En palabras del prologuista Carlos Vega Ocaña: cada poema es una ventana abierta hacia un mundo donde la naturaleza se integra plenamente con el espíritu humano.
En palabras del prologuista Carlos Vega Ocaña: cada poema es una ventana abierta hacia un mundo donde la naturaleza se integra plenamente con el espíritu humano.

Sofía Jiménez Barrantes, natural del distrito de Oyotún, provincia de Chiclayo, ha ejercido la docencia principalmente en las comarcas y caseríos de San Juan de La Libertad, perteneciente al distrito de Cajamarca, en la provincia de Utcubamba.

Con entrega plena a su vocación magisterial no ha sido absorbida por el medio exuberante de la zona rural y selvática, sino que también ha encontrado el espacio estimulante para la creación poética, que hasta ahora se ha plasmado en una respetable y hermosa producción plasmada en los volúmenes: “La china Mereja” (2002), “Azabache” (2019), “Juncos y mar en otoño” (2020), “La del rostro de la libertad” (2024) y “Espigas, racimos y sol” (2024).

A continuación repasamos un panorama de su producción poética.

LA CHINA MEREJA

Es un hermoso y ligero poemario poblado de imágenes, hechos y seres de inspiración y destinatario principalmente infantiles. La diversidad de temas que desarrolla la autora comunica amenidad y vitalidad a una galería de cuadros y escenas elaboradas desde las venas de una rica sensibilidad sobre el trasfondo del paisaje andino con proyecciones selváticas; sin embargo, en un panorama de conjunto podemos advertir ciertas parcelas a partir de las cuales la autora elabora sus creaciones poéticas.

Destaca, entonces, una naturaleza habitada por plantas y animales propios de la fauna nativa, mientras que arriba, en el firmamento, reina la deidad nocturna del cielo y otros elementos cósmicos; así se aprecia, por ejemplo, en los poemas “La primavera”, “La luna madura”, “Cantar de las punas”.

Asimismo, un importante sector de sus composiciones se relaciona con las expresiones auténticas de nuestra diversidad cultural y de nuestras tradiciones, las mismas que aparecen nítidamente cinceladas en las composiciones inspiradas en comidas y bebidas propias del norte de nuestro país, como: “La chicha”, “Caña de azúcar”, “Shámbar”, “Los tamales”, “Hojita de coca”.

JUNCOS Y MAR EN OTOÑO

“Juncos y mar en otoño” desarrolla una poesía íntima y vivencial, más en contacto con la naturaleza pródiga, colorida y fecunda, nutrida en las generosas aguas de ríos, manantiales, arroyos y fuentes y, sobre todo, en el caudal imponente del Marañón, en torno al cual revolotean colibríes, zorzales, palomas, loros..., así como mansas ovejas, pacientes asnos y otros elementos de una rica fauna aldeana.

Es también el recuerdo entrañable del hogar, de los padres y de los hijos, así como de cuando en cuando aparece la estampa germinal de la escuela, arropada en una atmósfera de fantasía, ilusiones, quimeras y recuerdos.

Por otro lado, este hermoso florilegio de poemas de versos ágiles y breves se puebla también de primordiales elementos cósmicos y telúricos, que le otorgan vida, color y frescura al discurrir calmo de los días cotidianos. Entonces, la luna, la primavera y la llovizna renuevan siempre la frescura de la vida que, por otro lado, amplía sus fronteras y espacios para comprender también el mundo extrovertido de la costa y el litoral, como lo revelan los poemas dedicados al mar, al faro o al algarrobo.

Pero no es solo la recreación de la comarca o del valle andino; es también el recuerdo entrañable del hogar, de los padres y de los hijos, así como de cuando en cuando aparece la estampa germinal de la escuela, arropada en una atmósfera de fantasía, ilusiones, quimeras y recuerdos.

LA DEL ROSTRO DE LIBERTAD

En palabras del prologuista Carlos Vega Ocaña: cada poema es una ventana abierta hacia un mundo donde la naturaleza se integra plenamente con el espíritu humano, donde el viento que acaricia las cuerdas de un arpa puede ser el mismo que mueve los hilos del destino. “En estas páginas, el lector encontrará la cadencia de la vida misma: el río que corre incansable, la luna que se refleja en la quietud de una laguna, la espiga de trigo que se mece dorada bajo el sol. Todo aquí es símbolo y esencia, un canto a lo efímero y a lo eterno, a lo cotidiano y a lo sublime”.

ESPIGAS, RACIMOS Y SOL

Los poemas de este tierno y cromático volumen se alejan del tema predominante en sus primeros poemarios y nos presenta un viaje por los caminos de la vida, donde los poemas se convierten en una parada para contemplar la sencillez y profundidad de lo cotidiano. Entonces, como acertada y sutilmente advierte el mencionado editor y escritor Carlos Vega: el florilegio, vistosidad y sencillez de los poemas constituyen o invitan a un detenimiento para contemplar la sencillez y la profundidad de lo cotidiano. Entonces la luz del sol que dora los campos es la misma que ilumina los versos, impregnando cada palabra con un calor que trasciende y desborda el papel que los contiene. En efecto la poetisa construye un universo poético en el que los sueños se entrelazan con los frutos de la tierra, los recuerdos infantiles se arraigan y abrazan a los recuerdos y nostalgia; la propia naturaleza se convierte en un elemento o personaje que dialoga con la propia poetisa, revelando secretos que solo un corazón sensible puede comprender y valorar.

Además, varios poemas son harto sugerentes; por ejemplo: “Mi padre duerme”, “Los años de mi madre”, “El arriero”, “Caminito de arriero”, “La lavandera”, “Niño del barrio”. A la propia luna le da una categoría humana y personal, como leemos en estos versos: “Ayer entró la luna, / entró la luna / en mi casa / y juntas nos fuimos / para cosechar frutos / que ayer sembramos /con mi compañera, / la actora sideral”.

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