Alberto Mendoza creció en un barrio humilde de Hunter, pero nunca dejó de soñar. Mientras cargaba baldes de agua para ganarse unas monedas, imaginaba autos convertibles y diseñaba mentalmente combinaciones de ropa. Ese niño inquieto se convirtió en el fundador de Mefer Novios, un referente de la moda arequipeña.
La infancia de Mendoza estuvo marcada por la necesidad y la creatividad. En el pueblo joven 13 de Agosto, buscaba desde temprano la manera de apoyar en casa. El cementerio cercano fue su primer espacio de trabajo: allí vendía agua a los visitantes para que pudieran limpiar las lápidas o colocar flores.
Ese ingenio lo acompañó siempre. También hacía las tareas escolares de sus compañeros a cambio de dinero. Sin darse cuenta, estaba aprendiendo una lección clave para su futuro: cada habilidad puede convertirse en oportunidad si se trabaja con disciplina.
En la adolescencia, descubrió lo que sería su gran pasión. Con el dinero ahorrado compraba ropa que nunca llegaba a usar. Lo hacía para observar texturas, analizar cortes y probar combinaciones. La moda se convirtió en un secreto personal, pues en su entorno no se veía como una opción válida, menos aún para un varón.
Presionado por las expectativas familiares, en donde las únicas carreras aceptadas eran las de Medicina, Educación y Derecho, ingresó a odontología. Sin embargo, llegó un momento en que no pudo continuar. “Tenía que ser valiente y apostar por lo que siempre quise”, confiesa. Decidió dejar la carrera en cuarto año y matricularse en marketing en el Instituto del Sur, pagándose la admisión con su dinero ahorrado.
MEFER NOVIOS
Con ese título, inauguró a sus 23 años, su primera tienda en el Parque Duhamel. Apenas contaba con algunas prendas que había comprado en mercadillos, pero tenía clara la estrategia: diferenciarse con una propuesta formal y asesoría personalizada. El riesgo de pagar un alquiler lo empujó a redoblar esfuerzos.
El punto de quiebre llegó cuando un cliente le pidió confeccionar un traje de novio. Mendoza entendió que el mercado ofrecía ternos formales, pero nadie se enfocaba en los novios, quienes debían destacar en su día especial. Así nació Mefer Novios, con trajes exclusivos, accesorios personalizados y asesoría integral.
En 2016 dio un salto mayor al abrir un local en el Centro Comercial Panorámico. Se enfrentaba a marcas consolidadas, pero apostó por un modelo distinto: atención previa cita, ambientes cómodos y hasta una barra de bebidas para las familias. El boca a boca multiplicó su prestigio y pronto llegaron clientes de Cusco, Puno, Tacna, Moquegua e incluso de Chile.
El éxito no se limitó a los clientes. Mefer Novios recibió premios como el “Premio Citi a la Mejor Microempresa del Perú”, el reconocimiento como “Mejor Atelier del Sur” y la distinción de “Joven Empresario” otorgada por Caja Cusco. Cada galardón confirmó que su apuesta había valido la pena.
Mendoza también innovó al crear su propia línea de calzado, correas, camisas y gemelos. “Un traje de novio no es solo saco y pantalón, es un conjunto de piezas que deben combinar y reflejar la personalidad del cliente”, explica. Entre sus anécdotas más recordadas está la del maquillador Carlos Cacho, quien llegó a su tienda el mismo día del certamen Reina de la Ciudad 2025, para el que fue jurado. En Mefer Novios encontró un traje que le calzó a la perfección. “Todo lo hacemos a medida, pero esa vez fue pura suerte”, recuerda el diseñador.
MOTORES
El gran impulso llegó de la mano de Katia, su esposa, a quien llama “la cereza del pastel”. Ella profesionalizó la gestión, potenció las redes sociales y formó un equipo sólido que sostiene el crecimiento. Juntos, han convertido el emprendimiento en una marca con cinco sedes en Arequipa y proyección nacional.
Pero más allá de los negocios, su esposa y su pequeña hija son el motor que lo inspira cada día. “Ellas son mi mayor motivo para seguir adelante”, reconoce Alberto con orgullo. Entre telas, citas y diseños, el diseñador encuentra en su familia el equilibrio perfecto para continuar cumpliendo sueños, ahora compartidos.
Hoy, Alberto Mendoza no solo cumplió su sueño de tener un auto convertible, sino que viste a miles de novios que lo recuerdan como parte esencial de uno de los días más importantes de sus vidas. Su historia es la prueba de que, incluso desde la humildad, con constancia y fe en uno mismo, se puede transformar la vida y alcanzar lo que parecía imposible.
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