Todo es violencia, abismo, decadencia y brutalidad en “Pequeño bastardo” (Seix Barral, 2022), la reciente novela de Richard Parra.
Es el rostro más golpeado y roto de las últimas décadas de la historia peruana: desde Fernando Belaunde Terry, Alan García y Alberto Fujimori hasta una parte de los años recientes.
La estructura fragmentaria del libro compone el vértigo de lo que se cuenta: abusos, atentados, asesinatos, adicciones, robos, suicidios.
El caos no tiene un par de voces sino innumerables, presentadas en primera o tercera persona, escondiendo y luego mostrando las identidades, con pocos nombres y más apodos, sobrenombres, chapas para aproximarse a ese universo abigarrado.
Pero dentro de esa miríada de personajes de distintos sectores sociales, destacan algunos, sobre todo Charly, con quien empieza y termina la novela.
Se explora su sexualidad, ensuciada después por un pederasta que se presenta como hombre de fe, sus problemas fisiológicos, su desconexión sentimental, su acercamiento al precipicio a lo James Dean.
Antes de llegar a ese punto de fuga, se muestra la violencia tal como es, sin artilugios, disfraces o metáforas: hay heridas sin vendas, cicatrices que todavía arden.
DESCARNADO
“Pequeño bastardo” se lee rápido pero es durísimo de procesar. Es un libro sin medias tintas, alejado de la comodidad, el lugar común y los pudores. Toma sus riesgos al narrar la violencia. Se siente la calle en la prosa, las frases y los diálogos. La narración y descripción se sumergen en los infiernos cotidianos sin prejuicios ni enaltecer la realidad que presenta.
Tiene momentos que conmueven: “En el cementerio, le pedí a un chiquillo que pintara una losa con el nombre de mi vieja y la frase « Ramona, gracias por ser mi madre»”.
La novela no cae en el simple registro, hay un trabajo literario que da forma al acoso escolar, las peleas campales entre estudiantes de diferentes colegios, las agresiones sexuales, el espiral de las drogas, las barras bravas, el racismo, la corrupción, el terrorismo.
La historia abarca los jirones de varios distritos de Lima, como La Victoria, Lince, El Rímac, así como otras provincias, a partir del capítulo 10, para mostrar la historia de Sybila y algunos miembros del grupo terrorista Sendero Luminoso.
MUERTE
Así como el sexo, la muerte es otro de los constantes temas de esta historia. Es el destino violento de casi todos su personajes y un elemento que lo quiebra todo.
Hay una escena en la que Rodo y Chelsea fuman un cigarro y están a punto de besarse, alejados de sus casas, solos, cuando se topan con un cadáver flotando en un canal. Es un hombre y tiene un balazo en la cabeza.
Los placeres se enturbian en el libro de Richard Parra. No solo en lo carnal, también en otros aspectos, como el disfrute de la comida.
La panadería Okinawa, por ejemplo, era el palacio de los postres favoritos de sus vecinos hasta que unos delincuentes mataron al dueño para robarle. Lo compró otra persona, se convirtió en algo distinto y su exterior terminó siendo un muladar.
O también está el caso de Ninoska, quien murió después de satisfacer su hambre en un festival de comida selvática. Sus padres no quisieron saber cómo falleció, pero se entiende.
Algunos personajes se refugian o distraen en la música, el cine y los programas de televisión, sin lograr escapar de la vorágine de las épocas, colegios, casas, personas y calles que pisan.
Óscar Colchado Lucio apuntó en “Escribir desde dentro” que cada escritor es un “sismógrafo de su sociedad, del entorno que habita”.
Parra consigue esto en su novela “Pequeño bastardo”, sin moralejas ni finales felices, con experiencias y estruendos que persisten, réplicas de terremotos que remecen el presente.
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