En la escritura de La Libertad, escritores y escritoras han creado diferentes mundos que suelen —en algunos casos— aludir a la realidad, pero que en otros ni siquiera la mencionan.
En la escritura de La Libertad, escritores y escritoras han creado diferentes mundos que suelen —en algunos casos— aludir a la realidad, pero que en otros ni siquiera la mencionan.

En Las fronteras de la ficción, Thomas Pavel señala que los límites entre el mundo real y el de la ficción son a la vez firmes y diáfanos. El real se presenta como tal, está ahí, simplemente existe; pero el de la ficción se da intrínsecamente incompleto e inconsistente, pues su existencia se supedita a la imaginación y la capacidad creativa del ser humano. En este sentido, la ficción necesita ‘ver’ el mundo real para luego configurar su propio mundo, ya sea por imitación, complemento o rechazo. En el ámbito de la escritura de La Libertad, por ejemplo, escritores y escritoras han creado diferentes mundos que suelen —en algunos casos— aludir a la realidad, pero que en otros ni siquiera la mencionan. Sobre los textos que mencionan el escenario social bastaría pensar en las novelas Cachorro y Masacre, textos en los que Charlie Becerra ha problematizado sobre la violencia del mundo delincuencial. Otra novela que sigue la misma línea es Los hombres que mataron la primavera, de Omar Aliaga. Con respecto a aquellos libros que se alejan de la realidad social destacan los cuentos de David Salvatierra, Diandra García y Luis Alejandro García. El caso de Ángel Gavidia es especial, pues sus relatos nos permiten entender que la ficción literaria se complementa del mundo real, imitándolo, negándolo; escapándose de él.

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Sobre la ficción y la creación literaria, Eagleton indica que el carácter ficcional de un relato no es razón suficiente para considerarlo literario en la medida en que la misma ficción dentro de la narración no ha establecido sus límites; para este autor hay otros elementos formales que hacen de una narración un texto literario. En todo caso, se podría pensar en relatos ficcionales que el canon no considera literarios. Regresando al tema de la ficción y la realidad, el mismo Eagleton no deja en claro cuáles son esos límites que separan ambos mundos; “el narrador, que es un novelista, se comporta como un personaje de novela; y, además, resulta que lo es. Y a pesar de ser una figura ficticia, está basada en una real”. La dificultad de Eagleton se debe a que los límites de ambos mundos son firmes y diáfanos a la vez.

La ficción literaria

Un rasgo distintivo y propio de la creación literaria es la ficción. Ahora bien, existen ejemplos de escritores que han contado la vida de alguien y han hecho de esta el material de su narrativa. Un caso emblemático es Eduardo Gonzáles Viaña, quien hace unos años emprendió un proyecto literario ambicioso: narrar la vida de escritores emblemáticos como César Vallejo, José María Arguedas y el Inca Garcilaso de la Vega. Este proyecto, a pesar de tomar muy de cerca la realidad cultural peruana, es considerado ficción, aun cuando los personajes centrales existieron. La explicación se debe en gran parte a que los textos se venden como novelas y no como biografías; el lector, al comprar una novela, asume implícitamente que está leyendo un libro de ficción. Otro caso simbólico es El año de la barbarie, libro en el que Guillermo Thorndike narra un acto revolucionario ocurrido en la ciudad de Trujillo en 1932. Thorndike lo escribió tras oír a actores y testigos presenciales de los sucesos. Los especialistas resaltan su valor histórico, pero no lo consideran propiamente un texto de historia; “riguroso y veraz, no es este, empero, un texto de historia; es un relato vivo, una reconstrucción animada de personajes, ambientes y sucesos, tan cálida y subyugante que no fuese ficción sino realidad”.

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Una ficción no es una mentira

Ahora bien, la naturaleza de lo ficcional tiene un sentido distinto al de mentira. Es probable que en muchos libros de teoría literaria no se estudie la noción de mentira, sino de ficción y si es que se hace, sirve para establecer diferencias o similitudes entre ambas categorías. Para Wolfgang Iser, la mentira sobrepasa a la verdad y la obra literaria sobrepasa el mundo real que incorpora; por eso, “no es de extrañar, pues, que a las ficciones literarias se les haya atribuido la etiqueta de mentiras, ya que hablan de lo que no existe”. Escritores como Gerson Ramírez, Enrique Carbajal y Elmer López incorporan en sus narraciones el mundo de la serranía liberteña que coincide en algunos casos con la vida de los pobladores de Laredo, Salpo y Huamachuco, pero a la vez lo sobrepasa.

Se suele decir erróneamente que los acontecimientos narrados en una novela o en cualquier otro relato literario son mentiras. Las obras literarias son, en suma cuenta, ficciones. Usar el concepto de mentira para referirse a una obra literaria no es conveniente, sobre todo cuando se analiza el fenómeno de la verosimilitud. Lo conveniente es, entonces, usar la categoría de ficción. Todo novelista —conscientes de la ficcionalidad literaria— busca lograr la mayor verosimilitud en su discurso; es decir, busca entablar con el lector un pacto narrativo. Busca desencadenar una mágica y prodigiosa transmutación en la noción de realidad.

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