Lejos del bullicio de la ciudad o del incesante tráfico vehicular, hay miles de maestros que dedican su vida a enseñar a niños que buscan una educación de calidad. Desde las aulas más invisibles del país, tres docentes con profunda vocación nos cuentan su historia.
UN MAESTRO DE ALTURA
A más de 4.500 metros sobre el nivel del mar está Luis Álvarez Choque, actual director de la I.E. de Huarcaya, en el distrito de Huaynacotas, provincia de La Unión. Desde su llegada, ha sido testigo de la precariedad: sin luz, agua ni desagüe. Además de ver decenas de niños caminando entre el frío para llegar a sus aulas.
El colegio alberga a más de 300 estudiantes que anhelan superarse y convertirse en profesionales. A pesar del cansancio tras caminar kilómetros, llegan felices cada día. Aunque no perciban las condiciones deplorables, los docentes sí cargan con el peso del olvido estatal.
Uno de ellos es el propio director Álvarez Choque, quien ha pedido mejoras en múltiples ocasiones, pero sus súplicas no son escuchadas. Lleva 15 años enseñando. Él nació en Aplao (Castilla), y por amor llegó a Cotahuasi y luego se trasladó a Huarcaya, donde vive una realidad lamentable con sus pequeños alumnos.
Fue especialista en la UGEL Condesuyos, pero decidió volver a las aulas. “Aunque es duro, acá he formado a chicos que hoy ya son profesionales. Eso me da orgullo, eso me alienta a prepararme y ser quien guíe a esos niños que tienen sueños”, afirma con determinación.
En esos rincones también vivió decepciones. Cuando salió de la universidad pensó que solo debía enseñar bien y prepararse cada día para crecer profesionalmente. Pero al llegar a Cotahuasi, Condesuyos y La Unión, se encontró con aulas sin puertas, techos de calamina y niños con frío.
“Es triste y da impotencia ver el abandono del Estado”, cuenta. Por eso, junto a sus colegas, se las ingenian para que los niños se concentren en aprender, y no en las precarias condiciones. En Huarcaya son 17 profesores luchando día a día, duermen entre paredes de barro y el piso de tierra.
Llegan desde Puno, Cusco, Ayacucho y Arequipa. Ellos pagan hasta 600 soles de su bolsillo para transportarse, ya que no hay movilidad, ni vías de acceso. Son seis docentes quienes se quedan por semanas en el colegio haciendo el sacrificio de no ver a sus familiares por falta de tiempo y dinero.
Antes, las escuelas alto andinas seguían un calendario especial. Hoy se exige uno unificado, sin considerar contextos. “Mis colegas no pueden visitar a sus familias. Debería cambiar. Si los docentes están bien, los estudiantes también lo estarán. Es algo que pido al Gobierno”, dice Álvarez, preocupado por sus compañeros.
SERVICIO EN LA CIUDAD
Sandra Hinojosa Talavera, de 56 años, también conoce la realidad rural y cómo sobreviven los menores y docentes en esos lugares. Lleva más de 30 años como maestra. Es arequipeña, pero empezó a enseñar en Ite, Tacna, porque no había plazas en Arequipa.
Desde niña sintió vocación, jugaba a ser profesora. Años después, en su adolescencia enseñaba a vecinos y familiares. Se preparó, se convirtió en una profesional y ejerció en zonas rurales, lejos de su familia, alquilando cuartos y quedándose meses en lugares donde no llegaba ni el transporte.
El acceso era difícil. Profesores y alumnos recorrían grandes distancias. Luego trabajó en Quilca (Camaná), donde los colegios eran cuartos pequeños sin agua ni luz. A veces no había ni mesas. Ella al ver esa realidad alzaba la voz por sus estudiantes y trataba de gestionar materiales.
Su mayor reto llegó cuando obtuvo el cargo de directora. Tenía bajo su mando a más de 1.400 estudiantes y 90 trabajadores. “El reto fue enorme, pero lo asumí con organización y empatía. La dirección se aprende liderando con el ejemplo (...) Me costó, sí, pero mi disciplina me mantuvo donde estoy”, afirma. Hoy dirige la I.E. Carlos José Echavarría. Tras la pandemia, enfrentó nuevos desafíos tras el retorno a la presencialidad, tras años de virtualidad. “Los estudiantes regresaron con ansiedad y falta de socialización. Los docentes también estaban agotados. La prioridad fue su salud emocional”, explica.
Actualmente, trabaja de la mano con la municipalidad de Tiabaya y también su institución tiene aliados como Cerro Verde. Implementan talleres emocionales, habilidades sociales y reforzamiento. “No basta con enseñar matemáticas. Hay que enseñar a vivir”, reflexiona.
DEDICADO A ENSEÑAR
Waldo Fernández enseñó 25 años en Tauría, uno de los distritos más alejados de La Unión. Viajaba a lomo de bestia, sin luz ni internet; mucho menos agua y desagüe. Los niños tomaban agua de los manantiales. “La tecnología no existía. Solo el compromiso con los chicos”, recuerda.
Desde pequeño quiso ayudar a otros a superarse. Se preparó como docente sin imaginarse el nivel de abandono, ya que también pensó que solo era crecer profesionalmente y educar a los niños. No había pistas ni vehículos. Solo cuartos de barro iluminados con velas, y techos que goteaban cuando llovía.
Hoy enseña en Mariscal Orbegoso, en Cotahuasi. A pesar de la lejanía, completó dos maestrías, una de ellas en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). “El saber no tiene distancia. Hay que superarse, aunque cueste. Todos tenemos qué aprender a diario”, dice con orgullo.
Por el Día del Maestro, Waldo reflexiona: “Antes, los maestros éramos respetados. Hoy parecemos invisibles. Pero aun así seguimos, porque educar no es una moda, es una misión. Cada niño que aprende es una victoria silenciosa para nosotros. Tenemos grandes retos y uno de ellos es adaptarnos a la tecnología para mejorar”.
Los tres docentes envían un mensaje a todos sus colegas y les piden que mantengan la vocación de servicio, que velen por sus alumnos, ya que ellos son el futuro del país. Que no solo enseñen números o letras, también que inculquen valores y enseñanzas de vida, para que sean buenas personas.
Además, ellos exigen al Gobierno y autoridades que miren a fondo la educación porque un niño debe tener todo el acceso y no estudiar en precarias condiciones. “Esta labor se hace con amor y fe. No desmayen, aunque falten recursos. Porque a veces un ‘gracias, profesora’ vale más que cualquier sueldo. Enseñar transforma vidas, aunque no siempre se vea”, es el mensaje.
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