El Valle del Colca está ubicado en al extremo noreste de la ciudad de Arequipa en la provincia de Caylloma, designada genéricamente como “Colca”. La vista de montañas erguidas e imponentes volcanes son parte de uno de los mayores destinos turísticos del Perú.
El valle del Colca se encuentra a tres horas y media de la Arequipa, donde el frío, sol y lluvias son parte de la aventura turística que ofrece además de interesantes paisajes naturales, cóndores y la majestuosidad de su flora y fauna.
A lo largo de la extensión del valle, con sus dieciocho distritos, sus profundidades de más de 1 mil 100 metros y sus cumbres de hielo perpetuo, aproximadamente a hora y media de Chivay, se encuentra el distrito de Cabanaconde, que alberga al Valle de Sangalle, ubicado en el corazón del cañón y en las riberas del río Colca.
Para lograr disfrutar de su clima cálido, vegetación abundante y terreno frutícola, producto del microclima de la zona, se tiene que hacer un descenso a pie de aproximadamente dos horas y media y en el que se apreciará parajes vistosos, como la roca de Troja-rumi, la catarata de Chuirca, la cueva de Layja-Machai, las estratificaciones rocosas de CostaoTalcca, entre otros.
PARAÍSO. En ese pequeño paraíso, de aproximadamente 1 kilómetro de largo, se encuentran tres hospedajes con servicios completos para los turistas que deseen disfrutar de buena música, vivencias, historia y cultura.
“Los primeros pobladores…”, comenta el Gerente del hostal Arequipa Lodge, Guillermo Cayani Valcárcel: “…fueron de origen preincas, y hemos encontrado restos arqueológicos en las orillas de las rocas que cubren este colorido paisaje”.
Los turistas llegan y van saludando agotados, pero con una sonrisa de recompensa en sus rostros por el paisaje que los acoge. El señor Cayani los recibe con una sonrisa afable.
Luego, continúa: “Ya son diez años en los que empezamos con este negocio, y gracias a la familia se ha ido sacando adelante”.
OASIS. La noche sorprende a sus visitantes. Es cielo está límpido y las estrellas adornan la penumbra; el cansancio no se hace esperar. Las risas se van apagando.
El retorno es difícil, no sólo porque dejas atrás un pequeño espacio donde la vida toma un giro diferente y las preocupaciones parecen desaparecer como llevadas por la brisa o quedando acalladas por el murmullo del río, sino también por el difícil ascenso que se alza a lo largo de la montaña, donde acémilas se convierten en el transporte de turistas agotados por el zigzagueante camino del oasis de las alturas.