El diario Correo nació cuando el periodismo mundial estaba en crisis. En 1962, recuerden, aparecen los primeros despachos de prensa sobre la presencia de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. Su ejército estaba enfurecido porque los medios solo transmitían, según ellos, “información distorsionada, miserable y violenta” de la guerra. A corresponsales como Martha Gellhorn, la legendaria periodista, le censuraban notas y titulares. El “Time”, “Life”, “The New York Times” estaban en el ojo de la tormenta. En ese momento de crisis, en una pequeña provincia de los Andes de Sudamérica nacía un periódico de dieciséis páginas: Correo. Y justamente para hacer lo que la guerra pretendía callar: la voz de los sin voz.

La historia es conocida y repetida.

Cuando salió el periódico, 23 de noviembre de 1962, hubo fiesta en la Calle Real, gritos, celebración. El tiraje al día siguiente de la primera edición fue de 31 869 ejemplares. Y desde ese día tomó distintos eslóganes: “Correo, un sol en todo el centro del país” (1963); “Correo, diario de la mañana” (1966); “Nuevo Correo, diario asignado a las organizaciones profesionales” (1975); “Correo, diario judicial” (1995); Correo (2023). Pero el apellido que mejor le queda ha sido “el diario del sello rojo”.

El estilo de Correo ha sido muy criticado.

Siempre. Su preponderancia policial, su tratamiento dramático, sus transcendidos burlones.

Quejas, amenazas y denuncias hemos recibido. Nada del otro mundo.

Lo que hizo este medio, gracias a la pericia y experiencia de sus directores y redactores (perdón por no enumerarlos) es mezclar estilos, escuelas, fórmulas que el oficio tenía desde hace mucho. A comienzos de 1895, cuenta Basadre, salieron publicaciones para criticar el gobierno de Piérola: “Si te pica, ráscate”, se llama uno, “El esqueleto del tuerto”, era otro.

Ese humor socarrón para criticar es el mismo que Correo imitó mucho tiempo después y perfeccionó. Y si de amarillismo nos han tildados, quizá sea una exageración cuyo honor no merecemos. Joseph Pulitzer se avergonzaría. Correo, por el contrario, tomó lo que en 1950 ya había hecho, por primera vez en el país, el diario “Última hora”, usar la jerga, la replana, para proponer un estilo propio.

Llegamos al 2023, época del “clickbite” y la inteligencia artificial. Hoy la lucha es por ganar más vistas, me gusta, o tráfico en la web, Correo va dejando poco a poco el papel y fortaleciendo sus flancos virtuales. Si sobrevivió a bombas y pandemias, ¿por qué no podría sobrevivir a algoritmos caprichosos?