GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Cuando Milagro de Guadalupe llegó al mundo en noviembre de 1980, su madre le dio la primera orden: ¡No te mueras, carajo! Había nacido tres meses antes de lo previsto y la pinza en el ombligo le ayudaba a disimular 1 kilo 100 gramos de peso. Desde entonces ya tenía prisa por absorber el mundo, pero tendría que demostrar que podía.

MILAGRO. Transcurridas 12 horas llegó su primera prueba: un paro cardiorrespiratorio. Los médicos la declararon clínicamente muerta, pero Milagro, o “Milagros”, como la llamarían más tarde, había oído la orden de su madre y se aferró a la vida con una terquedad innata para una bebé tan frágil. Y se le quedó la mala costumbre para siempre.

Ana María Benavides tenía una hija al fin. No podía estar más contenta.

“No te mueras, Milagro, tú no”, le repetía. Ya antes le había tocado enterrar a dos hijos recién nacidos y no estaba dispuesta a perder uno más. ¡No, señor!

Sin embargo, su voluntad de hierro remeció seis meses más tarde en el consultorio de Pediatría. Había llevado a la niña porque no parecía desarrollarse con normalidad: no levantaba la cabeza ni se movía aunque la sacudieran.

Señora Benavides -le dijo el médico, imprimiendo severidad en su voz-, deje a su hija en la cama y no la martirice más. Ella nunca podrá hacer nada, muchos menos caminar. Sufre secuela de parálisis cerebral espástica y para eso no hay cura.

A Ana María le temblaron las piernas y se le paró el corazón. Valgan verdades, no comprendía del todo la enfermedad de Milagro y su amor de madre se negó a aceptarlo. Vámonos -le ordenó a su esposo-. Este tipo es un estúpido.

PERSEVERANCIA. -Madre Pilar, mi hija solo tiene limitaciones físicas, pero es tan inteligente como cualquier niño. Ana María sostuvo la mirada inquisitiva de la directora.

Aquella mañana de 1986 había intentado matricular a Milagros en dos escuelas, pero la rechazaron al conocer su condición. No importaba, si debía desgastarse los nudillos tocando puertas, lo haría.

Una hora después regresó a casa radiante. -Sí, hija, sí, vas a estudiar en el Colegio Sagrados Corazones.

Ambas estaban entusiasmadas.

-¿Qué hace esta inválida aquí? -escupió una niña con la crueldad propia de su edad. Era el primer día de clases para Milagros y no conocía el significado de ese adjetivo. En casa, su madre le dijo la verdad: “Todos somos diferentes y únicos. Algunos nacemos con ojos negros y otros con azules o verdes. Así también, tú naciste con un problema físico con el que tienes que aprender a vivir”. Además, le dijo que debían rezar por su compañerita para que aprenda a aceptarla.

Ana María no advirtió el impacto que causaría este consejo en su hija. Tampoco pensó que al día siguiente Milagros se ofrecería a realizar la oración ante todo el colegio y oraría por ellos.

La escena debió ser tan conmovedora que las monjas se abandonaron al llanto, cual niñas desamparadas.

ESFUERZO. Si bien las cosas mejoraron con sus compañeras, la maestra no estaba contenta con su desempeño académico. A pedido de su madre, la profesora Juana Castillo la trataba con la misma severidad que a las otras niñas. Su mayor reto fue aprender a escribir, aunque tuviera que quedarse varias semanas castigada sin recreo.

Finalmente, lo logró y terminó la primaria como una de las primeras alumnas de su promoción.

VALENTÍA. Las vacaciones de verano siempre eran iguales. Se mudaba a Lima con su padres para recibir tratamientos en un centro de rehabilitación del Callao y regresaba a clases en marzo. Sin embargo, en 1989 los atentados terroristas alcanzaron la capital y su madre no quería arriesgar a la familia. Viajaron a Chile y buscaron ayuda en el Instituto de Rehabilitación de Arica. Allí, un año más tarde, le practicaron una tenotomía para mejorar su sistema motriz y fue la niña insignia de la Teletón. La misma situación vivió el año 1993 en Cuba, donde le operaron los aductores. Esa vez su recuperación tardó 6 meses, luego de infinitas terapias dolorosas.

Aún así, Milagros se empeñó en regresar a Arequipa y retomar sus estudios. Su valentía inspiró a sus compañeras de clase a tal nivel que le llevaban los apuntes a casa para que pudiera ponerse al día, y si por orden médica debía descansar algunas semanas, sus maestros le tomaban los exámenes por teléfono. La única condición que le puso la directora para admitir tanta tolerancia, fue que no bajara sus notas.

DETERMINACIÓN. El último año de colegio marcó un antes y un después en la vida de Milagros. Una mañana la llamó la psicóloga para darle los resultados sobre su test vocacional y le dijo fríamente que ella no sería capaz de seguir una carrera profesional. “Tu condición no te lo permite. He conocido personas con problemas similares al tuyo y nunca terminaron la carrera. No podrás estudiar ni trabajar”, le dijo.

Esa tarde, encerrada en su habitación, Milagros lloró hasta que se le secaran los ojos y le ardiera la garganta. Decidió rendirse y refugiarse en su tragedia. No obstante, su madre le soltó un sermón bien ‘endulzado’ y la obligó a levantar el ánimo.

Es así que postuló en secreto a la carrera de Psicología de la Universidad Católica de Santa María e ingresó en primer lugar. Ya nadie podría detenerla.

Durante los 5 años que duró su carrera tuvo que llegar a la universidad una hora antes de que iniciaran las clases. No precisamente porque fuera muy puntual, sino porque tardaba ese tiempo en subir las escaleras.

En su primera exposición frente a clases le pidió a un compañero que le ayudara a jalar su carpeta. Todos la miraban raro.

“Soy Milagro de Guadalupe, y estoy aquí para estudiar y aprender como todos ustedes, porque quiero ser profesional y ayudar a personas con problemas similares al mío. Lo único que pido es que me traten con igualdad”, les dijo.

Desde entonces se ganó la admiración de sus colegas y maestros, e inició una carrera exitosa.

Hoy, Milagros tiene 34 años y es asesora psicopedagógica en la I.E. Unámonos. Cuenta con dos diplomados, 4 especialidades y una maestría. Además, habla cuatro idiomas y este año está decidida a iniciar un doctorado en Francia.

CORAJE. En la vida -dice Milagros- se ha encontrado con personas maravillosas, pero también con gente que al verla le dicen “pobrecita” o “no puedes”. Esas son las frases que más le molesta escuchar.

Está convencida de que las barreras están solo en la cabeza; que todo es posible, sin importar la condición social o física; que nadie debe creerse incapaz de conseguir lo que se propone porque de lo contrario estará perdido.

Claro que el soporte familiar es importante - asegura-, si no fuera por el carácter y valentía de mi madre yo no estaría aquí contando esta historia.

Muchas personas le han preguntado si le hubiese gustado ser una persona ordinaria, con la capacidad de caminar, correr y saltar. Ella siempre responde que “de ninguna manera”.

Está convencida de que gracias a su condición se ha encontrado con ángeles en su vida (doctores, amigos, maestros), y que solo con su experiencia ha llegado a comprender la necesidad de los niños y personas con habilidades especiales.

Sabe que las propuestas políticas de inclusión social en el Perú son muy buenas, pero todo se ha quedado en papeles y no se aplican a la realidad social. La indiferencia del gobierno, dice, ni siquiera nos permite conocer cuántas personas especiales hay. El 2011 se reportó que 4 millones de peruanos sufren alguna discapacidad; sin embargo, desde entonces no se ha hecho un nuevo censo a esta población ni se atendió sus necesidades.

Pero ella tiene sus propias ambiciones y proyectos: “Me gustaría tener un instituto o aldea infantil para niños con discapacidad”, cuenta. También le gustaría enamorarse y tener un hijo - se sonroja-. “Es otro de mis retos. Mi vida está llena de ellos”.