A sus 68 años, Pedro Bobadilla Marcani aún se siente un niño y la energía no se le acaba por eso continúa trabajando. Él vende helados en un carrito dado por la empresa en la que está y cada vez que ve a un cliente joven piensa en su hijo quien partió a la eternidad hace tres años.
Recuerda la muerte con tristeza, no entiende cómo de un día para otro, ya no estaba su retoño en su hogar, sino que ahora tenía que acudir al cementerio de Paucarpata para poder sentirlo. No le gusta estar en su casa para no sobre pensar y por ello decide todos los días salir con su carrito de helado.
LABOR EN AREQUIPA
Maneja y vende por la plataforma comercial de Andrés Avelino Cáceres, baja hasta el puente San Isidro donde tiene sus ‘caseros’ que siempre le compran. Poco a poco se le acaban las fuerzas y hay días que tiene que recortar la ruta por el cansancio, pero lo que destacan de él es su amabilidad y empatía.
Cuando alguien no tiene dinero, pero desea un helado Pedro no duda en dárselo y con una sonrisa les dice: “Para que no te quedes con el antojo”. Esto lo hace porque cuando era un niño sus padres no tenían recursos para comprar lo que a él le gustaba y tenía que quedarse con las ganas. Ahora todo cambió y no lo piensa dos veces para apoyar a su prójimo, ya sea un pequeño de cinco años o un adulto que a veces solo tiene para pagar por aplicativo. Pese a que hay días que vende solo productos hasta 15 soles, Pedro siempre estará predispuesto a dar lo poco que tiene.
ROBO
Hace unos meses Pedro fue víctima de la inseguridad ciudadana y mientras vendía sus helados le arrebataron el celular con la cuenta de Yape de la empresa donde trabaja. Recuerda que no solo perdió el móvil, también tuvo que pagar por los helados que vendió ese día por el aplicativo.
Sus almuerzos a veces solo es una papa, espera a acabar su día para irse a su casa a cenar con su otro hijo. No le gusta comer en la calle y tampoco le alcanza el tiempo para cocinar, ya que tiene horarios por cumplir en su trabajo.
HISTORIA
Pedro nació en Ayaviri, Puno, en una familia humilde. No tuvo la oportunidad de conocer a su padre porque falleció cuando era un bebé, fue su mamá quien tuvo que esforzarse el doble para sacar adelante a él y sus otros hermanos. Pese a que no tenían lo suficiente su progenitora siempre quiso que estudiaran.
Pedro solo pudo acabar la primaria y su idea era ingresar al Ejército y de ahí trabajar. Siempre procuró apoyar a su madre siendo apenas un niño, no jugó como los demás, pero sí sonreía cuando trabajaba para alguien, ya sea cargando cosas o limpiando zapatos. Ganaba apenas diez a treinta céntimos, pero era feliz al dárselo a su mamá.
Después sus hermanos lo trajeron a Arequipa por un futuro mejor, empezó a trabajar en construcción y desde sus 18 años hasta los más de 50 se dedicó a ello. Tuvo su familia, pero se separó de su esposa. Su trabajo le demandaba viajar a diferentes regiones como Tacna, Moquegua, Ica, Trujillo, entre más.
Hasta que el médico le dijo que ya no podía hacer fuerza por un problema en sus huesos. Sus sobrinos, nietos e hijos le prohibieron laborar e indicaron que se harían cargo de él. Sin embargo, perdió a su retoño y el quedarse en casa lo recordaba a él. Por eso agarró el carrito de helados para distraerse.
En los días buenos vende hasta 60 soles y él siempre está feliz, aunque haya malos días. Viaja constantemente a la sierra y el norte donde sus sobrinos, nietos lo esperan para darle amor. “Uno debe ser amable siempre, no sabes cómo o qué pueda estar pasando la otra persona”, es su mensaje.
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