El último 8 de marzo, en plena celebración del Día Internacional de la Mujer, una cantante de pop rock en Trujillo adoptó una decisión que tomó por asalto a muchos dentro de la llamada escena rock de esta ciudad. Ella utilizó su cuenta de Facebook para denunciar a otro músico joven por acoso y tocamientos indebidos, poniendo así sobre la mesa un tema que ha desnudado el mal hábito machirulo de los varones frente a las mujeres en cualquier parte del mundo. Fue una decisión valiente, sin duda, pero que abrió de inmediato un abanico de denuncias similares en la movida rock de Trujillo.
En las mismas plataformas sociales, estimulado por la denuncia de la joven artista, alguien habilitó un espacio para que más chicas que hayan sufrido esos casos cuenten testimonios similares. Era hora de romper el silencio, el pacto de hablar en voz baja. Y el resultado fue tumultuoso. Y muy ruidoso. Una retahíla de historias de acoso silenciadas por mucho tiempo empezaron a llegar. Los nombres de músicos, artistas y otros similares empezaron a ser mencionados en medio de testimonios duros.
Nada nuevo bajo el sol: lamentablemente los varones hemos crecido creyendo que la insistencia, la manito por ahí, las palabras subidas de tono y la persecución presencial y virtual es parte de la relación normal que el hombre debe procurar hacia la mujer. Pero no: mucho tiempo hemos ignorado cuánto ellas padecen y sufren por esa sistemática forma de encarar al sexo opuesto. Ha llegado la hora de parar esto. Y ellas ahora lo saben. Lo saben y lo reclaman.
En medio de esta salpicadura de denuncias en la red social fue aludido un talentoso músico trujillano que yo en particular he respetado mucho por su calidad y carisma. Me refiero a Beto Arancibia. El mismo artista aceptó haber cometido errores en un mensaje desde una de sus redes sociales. Arancibia ha dicho incluso, en ese mensaje de disculpas públicas, que ha decidido dejar la música de lado para dedicarse al apoyo comunal, al que ha estado también abocado.
La escena musical en general y rockera en particular no escapa a lo que ocurre en todos los ámbitos. Es rochoso e incómodo muchas veces porque en ciudades como esta nos movemos en camarillas y manchitas, y de pronto muchos no saben cómo actuar cuando a uno de los suyos los sindican de algún tipo de falta o agresión en contra de la mujer. A veces se silba al cielo o se mira de lado. Pero lo que queda claro es que hay que aprender a lidiar con eso, y nosotros mismos, los varones, empezar a exigirnos ser mejores, más empáticos con ellas. Debemos empezar a comprender que ciertas cosas que creímos “naturales” dentro de nuestra masculinidad, no son otra cosa que el padecimiento y la agresión para ellas. De hecho, no es una tarea fácil, pero es necesario cortar ese círculo vicioso.