El virus toma la forma del amor
El virus toma la forma del amor

Escrito por: Omar Aliaga Loje

Hace días atrás vi a mi padre nuevamente, de manera presencial, después más de cien días. Había evitado cualquier forma de cercanía por precaución, sobre todo pensando en él más que en mí, pues además del tema de su edad está también su hipertensión. Pero esta vez no pude evitarlo debido a que era su cumpleaños y me insistía en que vaya a almorzar. Está bien, le dije, pero le advertí: “No te podré abrazar como lo mereces por tu día”. Y así fue. Aun así no me sentía tranquilo por él, y encima terminé llamándole la atención como si yo fuese su padre porque me contó que había recibido un día antes la visita de dos sobrinos y uno de ellos llevó a la enamorada. Al final me calmé, terminé pontificando sobre los riesgos del virus, pero me di cuenta que aunque lo haga, yo no vivo con él y, como con el resto de personas que conozco y quiero, eso no lo puedo controlar. Y ni ellos mismos: somos seres que no concebimos la vida sin los otros, sin nuestros afectos.

Un amigo y colega me decía recién que él hasta ahora no entra a la casa de sus padres. Apenas llega a la puerta y los saluda desde ahí. Parece extremo, pero es la única forma de reducir al mínimo la chance del contagio a los seres queridos más vulnerables.

Su caso, sin embargo, es la excepción a la regla. Desde que la cuarentena se levantó las familias se visitan, los amigos se frecuentan, los enamorados vuelven al amor físico y las reuniones en casa se hacen más frecuentes. No vamos a condenar ni recurrir a señalamientos, esto es hasta una reacción lógica después de más de cien días de confinamiento. Pero tal vez sea el momento de reprimir nuestros afectos, nuestra forma de querer bajo la vieja normalidad. El amor, paradójicamente, nos puede llevar a destruir a quienes más queremos en estos momentos. En La Libertad, desde que se levantó la cuarentena, ha crecido el número de casos de manera especial en los más jóvenes, los que tienen entre 18 y 29 años. Desde julio, mientras el segmento de población más adulta empezó a disminuir el número de contagios, la población juvenil más bien incrementó en cerca del 5%. Ellos son asintomáticos generalmente, y su letalidad está por debajo del uno por ciento, sin embargo son poderosos agentes transmisores, contagian con una alta carga viral. Los jóvenes, en estos momentos, están llevando el virus a sus casas, quizás condenando -sin querer y sin imaginarlo- a las personas que más quieren a una situación delicada.

Con la reapertura económica y el fin de la cuarentena el control de la pandemia ha quedado en nuestras manos de manera principal. Y los focos de contagio ya no están tanto en mercados y calles, donde generalmente -pese a todo- la gente se protege. Es en nuestros hogares donde está el foco ahora, porque ahí dejamos de lado las mascarillas, olvidamos la distancia social. Y el virus está ahí, muchas veces silencioso, en forma de amor.