Llegué a Correo de casualidad. Nunca supe quién me recomendó ante el jefe de Redacción del diario del logotipo rojo que estaba en su emblemático local de la avenida Wilson en Lima. Yo había llegado a la capital luego de un tiempo buscando mi destino en Buenos Aires y de dejar la carrera de biología en la querida Universidad Nacional de San Agustín, y en esas andaba cuando recalé en el diario Expreso, donde había algunos amigos dibujantes e ilustradores del dominical.
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Yo sólo los visitaba a ver si por casualidad me podía quedar; en ese momento mi sueño era irme nuevamente del país, pero esta vez a México para convertirme en un dibujante de la editorial Novaro, dedicarme a la historieta y quién sabe llegar a la Marvel. Soñar es gratis.
RECUERDO
Un día un amigo me dice que el jefe de redacción de Correo quería conversar conmigo, el periodista Gonzalo “Chalo” Hidalgo. Nos reunimos y me dijo que necesitaba un caricaturista político, yo le dije que me interesaba y así empecé una carrera que me ha llenado de enormes satisfacciones. Empecé de inmediato y publicaba una caricatura diaria, pero el reto era enorme, ya que en la página tres del diario, el famoso caricaturista Heduardo publicaba su caricatura política; y mi preocupación constante era estar a la altura del maestro. Poco a poco pude tomarle el pulso a la política peruana, apoyado en mis constantes lecturas y las interminables tertulias con periodistas de amplia trayectoria que celebraban mis ocurrencias editoriales.
Allí descubrí mi otra pasión, la del periodismo y que me llevó a estudiar la carrera a la par que trabajaba en Correo. Mi nombre ya empezaba a tener cierta importancia en el medio y algunas de mis caricaturas políticas daban en el blanco, lo que ocasionaban las quejas de los políticos al director, en ese entonces, Mario Castro Arenas, quien dicho sea de paso respaldaba mi trabajo y hasta cierto punto, impulsaba incondicionalmente. Algunos años después, ya cuajado y con varias horas de vuelo, me proponen volver a Arequipa para trabajar en la filial de Correo; en realidad, es el director de entonces, Bernardino Rodríguez, quien pide que me trasladen y yo, que deseaba volver a mi ciudad, acepté.
EL REGRESO
Instalado en Arequipa, empecé un ciclo importante en mi vida, no sólo porque pude desarrollar toda mi creatividad para la caricatura política y el humor gráfico, sino porque me involucré activamente en la edición de suplementos y en la conformación de un equipo de investigación periodística que nos permitió publicar informes que tuvieron una gran repercusión en el ambiente político local.
Mi producción artística fue intensa y prolífica y el impacto en la política arequipeña fue sorprendente, porque la caricatura de la página tres era muy leída y celebrada, no solamente por los políticos víctimas de mi pluma, sino por los miles de lectores que convirtieron la caricatura en el vehículo ideal para satisfacer sus propias críticas. Aquí quiero agradecer a los distintos directores que pasaron por Correo durante mi permanencia durante más de una década, porque jamás censuraron una caricatura mía y me dieron toda la libertad posible para decir lo que pensaba en ese espacio político.
No olvidaré jamás a las autoridades que aparecieron en mis caricaturas, algunos con bastante correa ancha para aceptar las críticas y otras no tanto, que quizá maldecían para sus adentros que me haya ocupado de ellos. Recuerdo aquella vez que me atreví a publicar una página central con caricaturas utilizando la coyuntura política con las siete palabras de Cristo en plena Semana Santa, lo que generó el rechazo airado del arzobispo de entonces; o cuando dibujaba a un prefecto aprista, bastante mayor, con su gorra de viejito su chalina y sus pantuflas; y en un aniversario de Correo se apareció con una chalina y un bastón y me los regaló, fue muy divertido. Pero quizá mi principal víctima fue el exalcalde Luis Cáceres Velásquez, a quien combatí ferozmente en mis caricaturas, uno de los peores alcaldes que tuvo Arequipa. Recuerdo que había un periodista radial que lo defendía con un sospechoso entusiasmo y lo dibujé al pie de Cáceres en actitud genuflexa y que, sin nombrarlo, los lectores lo identificaron de inmediato. Conocido popularmente como “el gordo ayayero”.
Cientos de anécdotas, pero lo más valioso fue conocer a un equipo de compañeros de trabajo, que luego se convirtieron en amigos con los que viví experiencias inolvidables, no solo en el trabajo diario, sino en la capacidad para hacer posible mis propuestas para hacer del diario algo diferente. Así nació mi gran deseo de hacer un suplemento cultural que marcó un antes y un después en el periodismo cultural arequipeño, y fue el suplemento Lagartija; una publicación irreverente, informal y divertida con contenidos culturales que generaron una conexión inmediata con los lectores. Junto a mi entrañable amigo, Willard Díaz, le dimos forma a este suplemento que cada sábado sorprendía a los lectores; fue incluso, tema de investigación para una tesis universitaria.
Mi paso por Correo de Arequipa marcó mi vida y le debo a ese diario, gran parte de mi carrera como caricaturista político y como periodista. Gracias por tanto.