¿Cómo podemos condenar los privilegios del caso “Vacunagate” si hay gente privilegiada que no cumple las normas como el resto y no le pasa nada?
¿Cómo podemos condenar los privilegios del caso “Vacunagate” si hay gente privilegiada que no cumple las normas como el resto y no le pasa nada?

¿Qué nos ha revelado el escándalo llamado “Vacunagate”? Pues lo que siempre hemos sabido aunque no siempre lo digamos con claridad: es decir, que en el Perú hay una clase con privilegios que siempre se puede saltar la cola y tener trato preferencial en relación al resto, una clase que está compuesta por empresarios, políticos, funcionarios y demás miembros de un grupúsculo con poder o con suficientes contactos.

En Trujillo eso, por supuesto, también ha ocurrido y ocurre. Si hablamos de política, antes era el Apra el de las argollas dentro del poder. Antes de que Acuña irrumpa en el escenario, durante mucho tiempo fueron los apristas los que monopolizaban los cargos, los puestos clave, los contactos e influencias. Y había empresarios y otros que necesitaban tener contactos apristas para lograr hacer uso de alguna cuota de poder. Quienes tienen más años que este periodista lo saben bien y mejor.

Hoy, eso ha cambiado. O mejor dicho los privilegios cambiaron de manos. Ahora son lo que yo en algún momento denominé los “Acuña Boys”, que también pueden ser las “Acuña Girls”. Gente que gracias al poder de César Acuña y su partido obtiene los privilegios que los demás solo miran desde lejos.

Aparte de la política, digamos también lo que es obvio: Trujillo ha sido siempre una ciudad clasista. Es cierto, quizás la llegada de inmigrantes emprendedores de otras provincias y regiones cambiaron las reglas de juego y removieron los cimientos de ese clasismo. Pero algo aún sobrevive. Por ejemplo, las intervenciones policiales que vemos a diario no llegan, ni por asomo, a las zonas residenciales exclusivas. Ahí hay juergas y fiestas y nadie dice nada. Es como si estuvieran en otra ciudad, en otro país donde no hay normas ni pandemia.

Una amiga en Trujillo me escribía hace poco totalmente decepcionada de su propio entorno: “Me quiero ir de este país de mierda en cuanto acabe la pandemia. Nadie cumple las reglas, nadie controla”. Y es que ella, como muchos otros que cumplen las reglas de esta nueva normalidad, ven cómo otros hacen lo que se les antoja impunemente y lo proclaman desde sus historias de Instagram, o desde sus publicaciones de TikTok.

Alguien me comentó en las redes sociales que hay que dejar que la gente se distraiga y sea feliz en medio de esta pandemia. Pero es que no estamos contra eso. ¿Cómo podemos condenar los privilegios del caso “Vacunagate” si hay gente privilegiada que no cumple las normas como el resto y no le pasa nada, y, lo que es más, nos restregan toda esa transgresión en la cara?

Esto no tiene nada que ver con el resentimiento y la envidia; esto tiene que ver con el concepto de ciudadanía, sociedad y democracia.

¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando estas argollas o privilegios de un sector sobre todos? ¿No era acaso la pandemia el momento para romper con todos esos atavismos?