En mi última reflexión sobre la novelística en La Libertad, consideré las nociones de verdad, falsedad y ficción para teorizar sobre las tramas de algunas novelas que —aunque retratan la vida de personajes históricos y emblemáticos— no rompen el pacto de ficción que se establece implícitamente entre el autor y el lector. Por más que aparezcan referentes cercanos o que se corresponden con la realidad, cuando leemos una novela asumimos que se está presentando la verdad de las mentiras que Vargas Llosa propone. De acuerdo con Terry Eagleton, cuando el lector lee una novela, asume que es ficción y sabe que el autor no intenta engañarlo para que crea que lo que cuenta sucedió de verdad; en sí se asume que lo narrado es ficción, aunque igual atrapa.
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El pacto narrativo, en este sentido, es abrir un libro y aceptar un trato; el discurso narrativo genera una organización convencional que se propone como verdadera y es ahí donde se establece la línea que divide la realidad de la ficción. Ahora bien, esta relación ha suscitado un sinnúmero de reflexiones y propuestas tipológicas que vale la pena problematizar, sobre todo, porque nos permite comprender el comportamiento de la producción novelística en La Libertad. En el presente texto intentaré reflexionar sobre algunas novelas que, sin dejar de suscribirse al ámbito de la ficción, problematizan los grandes dramas cotidianos como los conflictos en familia o el desasosiego de los fueros internos.
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Los mundos novelísticos de la ficción
Carmen Bobes señala que la novela no puede ser explicada como una copia de la realidad, sino como creación. La novela es el resultado de un proceso artístico creativo, realizado exclusivamente por un sujeto; “la novela es el género literario que crea los mundos de ficción al concretar en un discurso lingüístico uno de esos mundos existentes solo metafísicamente”. En el año 2012 el escritor Gerson Ramírez publica su primera novela “El oráculo de Diofanto”, texto en el que el protagonista vive una vida familiar sin emociones ni percances; Diofanto es el sujeto que transita presuroso por las calles de Trujillo sin remediar en las cosas que suceden a su alrededor hasta que por fin llega a su tranquilo Laredo y encuentra el descanso necesario. La novela, sin embargo, plantea un cambio significativo en la vida del protagonista cuando Raquel y Johana aparecen de repente y suscitan un sinnúmero de contradicciones afectivas que de alguna forma le harán salir del destino cansino que el oráculo le ha dictado. Gerson Ramírez es un escritor muy identificado con Laredo y muchas de las cosas que los lectores encontramos de Diofanto también las podríamos asociar con él; sin embargo, por el pacto de ficción acordado, sabemos que la vida del novelista Gerson Ramírez está en un plano muy distinto a la vida de su personaje; la historia de Diofanto termina en la novela mientras que la de su autor felizmente continua.
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Las novelas y sus ficciones
Otra novela que ha logrado trabajar esta narrativa de lo cotidiano es “El lugar de la memoria”, de Luis Eduardo García. Este libro ganó el primer puesto en el XXV Premio Novela Corta Julio Ramón Ribeyro. El texto presenta dos partes bien definidas y un apartado adicional que funcionalmente es muy significativo en la historia. Amado, el protagonista de la novela, ha sido diagnosticado con Alzheimer; por eso, decide escribir sus recuerdos como un intento de reconstruir y perdurar la memoria. Cayetana, su hija, es quien principalmente lo acompaña y vive con él las incertidumbres que deja esta singular enfermedad. “El lugar de la memoria” puede leerse como el simbolismo de no ser olvidados; de la necesidad de dejar los recuerdos necesarios para que los demás no nos olviden. Al igual que en el texto de Ramírez, estoy seguro de que Luis Eduardo García se ha servido de un sinfín de elementos que forman parte de su vida y de sus lecturas para construir “El lugar de la memoria”; sin embargo, en ese proceso, al final la ficción ha tenido la última palabra.
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“Aquello que perdimos en la arena” es el título de la novela que Julia Wong publicó en el 2019. Cristina es el personaje principal de la historia y es ella quien rememora su infancia que transcurre principalmente en Chepén y Chimbote. La novela también comprende otras etapas de la vida de la protagonista, pues los espacios geográficos que transita no solo son peruanos; en su camino también están Macao, Tijuana, San Diego y Frankfurt. La novela comienza con una oración maravillosa que sirve muy bien para entender la obra y el pensamiento de Julia Wong: “Lo inabarcable del desierto es lo único que me provoca fascinación”. Con la admiración y el respeto que siento por Julia, quisiera tomar prestadas sus palabras y parafrasearlas para terminar, por ahora, esta humilde reflexión: lo inabarcable de la novelística en La Libertad es lo único que me provoca fascinación.