Reeditar “Los peces muertos”, de EGV, es regresar a los orígenes de una voz narrativa que, desde la arena, el mar y los recuerdos de infancia, se atrevió a contar la vida” (Luis Paliza).
Reeditar “Los peces muertos”, de EGV, es regresar a los orígenes de una voz narrativa que, desde la arena, el mar y los recuerdos de infancia, se atrevió a contar la vida” (Luis Paliza).

¡Qué grato es ver la reedición de un libro, después de sesenta años, y más aún cuando este regresa con una pulcritud editorial que le confiere nueva vida! “Los peces muertos”, ópera prima de Eduardo González Viaña, vuelve a la escena literaria gracias a la iniciativa del Fondo Editorial de la Universidad César Vallejo, en coedición con Reino de Almagro.

Joel Acuña, director del Centro de Difusión Científica y Cultural UCV, resalta el valor de esta reedición: se trata de un libro que invita al lector a explorar la memoria y la experiencia humana. El historiador Luis Paliza, por su parte, precisa que en estas páginas subyace la infancia y juventud del autor: recuerdos de Pacasmayo, del mar y la arena, de los juegos y vínculos familiares. En esta obra, lo íntimo se convierte en materia de creación literaria.

Mar y memoria

El volumen inicia con el relato homónimo, “Los peces muertos”, un audaz ejercicio de escritura en el que la descripción simbólica se funde con estampas familiares: “Manos blancas, beatitas de cera, ovejas de papel: el cielo recién había sido edificado. Papá —sereno, sencillo, alegre— se sentaba en cualquier lugar de la mesa y desaparecía en una bocanada de humo. Ese instante nos hacíamos pequeños y esperábamos. Al rato, reaparecía lento, solemne, sobrenatural”. Como podrán leer, la fuerza de estas imágenes radica en la fusión entre lo poético y lo cotidiano, en la mirada infantil que convierte lo doméstico en un ritual cargado de misterio. Aquí emerge una de las marcas de la producción literaria de González Viaña: la capacidad de otorgar densidad simbólica a lo cotidiano.

Entre la fe y el poder

El segundo relato, “El sacrilegio”, introduce un contrapunto: la historia del “lobo” Serafín Cabezas muestra cómo una travesura infantil se convierte en pretexto para el linchamiento de un inocente. El fragmento citado —“¡Milagro… milagro! Entusiasmo del cielo. Sobresalto de la tierra”.— revela una crítica a la autoridad eclesiástica y al poder de la oralidad popular que legitiman las injusticias. Lo que parece un episodio local adquiere, en clave literaria, la dimensión de denuncia contra los abusos de quienes detentan el poder.En “Cerro Pinto”, tercer relato del volumen, se intensifica la denuncia: personajes que huyen perseguidos por una justicia manipulada ponen de manifiesto el conflicto entre legalidad y violencia. Aquí la prosa se carga de tensión, y la trama evidencia el modo en que González Viaña convierte la marginalidad en escenario para narrar la fragilidad humana.Desde la Universidad de Sevilla, Rafael Oliver destaca el carácter misterioso y esotérico de “¡Que no lo sepan ellos!” (cuarto relato del libro). Las historias de apariciones y brujerías, tan propias de la tradición oral norteña, se integran a una prosa que conjuga el registro realista con lo fantástico. Como ven, esta hibridez —entre lo histórico y lo legendario— es un rasgo distintivo de la narrativa de Viaña, desde sus inicios.

Infancia y presagio

“La casa blanca de al lado” retoma la perspectiva infantil para explorar los riesgos de los juegos en espacios extraños. La tensión se produce cuando la inocencia choca con lo perturbador y el desenlace deja en el lector la huella de una tragedia suspendida. Finalmente, “Exposición de Margot” se erige como el relato más poético y entrañable: “Una avecilla esbelta y arrogante, eternizándose entre cielos y tierra, es el dibujo que prefiero de Margot. // Esa avecilla parece tener un secreto. Puede que sea disfraz de un mago, de un duende o simplemente de un niño que salió en viaje de aventuras”. Este pasaje muestra el talento del joven González Viaña para dialogar con lo simbólico y lo imaginario. Conviene subrayar que en todos los relatos se perciben elementos que, si bien tentativos, anticipan un proyecto narrativo mayor: la fusión entre memoria personal y representación colectiva; la oscilación entre humor y tragedia; la imbricación de lo real y lo fantástico.

Origen de una voz

Como señala Paliza, este libro es “fundacional”: sus titubeos y hallazgos configuran las semillas de una voz literaria que se consolidará en décadas posteriores. El mérito de esta reedición radica en devolvernos esas primeras páginas con un aparato crítico y un cuidado editorial que permiten apreciarlas como testimonios de la gestación de un imaginario. Esta reedición de “Los peces muertos” representa, pues, la recuperación de un origen literario que explica gran parte de la trayectoria posterior de González Viaña. Reeditar este libro significa ofrecer a los lectores la posibilidad de regresar a los inicios de una voz narrativa que, desde Pacasmayo, supo convertir el recuerdo íntimo en materia simbólica y universal. “Volver a ‘Los peces muertos’ es regresar a los orígenes de una voz narrativa que, desde la arena, el mar y los recuerdos de infancia, se atrevió a contar la vida” (Luis Paliza). La literatura peruana agradece este gesto de memoria y celebración, porque en estas páginas palpita ya la semilla de una obra mayor.

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