Siempre nos escuchamos decir que Trujillo es tierra de poetas. Pero la historia cultural y particularmente literaria nos hace recordar una y otra vez que los poetas emergen más allá de los confines. Este es el caso del escritor y editor huamachuquino Paul Orlando Vera Basilio, quien acaba de publicar su poemario “La muerte inesperada del jardín”.
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Como dijo Octavio Paz, en su ensayo El arco y la lira, “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. (…), es un método de liberación interior”. Yo, luego de leer el poemario de Paul Vera Basilio, agrego: la poesía nos enfrenta con la verdad de nuestra finitud; pero, simultáneamente, nos da los recursos para afrontarla y trascenderla.
En este sentido, la poesía se constituye en una necesidad tan esencial como el pan y el amor, pero no porque satisfaga nuestras necesidades básicas, sino porque nombra, canta y transforma. La poesía auténtica nos recuerda que estamos vivos.
Hoy, en esta época de superficialidad y consumismo sin límites, la poesía nos invita a detenernos, a mirar con otros ojos, a pensar con otra cadencia. Nos reeduca emocionalmente. Nos devuelve al asombro y a la duda. Tiene la capacidad de integrar en sus versos lo efímero y lo eterno, el dolor humano y la trascendencia, el absurdo y la belleza.
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Propuesta poética
Dice mi dilecto amigo y crítico literario David Navarrete Corvera que en nuestra región existen propuestas poéticas que mantienen esta esencia y “que logran engranar el lenguaje con las emociones y los sentimientos: textos líricos que sin caer en el artificio exagerado logran crear imágenes que superan cualquier experiencia cotidiana y logran habitar en nuestras experiencias sensoriales”.
Por mi parte, valoro aquellas propuestas poéticas que, bajo el sustrato de una sesuda reflexión sobre la cotidianeidad, construyen imágenes, símbolos y sentidos que revelan la unidad hombre-naturaleza. Pero que, además, nos invitan a sentir y a pensar en el dolor del que “no siente” (la naturaleza). Y, al mismo tiempo, nos interpelan con aquellas esenciales preguntas que nos llevan a pensar en la unidad con nuestro entorno.
“La muerte inesperada del jardín”, de Vera Basilio, nos confronta con esas grandes interrogantes: ¿somos conscientes del dolor del que creemos que no siente dolor?, ¿nos genera algún cargo de consciencia la muerte abrupta de un animal atropellado? ¿Acaso la naturaleza no es también pasible de la misma finitud y del mismo dolor?:
“Con qué ojos mirar / un animal reventado sobre el asfalto? / ¿Lo que de él hay esparcido / fue también un jardín como el nuestro?”
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Hombre y naturaleza
La poesía de Paul nos plantea que “lo humano puede ser un jardín que nace, que crece, que goza, que sufre, y que, también, repentinamente en esta ocasión, muere. O que el jardín puede ser humano: un rocío que se queja, una caverna que extraña, un manantial que evoca, etc.”. Y el hombre no es más que “Aquel mendigo / cuyo único jardín / es su propia sombra ubérrima. / Y él la cultiva, fielmente.”
En este poemario conformado por cuarenta y seis poemas breves (distribuidos en “Obertura”, “I. El jardín”, “II. Su muerte inesperada”, “III. Esperanza” y “Epílogo”), el lector se encuentra con dos conceptos íntimamente entrelazados: muerte y jardín. Y son estos dos conceptos los que se hilvanan y deshilvanan en los brevísimos pero potentes poemas que componen el libro.
“Se dejaban morir / los gorriones / para que los recoja / tu mirada.” (pág. 15). “Aquí yacen los niños / que nos despertarían en las madrugadas. / Sobre esta nieve, / que es un jardín de silencios.” (Sepulcro; pág. 33). “¿Qué ataúd cargo / que la tierra no quiere recibirlo / ni las hierbas cubrirlo? / ¿Seré yo su eterno cementerio?” (pág. 41)
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Elementos vitales
Como manifiesta el mismo autor, aquí se integran “estos dos elementos (muerte y jardín / jardín y muerte), para vincular al lector con sus sentimientos y emociones más profundas. El poemario pretende, entonces, un lector universal. Jardín y muerte son herramientas medulares para ese fin”. Y, bajo esta unidad, emergen tres elementos vitales: la naturaleza, el ser humano y los diversos espacios de la vida. Y con esos tres elementos, el lector recorre un pasado de melancolía y se retuerce, luego, en el dolor de la muerte, pero continúa hacia una esperanza que suena a último aliento.
Para finalizar, quiero resaltar un elemento que parece menor, pero no lo es: el lenguaje de las imágenes. En el poemario no solo hablan los versos; impacta también la potencia de la brevedad y, particularmente, la selección de las imágenes. En el Índice, un ave herida —como si hubiera sido arrojada de golpe al suelo— pide clemencia o ayuda para no morir. En “El jardín”, las aves aparecen llenas de vitalidad y de hermosura. En “Su muerte inesperada”, el ave yace sin movimiento, luego de una posible violenta colisión con el suelo. Y en “Esperanza”, se abre una garganta de luz en un suave vaivén que invita al acercamiento y a un nuevo inicio (la vuelta a la procreación).
¡Bienvenido este nuevo libro de poesía, desde la tierra de Sánchez Carrión! La próxima semana compartiremos una entrevista realizada a su autor. ¡Albricias!