Y sí, esto es cierto. Pero no es lo que realmente conviene para la salud del proceso de enseñanza-aprendizaje. Como les dije en ese momento, la universidad es, ante todo, la experiencia. La verdadera conexión.
Y sí, esto es cierto. Pero no es lo que realmente conviene para la salud del proceso de enseñanza-aprendizaje. Como les dije en ese momento, la universidad es, ante todo, la experiencia. La verdadera conexión.

Antes de terminar el ciclo le pregunté a los estudiantes de uno de los cursos que dicto en la Universidad Privada del Norte por su posición sobre el retorno a las clases presenciales, previsto para el próximo año. A diferencia de otros cursos que también dicto en esta universidad, buena parte de los estudiantes de dicha clase tenía ciertas reticencias con el retorno a las aulas. No sé si era por la forma de ser de este grupo en particular, o si ellos eran quizás más sinceros, pero la posición mayoritaria variaba en relación a otras clases, en las que se mostraban urgidos de volver.

¿Por qué tenían reticencias estos estudiantes? Una de las razones eran el trabajo, por un lado, pues la virtualidad les permitía trabajar o cumplir con las prácticas preprofesionales. Otro motivo era, por supuesto, la flexibilidad para las demás actividades propias de su vida personal. Algunos chicos y algunas chicas estaban en otras ciudades, incluso en otro país, y desde ahí se conectaban. En todo caso, proponían un retorno parcial, de modo especial para las clases prácticas.

Entendía las razones, pero no pude ocultar mi contrariedad ante ellos. “Yo, como profesor, también podría decir que me conviene seguir en la virtualidad”, les dije. “Ahora puedo estar en un hotel de Máncora frente al mar con una cerveza al lado y dictando esta clase. O puedo estar en mi casa, ir a ducharme en el break, prepararme un café o besar a mi novia”, les añadí.

Y sí, esto es cierto. Pero no es lo que realmente conviene para la salud del proceso de enseñanza-aprendizaje. Como les dije en ese momento, la universidad es, ante todo, la experiencia. La verdadera conexión. La virtualidad nos ha hecho aprender el dinamismo de las tecnologías puestas al servicio de la educación, es innegable; pero también nos ha desconectado en gran medida, aunque suene irónico. Es que, como ya lo dije en otro momento, en las clases virtuales estamos y no estamos a la vez, los distractores están ahí en la pantalla y alrededor, y nada asegura la verdadera comunión, aquello que ocurre frente a frente.

Esto, sin mencionar las limitaciones de la red, que no pocos estudiantes las padecen y que generan una frustración constante en el proceso.

Dos años hemos pasado con esta dinámica. Hubo aprendizaje, sin duda, pero también desconexión y dispersión. Me apena que muchos estudiantes estén egresando de este modo de la universidad. Hay cosas que solo la presencialidad puede dar. Y la universidad es también la convivencia juvenil y sus complejidades.