En la tradición hermenéutica, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer sostenía que comprender un texto implica un “diálogo entre horizontes”. Según él, comprender un texto (incluida la poesía) no implica simplemente reconstruir la intención original del autor, sino establecer un diálogo entre el horizonte del autor y el del lector.
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Desde esta perspectiva, conocer las motivaciones del poeta nos ayuda a acercarnos a ese horizonte de sentido original. Obviamente, esto no constituye una condición para leer poesía. Pero nos puede ayudar a comprenderla, sentirla y reflexionarla con mayor profundidad. Con este propósito, sostuve una provechosa conversación con el escritor y editor huamachuquino Paúl Orlando Vera Basilio. A continuación, algunos de mis hallazgos.
¿Qué representa para ti “La muerte inesperada del jardín”, tu reciente poemario?
Este es mi segundo poemario. El primero, “Estaciones del infierno”, significó para mí alas gigantes. Con ellas conocí mundo y abracé nuevas amistades. Recorrí ciudades, gocé noches largas y espléndidas. Me reconocí a mí mismo como útil para la literatura. Ahora, este libro me representa un suelo fijo, una tierra, una patria. En él me siento a solas con la poesía y me reconozco como su creador. Además, me permite saldar una vieja deuda: la del niño que leía poemas y soñaba con generar también belleza y conmoción, a través de la palabra.
Desde el título, nos encontramos con dos conceptos muy potentes: muerte y jardín…
La muerte es un tema recurrente en mí. La vida, construida por cada ser humano, en grupo genera tantos vínculos, y de tan variado tipo, que cuando llega su fin nadie está preparado. El hombre, entonces, construye, inventa formas para evitar el fin de la vida. Eso es la muerte: una construcción social destinada a dar consuelo y esperanza al que queda vivo. Ese mecanismo tiene, en cada cultura y época, formas hermosas de expresarse. Allí está, por ejemplo, Orfeo trayendo a Eurídice de los infiernos o el tuco andino, que en su canto malagüero menciona el nombre de quien pronto fallecerá.
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¿Y el jardín?
Sí, también está el jardín, donde todo lo bello se une: los amantes se prometen allí. Las aves se duermen sobre la tarde. La hierba se sueña entre la brisa. Las rocas meditan su eternidad. Pero, el jardín es también una construcción humana. No hay jardín sin cultivo. No hay jardín sin cultivador. El ser humano ha forjado históricamente el concepto de belleza. Y este se aplica, por excelencia, al jardín. Mi poesía une estos dos elementos: muerte y jardín, jardín y muerte, para vincular al lector con sus sentimientos y emociones más profundas.
El jardín está asociado a la vida, pero también es el escenario de la muerte...
Evidentemente emerge lo inesperado, lo que nadie vio llegar ni pronosticó. Todo era espléndido. Todo níveo, todo luz, todo floreciente. Pero, de un momento a otro, surgió la tiniebla, el lodo, la ceniza… La vida es como un jardín donde anida la felicidad. Sin embargo, cuando menos lo esperamos, volteamos a ver y nuestro jardín ya es ceniza. Es charco donde todo flota: el ave, la rosa, la mariposa, los susurros, el rocío... Lo inesperado es un elemento crucial e inevitable para todos los que intentamos forjar jardines en nuestra vida.
Hay una visión filosófica en tu poesía.
La división hombre-naturaleza es occidental y reciente. Surge con la ayuda de las religiones que elevan al ser humano por sobre todo lo existente (excepto sobre Dios)... La naturaleza queda así “al servicio del hombre”. Para mí, la naturaleza y el hombre son uno. O, al menos, pertenecen al mismo conjunto que es la vida. No debiera haber separación o subyugación. En este sentido, mi poesía refleja que lo humano puede ser un jardín que nace, crece, goza, sufre y también, repentinamente en esta ocasión, muere. O que el jardín puede ser humano: un rocío que se queja, una caverna que extraña, un manantial que evoca…
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Tu libro nos sumerge en un recorrido que va desde un pasado de melancolía hasta una esperanza que suena a último aliento…
Creo que hasta el último pensamiento de una persona contiene esperanza. Ella nos acompaña desde nuestro nacimiento. Es una forma compleja y avanzada de las ganas cotidianas que tenemos por vivir. Llamamos esperanza a algo de gran escala. Pero también hay esperanza en el día a día. Esperanza cierta de que veremos a nuestra madre más tarde. Esperanza cierta de que mañana leeremos poesía. Esperanza cierta de que abrazaremos de noche. La esperanza es como nuestra sombra. Aunque nívea y dulce, venimos con ella y nos iremos con ella. No podría faltar en mi libro, por supuesto.
Pero en tu poemario no solo hablan los versos; impacta también la potencia de la brevedad y, particularmente, la selección de las imágenes.
La parte gráfica del poemario es fundamental en mi labor. Soy también editor y veo al libro como una obra de arte. Un objeto del que se puede gozar visualmente. De allí que en todas mis ediciones incluyo iluminaciones e ilustraciones. Desde mi infancia vi libros que me deslumbraron. Los abrazaba y los quería solo por los dibujos. Cuando crecí, quise ser pintor. Mi labor como editor y fotógrafo es una manera de resarcir aquella vocación que no pude alcanzar. Creo en el libro no solo como contenido, sino como forma, como artificio, como contenedor de belleza en palabra e imagen.