Es precario y con poca pericia política y técnica, de esos que hemos visto en estos años de descentralización fallida.
Es precario y con poca pericia política y técnica, de esos que hemos visto en estos años de descentralización fallida.

Estoy de acuerdo con el punto de vista que dio hace poco, desde Twitter, el analista Gonzalo Banda sobre el gobierno actual: “Más que comparar el gobierno de con los regímenes del socialismo del siglo XXI, hay que compararlo con muchos gobiernos regionales donde algunos funcionarios sobreviven a escándalos graves hasta que se convierten en ‘periódico de ayer’. Radicalismo precario”.

En efecto, el gobierno de Castillo es como un gobierno regional precario y con poca pericia política y técnica, de esos que hemos visto en estos años de descentralización fallida. Un gobierno regional, pero ampliado a la realidad de un país complejo, lo cual agrava sus desatinos.

En varios gobiernos regionales, y también en los gobiernos locales, ocurre aquello que llaman “patrimonialismo”, es decir, el hecho de creer que los bienes, recursos y personas que son parte del Estado le pertenecen a aquel que ostenta el poder derivado de una elección popular o una designación de cargo público.

Actúan como si todo lo público fuera su chacra, es decir. Roberto Torres, el exalcalde de Chiclayo, empezó a caer cuando utilizó chofer y vehículo pagado por fondos públicos para recoger a sus hijas del colegio. César Acuña exclamó su célebre frase “Plata como cancha” en una reunión con sus alcaldes distritales y funcionarios en la que les explicaba cómo utilizar los recursos municipales para comprar votos para su reelección. César Álvarez llevó el asunto al extremo trágico: creyó que Áncash era su reino y que podía cometer crímenes con impunidad, al punto de eliminar a los oponentes que amenazaran u reino, “su” canon y “sus” obras millonarias.

Por supuesto que la corrupción no es solo un asunto regional, pero lo cierto es que es en las regiones donde la tecnocracia es ausente, donde se gobierna con suma improvisación, donde se carece de criterios técnicos para diferenciar lo público de lo privado, donde se gobierna con amigos, antes que con profesionales idóneos. Y eso es el gobierno de Castillo, o lo que pretende ser; es su rasgo más saltante.