero tampoco aparece como una sombra amenazante. Su gesto es firme, aunque afectuoso, y su mirada clara acompaña cada decisión del carpintero. Al regresar, la revelación se vuelve inevitable: desde el instante en que él la vio, ya caminaba por sus dominios.

Muerte subyugada

Uno de los fragmentos más sugerentes del cuento se afianza en un gesto mínimo: “Cuando el carpintero salió del corral, la flaca aguafiestas se quedó un largo rato en silencio, escuchando serenamente el chis chis de la lluvia”. La escena, aparentemente trivial, construye una atmósfera donde coexisten la intimidad doméstica y una presencia que excede lo humano. Al husmear un viejo baúl con un sigilo casi ceremonial, la mujer adquiere espesor simbólico, como si cada movimiento respondiera a un código secreto.

Gerson Ramírez perfila a sus personajes mediante la combinación de gestos, silencios y pequeños desplazamientos. El carpintero actúa como un puente narrativo: aparece, desaparece, observa y se deja llevar. La mujer, en cambio, domina la escena con una energía discreta, casi hipnótica. Llamarla “flaca aguafiestas” introduce un matiz humorístico que suaviza su carácter, pero también acentúa la ambigüedad que rodea su figura. No es la muerte convencional, sino una presencia afectuosa (incluso, seductora) que negocia, espera y parece adaptarse a los caprichos del hombre.

Humanización e ironía

Justamente, uno de los aciertos del autor es tratar la muerte sin recurrir a imágenes sombrías. La visitante habla con ironía, incluso con coquetería: “Puedes decirme ‘aguafiestas’, qué importa; también me han dicho ‘Tía huesuda’ y no me he resentido; pero si me dijeras ‘Flaquita de ojos claros’, todo sería más interesante, ¿no crees?”. Esta voz, desenfadada y cercana, desarma el imaginario trágico que suele acompañar al tema, invitando al lector a ver la muerte como un umbral amable, casi familiar.

La actitud del carpintero también subvierte el esquema tradicional. Él trata a la muerte con insolencia, como quien cree tener derecho a postergar una cita inevitable. Ella, lejos de imponer su autoridad, retrocede, negocia y concede. Esa inversión de fuerzas produce una tensión suave, casi cómica, que humaniza la figura de la muerte sin restarle misterio. En lugar de imponerse, acompaña; en lugar de arrebatar, propone un trato.

Persecución y búsqueda

El desenlace del cuento constituye uno de sus momentos más logrados. La mujer le dice: “Yo te traje ese día que llegué a visitarte… Ahora ya caminas por mis linderos”. La frase reorganiza todo lo leído. Lo que parecía una irrupción se revela como un tránsito silencioso y necesario. La escena final, con ambos alejándose entre arbustos frescos y aguas reilonas, instala una sensación de calma que desplaza cualquier sombra de tragedia.

La risa compartida, por otra parte, funciona como sello simbólico: la muerte no aparece como ruptura, sino como una continuidad. El paisaje cobra una frescura renovada, como si la naturaleza celebrara ese paso a otro estado. La imagen “ya sin preocupaciones de nada” cierra el relato con una serenidad luminosa. Desde la visión de Gerson Ramírez, no arrebata; más bien acompaña con coquetería y nos libera.

En la contratapa del libro se resume así: “Este cuento es una hermosa e inusual meditación ficcional sobre la muerte… nos la devuelve cercana, casi familiar”. Y es cierto. Ramírez logra que el lector sienta que la muerte también puede caminar a nuestro lado con dignidad, humor y asombro, como una presencia que, lejos de amenazar, invita a seguir un sendero donde la vida continúa bajo otra luz. ¡Es una mujer de ojos claros!

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