En la región central, en pleno Siglo XXI, aún hay gente que practica rituales siniestros buscando ver a sus enemigos derrotados, fuera del camino, o lo que es peor, en el más allá; sino cómo se explica que muchos apelan al uso de la vela negra, las que colocan en los cerros más elevados o en los monumentos arqueológicos apartados.

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La Iglesia condena este tipo de prácticas porque considera que van en contra de los principios católicos y porque están asociadas con la maldad, por eso es que prohibió a los comerciantes de la periferia del Cani Cruz (Chongos Bajo), vender todo aquello que iba en contra de la fe cristiana.

En las alturas de Pazos (Huancavelica), Chupuro y Chongos Bajo (ambas en Chupaca), hay puntos escogidos por los brujos para sus ceremonias macabras. En ellas hasta arman capillas de piedra para encender las velas oscuras o, en su defecto improvisan altares para pedir por el mal de determinadas personas.

En Pazos, por ejemplo, un grupo de caminantes encontró al lado de una trocha dos velas negras derretidas, las mismas que estaban junto a unas fotografías. El camino, curiosamente, apunta a un monumento antiguo que está a unas cuadras arriba.

Y en lo más alto de Chupuro, en los restos arqueológicos de Coto Coto, un ciclista encontró hace unas semanas un cementerio de ofrendas con velas de diferentes colores, entre las que detectó varias capillas rudimentarias de piedra con velas negras.

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De la misma manera, los lugareños del paraje Viscas, en Chongos Bajo, hallaron en unas cuevas naturales los altares rústicos donde se velan a la muerte. La cera derretida de color negro es la muestra de lo que se practica en el sitio, del que se dice que es zona de pagos. Aquí, la quebrada está muy próxima a unas edificaciones arqueológicas.

Una visión académica

Para el antropólogo Carlos Cóndor, la vela negra representa la noche o la oscuridad, y está vinculada con los ritos fúnebres.

De la misma manera, explica que muchos escogen los restos arqueológicos apartados porque sienten que entran en comunicación con el inframundo, es decir con las almas de los gentiles en cuyas energías confían demasiado.

Para otro antropólogo como Víctor Marín se trata de costumbres arrastradas del pasado cuyos místicos se apoyan en los cerros elevados porque ven en ellos a los dioses naturales considerados apus. Agrega que detrás de lo que se consigue con estas ceremonias ancestrales solo existen coincidencias.

Remata señalando que no existe mucha bibliografía respecto al tema, cuyas raíces están en el pasado.