En una reciente declaración a los medios de comunicación, el líder político español Pablo Iglesias, que representa al partido de izquierda Podemos, afirmó contundentemente: “Sin poder mediático no hay futuro para la izquierda”. Estas  declaraciones, quizás pronunciadas como una manera de justificar la derrota electoral reciente, plantean una cuestión interesante y abren el debate sobre el papel del poder mediático en la era de las redes sociales.

Es innegable que las redes sociales han surgido como una fuerza poderosa, alterando la forma en que la información es producida y consumida. Por lo tanto, resulta pertinente preguntarse si estas plataformas ejercen realmente un poder tan influyente o no, como parecen manifestar los políticos europeos, quienes a menudo se quejan del rol mediático en países donde las redes sociales tienen una presencia masiva. ¿Acaso las redes sociales no son tan influyentes?

Antes de la llegada de las redes sociales, los medios de comunicación tradicionales, como la prensa, la radio y la televisión, ejercían un dominio absoluto sobre la opinión pública. Sin embargo, con el surgimiento de plataformas digitales como Facebook, Twitter, Instagram y YouTube, el poder mediático ha experimentado una diversificación. La gente consume información, lo que crea conveniente y en la hora que le parezca.

Es evidente que las redes sociales han democratizado la producción y distribución de información.

La gente se volvió en emisor y receptor al mismo tiempo. Este fenómeno ha desafiado la hegemonía de los medios tradicionales y ha amplificado la participación ciudadana en el espacio público y sobre todo en la política.

Cada día comprobamos que el poder mediático no se limita únicamente a las redes sociales. Los medios de comunicación tradicionales todavía juegan un papel importante en la formación de opinión pública. Y, los políticos deben aprender a navegar en este nuevo entorno mediático donde afecta a todas las corrientes ideológicas, desde la izquierda hasta la derecha y en todos los países. El Perú no escapa de esta realidad.