El actor y director cumple 50 años en las tablas. Cuenta que siente nervios antes de cada presentación y sostiene que la pandemia también cambió el teatro.
El actor y director cumple 50 años en las tablas. Cuenta que siente nervios antes de cada presentación y sostiene que la pandemia también cambió el teatro.

está nervioso. Este 2022 cumplió 50 años como actor, pero sí, confiesa que le tiemblan las manos cada vez que se abre el telón. “Siempre he sentido que si en algún momento me siento demasiado confiado, algo no está bien”, relata a pocas horas de presentar su monólogo Conferencia sobre la lluvia en el Teatro UPAO Víctor Raúl Lozano Ibáñez, en Trujillo.

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¿Cómo está Alberto Ísola? Leí que en Arequipa, no hace mucho, se sentía muy feliz.

Estoy bien, feliz. Tras dos años de pandemia ha sido un 2022 muy reconfortante, intenso, de regreso al teatro. Esta obra la hicimos primero de manera virtual, la grabábamos. Entonces, digamos que tampoco ha sido fácil.

¿Por qué?

Ha sido curioso, he cumplido 50 años haciendo teatro y cuando remontamos con una obra llamada Jugadores a comienzos de año, sentí el nerviosismo de siempre.

¿Aun teniendo 50 años en las tablas?

Eso no cambia (risas), sobre todo en las primeras presentaciones. Uno siente siempre una corriente del público y volver a eso ha sido maravilloso, pero también extraño porque es una obra donde estoy solo en el escenario.

¿Se siente solo en el escenario?

Sí, claro, pero es una soledad bonita porque la historia es muy bonita, porque el texto es muy bello y porque se crea una relación con el público muy particular. Es una experiencia maravillosa, pero extraño no solamente la compañía en el escenario, sino también la compañía en los camerinos. A mí me gusta la familia que se forma cuando uno hace teatro.

¿El público ve a un Alberto Ísola distinto en un monólogo?

Creo que es como construir cualquier otro personaje, pero la dificultad está por supuesto en que nadie me acompaña y que las personas que hablo en la obra, que el público tiene que poder ver no están. Tengo que ser muy preciso con cada uno de los personajes.

Permítame ahondar un poco más en el nerviosismo que dice sentir antes de cada presentación… Actuar es fingir, ¿no?

Entonces, tenemos que fingir bien para que parezca que es verdad. El cuerpo tiene una manera de reaccionar ante las cosas que no son verdaderas. En el escenario, eres otra persona a pesar de que eres tú.

¿La pandemia cambió el teatro?

Creo que sí. He tenido alumnos que normalmente no hubiera tenido porque vivían en otros lugares. Eso me pareció genial y es algo que no se debería perder. Sería muy interesante que una función a la semana se transmitiera por streaming para que la puedan ver todos. La pandemia también nos enseñó que había otras maneras de hacer teatro, pero también fue muy duro para mucha gente, pues nos dimos cuenta de la profunda precariedad de las instituciones en este país.

¿Se siente feliz también de que estos 50 años coincidan con estas giras?

Muchísimo. Me hice una especie de listita y me pregunté qué cosas quieres hacer ahora, y una de las primeras cosas era esa, trabajar fuera de Lima, conocer otras realidades escénicas. Me gusta mucho el empuje teatral que hay fuera de Lima, donde hay mucho desconocimiento de lo que se hace en el interior del país. Me nutre mucho poder trabajar fuera de Lima, me entusiama conocer otras realidades.

¿Somos también un país centralista en este aspecto?

Demasiado.

¿Cuánto daño puede haberle hecho este centralismo al teatro?

El mismo daño que le ha hecho a todo. Hace poco tuve un conversatorio en la universidad con Marco Ledesma, de Olmo Teatro (Trujillo), y Doris Guillén y Andrés Luque, de Artescénica (Arequipa), y las alumnas y los alumnos desconocían completamente lo que estaba pasando en el resto del país. Eso dice mucho de lo que pasa.

En Arequipa habló también de la ausencia de una formación humanista.

Me gusta de las nuevas generaciones lo pragmáticos que son, pero a veces extraño profundamente la mística grupal. Creo que es una época muy individualista y también extraño la curiosidad, el interés. Cuando empecé a estudiar, mi padre me mandó a la Facultad de Letras de la Católica, donde hice dos años, y es algo que siempre voy a agradecer porque me dio, además, una formación humanista muy fuerte y una curiosidad constante de aprender, de investigar.

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