Mario Vargas Llosa junto a la portada de su novela "Le dedico mi silencio" (Foto: Alfaguara / EFE)
Mario Vargas Llosa junto a la portada de su novela "Le dedico mi silencio" (Foto: Alfaguara / EFE)

Mario Vargas Llosa se despide de la ficción con una novela perfecta para su obra narrativa, “Le dedico mi silencio” (Alfaguara, 2023), la que cierra su exploración de las utopías, del mundo de los perdedores, de los soñadores que buscan la excelencia a pesar de la inminente derrota, la desidia general y la marginación, de los llamados locos que, como don Quijote, quieren derrotar molinos de viento.

Toño Azpilcueta, el protagonista de este libro, es un profesor que ha fracasado como un intelectual experto en música peruana. Clausurada su meta de ser catedrático sanmarquino y casi mantenido por su esposa, enseña Dibujo y Pintura en un colegio, publica reseñas mal pagadas sobre cantantes y tiene una hipótesis, o mejor dicho un deseo enfebrecido: que la música criolla pueda unir a todos los estratos sociales, que sea el gran abrazo, la compresión general en medio de un país fragmentado por décadas y, en su momento, violentado por Sendero Luminoso.

Toño es una extensión de Zavalita de “Conversación en La Catedral”. No solo comparten su vínculo alicaído con el periodismo, sino que tuvieron un gran sueño unificador que, con los años, se diluyó en las buenas intenciones.

Si Zavala se pregunta en qué momento se había jodido el Perú, Azpilcueta se cuestiona si la música puede hermanar al Perú como lo hizo, a un público reducido, la guitarra de Lalo Molfino, un joven chiclayano que escuchó una sola vez en su vida y que se convirtió en el destello por donde dirigir sus esfuerzos. Un Perú jodido y un Perú con la esperanza de unirse a través del arte: problema y posibilidad, como escribió Jorge Basadre.

Tras oír a Lalo y enterarse de su muerte repentina, Toño decide investigar y escribir la biografía de un músico que casi nadie conocía o soportaba en Lima, por su actitud individualista y hasta arrogante con respecto a los demás. Escribir un libro sobre Lalo, que demuestre que el criollismo cambiará el Perú, se convierte en su obsesión, su más grande travesía en una trayectoria profesional que solo le ha entregado indiferencia, una existencia llena de insatisfacciones. Pero Toño insiste y eso lo convierte en un personaje inolvidable.

Portada de la novela "Le dedico mi silencio" de Mario Vargas Llosa (Foto: Alfaguara)
Portada de la novela "Le dedico mi silencio" de Mario Vargas Llosa (Foto: Alfaguara)

HUACHAFERÍA

El otro gran tema de “Le dedico mi silencio” es la huachafería, no entendida como lo cursi, sino como una expresión única de lo peruano, lo que se acentúa en la religión, la literatura, las clases sociales y, por supuesto, en la música criolla.

Para Azpilcueta, esta es la “mayor contribución del Perú a la cultura universal”, lo que el Premio Nobel de Literatura escribió, en 1983, como parte de su crónica “¿Un champancito, hermanito?”, pieza que no solo es mencionada por Toño como posible título de su libro sino que aparece, casi de manera íntegra, con algunas modificaciones, en el capítulo XXVI de la novela.

La huachafería como un sentimentalismo llevado a la hipérbole, irracional, soñador a pesar de lo sombrío. No hay una definición exacta del peruanismo porque la novela es una respuesta sobre qué es lo huachafo.

Lo huachafo se proyecta no solo en las expresiones de Azpilcueta, sino que también en sus acciones, en su forma de afrontar la vida. Es, sin lugar a dudas, una forma de aferrarse a su anhelo más grande y a su idea de nación. Dejar de ser huachafo para Toño es renunciar a una identidad, caer en la resignación, pisar tierra.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa se unió a la Academia Francesa, un logro más en su carrera que incluye el Nobel de Literatura y premios como el Príncipe de Asturias y el Cervantes. (Foto: EFE/TERESA SUAREZ)
El escritor peruano Mario Vargas Llosa se unió a la Academia Francesa, un logro más en su carrera que incluye el Nobel de Literatura y premios como el Príncipe de Asturias y el Cervantes. (Foto: EFE/TERESA SUAREZ)

QUIJOTE Y SANCHO

Toño Azpilcueta es un quijote peruano, un Don Quijote que se aventura a su sueño en forma de libro. Un texto que, al inicio, es ignorado por la prensa y el público, hasta que su propuesta, colorida, huachafa, toca los corazones de lectores no solo de Lima sino de otras regiones, convirtiéndose en popular.

Pero la baja autoestima del investigador lo lleva a no soportar las críticas, el debate, las contradicciones propias de su proyecto, y sigue agregando más apartados a su obra no para alcanzar la perfección, como se dice a sí mismo, sino para evitar el rechazo, el sentimiento que se materializa en un ataque de pánico en forma de ratas y picores en su cuerpo, como las tarántulas y roedores que veía Carlitos Ney de “Conversación…”.

Estas crisis emocionales, sin embargo, no son una novedad para Toño, no han surgido por la atención y la presión de su investigación, sino que ya viene de antes. Es una sombra que lo persigue y que tiene su origen en la infancia, el desarraigo, lo que comparte con Lalo Molfino: desconocimiento de sus orígenes, el abandono en medio de una realidad peligrosa, tirado al terreno de las alimañas.

Toño es considerado un loco desmedido, quien no sabe cuándo detener la extensión de su libro y de su propuesta de hacer un Perú a través de la música. Pero quien aparece como un Sancho Panza, escéptico al inicio y convencido en el proceso, es la cantante Cecilia Barraza, un personaje clave para la resistencia de Toño.

Aunque la criolla no la acompaña en su travesía, al menos no directamente, sí es uno de los pilares de la tozudez de Azpilcueta, como Lalo, sus amigos Lala y Toni y los valses peruanos. Cuando Toño está por rendirse, en dejar atrás las ilusiones, para evitar las pisadas de las ratas en su cuerpo, Barraza se erige como un soporte, ya que ha sido contagiada de la huachafa y hermosa pasión, ineludible hasta cierto punto.

El final de “Le dedico mi silencio” también trae un homenaje a la escritura, a la creación literaria: con un solo gesto nos dice que es algo irrenunciable.

Vargas Llosa se retira de manera magistral, con una novela que quizás no cambie al Perú hoy o mañana, probablemente nosotros no veamos la transformación, pero que dejará al menos una semilla de inquietudes en los lectores. Perdonen la huachafería, o la tristeza, como diría César Vallejo en un poema.