Pese a sordera lucha para salir adelante con el apoyo de su hija. Foto: GEC.
Pese a sordera lucha para salir adelante con el apoyo de su hija. Foto: GEC.

Entre las veredas polvorientas de la plataforma comercial de Río Seco, en Cerro Colorado, una figura diminuta acomoda con esmero ollitas y chanchitos de barro. Es Simona, una mujer mayor que apenas recuerda su edad y nombre, pero su sonrisa se queda grabada en quienes la conocen.

Llega temprano con su hija, extiende un saco en el suelo y se sienta a esperar. Aunque sufre de sordera y no entiende bien el español porque es quechuahablante, nunca le falta la amabilidad para recibir a sus clientes, incluso cuando algunos no entienden su idioma y se alejan molestos.

Natural de Puno, Simona se crio entre el comercio. De joven ayudaba a su madre a vender verduras y hoy, décadas después, repite el ciclo, esta vez para alimentarse a sí misma y apoyar a su hija, quien también vende unos metros más arriba. Ambas viven juntas y se cuidan mutuamente.

Entre risas cuenta que aprendió por curiosidad a fabricar ollas pequeñas con fuego, y que en una de esas travesuras de infancia hasta se quemó el cabello. No fue a la escuela y no sabe leer ni escribir, pero su curiosidad la llevó a ser una artista que hacía ollitas para vender, ahora que no tiene las fuerzas, las compra y revende.

“Todo vendo”, dice. Ollas, adornos y los tradicionales chanchitos de ahorro, que muchos arequipeños compran como símbolo de abundancia. Aunque no siempre entiende a los compradores, ella se las arregla para hacerse comprender con gestos, paciencia y una dosis de buen humor.

El idioma ha sido una barrera dura. “No me entienden y yo no les entiendo”, cuenta con tristeza, ya que por eso perdió muchos clientes. Sin embargo, agradece a quienes se sientan a su lado a conversar o simplemente le sonríen. “Eso me alegra el día”, asegura mientras acomoda su mercadería.

APOYO

Simona no tiene una pensión ni recibe ninguna ayuda del Estado. Tiene su carné de Conadis, pero está desgastado. Vive solo de lo que gana en sus ventas. “Diosito me ayuda para vender alguito y comer”, cuenta. Su fe la sostiene en días difíciles cuando apenas vende 10 soles. De igual manera, su hija siempre está con ella para apoyarla.

La memoria comienza a jugarle malas pasadas. A veces no recuerda nombres ni fechas, pero conserva con claridad su deseo más firme: seguir trabajando con dignidad. “No quiere pedir limosna, solo vender y sobrevivir sin molestar a nadie. Yo lo que tengo es gracias a mi esfuerzo, siempre trabajé y ahora también me gusta hacerlo”, indica.

A su alrededor, otras dos mujeres mayores también venden en la calle. Se apoyan mutuamente, se cuidan y comparten lo poco que ganan. Hay días que intercambian comidas o también se apoyan vigilando el lugar o las cosas cuando alguna acude a los servicios higiénicos.

Ellas entre risas miran a Simona posar para las fotos y la alientan a que siga sonriendo como siempre lo hacen. “Ella es muy amable y graciosa, a veces cuando los clientes vienen enojados o no tienen paciencia porque no escucha, ella responde con chistes y no se amarga”, comentan.

Hoy Simona sigue ahí, en su rincón de siempre, pero no sale a vender todos los días, ya que “tiene que descansar”, usualmente lo hace los fines de semana. No pide limosnas ni apoyo, pero sí desea que todos tengan paciencia cuando compran a un adulto mayor, ya que por la edad pueden tener dificultades para escuchar o ver.

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