Tras publicar tres poemarios, el escritor peruano Diego Otero presenta su primera novela, "" (Literatura Random House, 2018), en la que narra los problemas existenciales de un oficinista aburrido de su trabajo, pero que busca cambiar.

En ese intento por darle una mejora a su vida, el protagonista se envuelto en un gran problema con gánsters muy singulares y divertidos, como a veces ocurre en las películas o en nuestros sueños.

¿Qué te llevó a explorar la narrativa?

Yo tenía interés por la imagen y la narración. Cuando estudiaba Cine y Medios Audiovisuales, yo escribía los guiones y dirigía mis cortos. Paralelo a eso, me fui interesando por la poesía, que siempre fue muy visual, muy cinematográfica, cada vez más narrativa, un bichito que me dejó La grabadora (2009). Por otro lado, cuando me casé y tuve hijos, los espacios físicos y mentales para poder escribir poesía se me fueron reduciendo. Luego empecé a trabajar con horarios y me di cuenta de que sí podía escribir narrativa, pero no poesía.

Antes de hablar de tu novela, ¿cómo te fue en ese tránsito por la poesía?

Ha sido un género demandante. Siempre tiene que estar como en situación de poesía todo el tiempo, con la sensibilidad afinada, o tajada o llevada hacia una cosa muy particular. Cuando uno tiene familia, tienes poco tiempo, y ese poco tiempo se traduce -a mi modo de ver- en poco tiempo mental, y eso impide que la poesía surja... He tenido que acomodar mi vocación poética a formatos como la novela, que me funcionan mejor para el tipo de vida que llevo ahora.

¿Qué has querido plasmar en "Días laborables"?

Yo creo que la novela pretende ser una sátira del mundo corporativo y de la sociedad del hiperconsumismo en la que vivimos. Pero también intenta ser una exploración sobre la crisis de identidad, de crecimiento. El protagonista está estancado, medio deprimido, no le gusta su vida, pero quiere cambiar. Y se mete en un problema precisamente porque busca lograrlo. Eso es lo que pasa en el libro, en la superficie, pero es una novela más bien simbólica, en la que las cosas que pasan son quizá como los sueños; hay metáforas, símbolos de otras cosas que se podrían interpretar.

¿Por qué decidiste apelar a la fantasía como uno de tus recursos narrativos?

Yo creo que la realidad no es realista. La realidad no se limita a lo que una cámara puede registrar objetivamente. La realidad tiene que ver con cómo uno, cada individuo, a través de su mente, de su experiencia y su historia, percibe el mundo. Y en esa percepción entra la fantasía, el sueño, la imaginación, la locura, la sensatez y una serie de otras cosas que van formando la visión de cada persona. Finalmente, yo creo que lo que hace un escritor es plasmar su visión de la vida y del mundo.

¿Tus primeros intentos por escribir una novela tenían que ver también con mezclar realidad y fantasía?

Las dos historias que quería escribir eran más realistas, más acotadas a un contexto social y con personajes más juveniles, pero no me salía. Mi impulso era escribir historias. Sobre todo, quería contar las imágenes que se aparecen en mi cabeza, como me pasaba con la poesía. Los gánsters, los maleantes y todo eso son personajes simbólicos, representan cosas, la maldad, la amenaza, casi como los de Kafka, que son casi fantasmales. Me gustaba, además, que fueran singulares, ambiguos.

PERFIL:

Nació en Lima en 1973. Escritor y comunicador. Ha publicado los poemarios "Cinema Fulgor" (1998), "Temporal" (2005) y "Nocturama" (2009) y es coautor de la narración interdisciplinaria "La grabadora. The Sound of Periferia" (2006).