El cascabel de la pelota rompe el silencio en el Complejo Deportivo PNP Mártires de Bacua, en el Centro de Lima. El balón sonoro gira y gira en medio de la cancha, es pateado con furia, es llevado con los pies por un batallón de hombres a más de 30 kilómetros por hora. Los diez jugadores que se disputan la bola, sábado a sábado en esta losa de la Séptima Región Policial, no tienen compasión el uno del otro. Cada movimiento emana pasión y garra. Los futbolistas jamás han visto sus rostros, ni la cancha de cemento que pisan o las rejas que los rodean, ni las camisetas que usan. Pero aquí nada de eso importa. En la oscuridad que viven estos deportistas, el eco de la pelota y las voces de sus compañeros son lo único necesario para trazar las jugadas.

Cuando ingresan a la cancha los jugadores se liberan de los bastones, de los guías que los acompañan y del temor. "¡Voy!... ¡Voy!", se gritan entre ellos cada vez que corren para "atacar" a sus rivales. "¡Voy!... ¡Voy! ", repiten a voz en cuello siempre que buscan recuperar el balón. "Así se evitan algunos golpes. Es una de las reglas internacionales del futsal para ciegos", explica uno de los jugadores que aguarda su turno para entrar. Desde las graderías, este hombre que apoya una vara contra el suelo oye atentamente los gritos de sus compañeros, el golpe de sus pasos, el cascabel resonando dentro de la pelota. Los sonidos son suficientes para imaginar el partido.

En la selección peruana de futsal para invidentes los únicos que ven son los arqueros y el entrenador. El resto debe aguzar los demás sentidos para darlo todo en cada jugada. Solo así el equipo peruano ha logrado representar al país en la Copa América para Ciegos que se vivió el mes pasado en Argentina. Y solo así intentará vencer a cuatro países de la región en la Copa Andina, que se disputará en Chile en febrero próximo. "Ellos tienen una fuerza y un pundonor que la gente que ve no tiene. Su lucha traspasa la cancha, eso es lo inspirador", opina el entrenador del grupo, Oscar Cribilleros.

EL CORAJE DEL CAPITÁN. Y de historias inspiradoras también está compuesta esta selección. Antes de perder la vista, Richard Alza (36), capitán de esta selección, jugaba en el equipo de fútbol de su colegio. Pudo haber sido futbolista profesional, pero el destino lo cambió todo. A los nueve años, un auto embistió la bicicleta en la que viajaba y lo lanzó varios metros por el aire. Su cabeza chocó contra el pavimento. Cuando despertó en el hospital, su mundo se transformó en una enorme mancha borrosa. Todo se veía difuso. La retina se había desprendido de sus ojos.

"Fui perdiendo la visión de a pocos, con los años. Dejé de estudiar, dejé de salir a calle, como los demás chicos. Solo me la pasaba de hospital en hospital buscando una solución. A los 12 años, los médicos le dijeron a mi padre que me quedaría ciego. Él no lo soportó, sufría del corazón. Falleció con la noticia", recuerda Richard, esta vez lejos de la cancha en donde entrena y del equipo que dirige. Esta tarde, como cada día de semana desde hace diez años, Richard trabaja como rehabilitador físico en la oficina 104 del Seguro de EsSalud. El capitán habla fuerte y claro. Parece ya no haber dolor en sus palabras.

"Hubo una época en que caí en depresión, pero un día apareció una luz. Mi mamá conoció a una señora con un hijo invidente que estudiaba en la universidad y le contó del Colegio Braille, donde había personas como yo. Saber que no estaba solo me sacó del hoyo", asegura Richard, quien estuvo internado allí nueve años de su vida. En el Colegio Braille aprendió a movilizarse con un bastón guía, a cocinar, a lavar y a valerse por sí mismo.

"En esa época todavía veía un poquito. Veía a mis compañeros desenvolverse con tanta facilidad que me decía: '¿cuál es la dificultad?, ¿por qué yo no voy a poder?'. Cuando perdí la vista completamente a los 20 años ya estaba acostumbrado. No fue nada traumático", recuerda. Menos aún al conocer que en el patio trasero del colegio un grupo de invidentes jugaba al fútbol con tanta pasión. Menos aún al saber que él también podía hacerlo. Menos aún al recordar a su padre alentándolo en la cancha, empujándolo a seguir en esto.

NACIDO PARA GANAR. Joseph Norabuena tiene 20 años, cursa el sexto ciclo de Comunicación Social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y acaba de ser elegido "jugador revelación" en la Copa América para Ciegos, que ocho países sudamericanos disputaron en Argentina en septiembre último. Los equipos extranjeros viajan a cada campeonato con guías que los acompañan dentro y fuera del juego, nutricionistas, médicos deportólogos, kinesiólogos y psicólogos, además de contar con el apoyo económico de sus federaciones. La selección peruana, en cambio, solo viaja con un entrenador y únicamente si consigue, por sus propios medios, el dinero suficiente para los pasajes y la estadía. A pesar estas diferencias, la selección no se rinde. No lo hace fuera de la cancha, y menos aún dentro de ella.

Joseph perdió la vista a los ochos meses de nacido por un tumor maligno en la retina. "Desde entonces me he dedicado en cuerpo y alma a él. He sido su sombra, sus ojos, sus pies", cuenta María Fernández, madre del jugador revelación, al lado de su hijo. A los ocho años, Joseph se escapa a jugar fútbol en su barrio con chicos de colegios regulares, a los diez ya formaba parte del equipo de futsal del Colegio Braille, y a los doce ya se enfrentaba solo a los peligros de la calle.

Un día su mamá leyó en un periódico que un chico invidente había ingresado a la universidad. Entonces Joseph no lo dudó. Instaló el programa Jaws en su computadora, un software lector de pantalla para ciegos, trasladó algunos ejercicios matemáticos al braille, y postuló. Hoy divide su tiempo entre las clases que lo llevarán a ser un periodista deportivo y los entrenamientos con la selección de futsal para invidentes que representa al país. Un grupo humano diferente. Cada gol para este equipo no es un simple punto en el marcador. No es un simple triunfo. Cada gol es una deuda pendiente. Una lucha contra ellos mismos. Una revancha contra la oscuridad. Fotos: Miguel Paredes