Esta generación que acudió masivamente a recibir su primera o su segunda dosis es especial. Es la generación que jugó en la calle cuando niño, y que aprendió a jugar con videojuegos después.
Esta generación que acudió masivamente a recibir su primera o su segunda dosis es especial. Es la generación que jugó en la calle cuando niño, y que aprendió a jugar con videojuegos después.

Desde la madrugada, con veinte horas de anticipación, parados o en bancas en un tiempo interminable, durmiendo si era necesario con un trapo encima en la fría calle de este invierno en el que la esperanza tiene forma de una aguja inyectable. Los cuarentones y las cuarentonas esperaron este fin de semana desde hace varios días, las dosis de Pfizer y de Sinopharm han llegado de modo más lento en los últimos días y la ansiedad era inmensa, sobre todo cuando la variante Delta y la tercera ola están siguiéndonos los pasos.

Lo escribí ayer en mis redes sociales: “Encuentro una especie de rara belleza al ver las largas colas de la vacunación. Aunque no, en realidad no hay nada raro. Es simplemente la belleza de la vida. La vida que insiste. La vida que persiste. La vida que resiste”.

Es que sí, los cuarentonas y cuarentonas estaban ahí ocupando tres, cuatro, cinco cuadras. La Vacunatón. Esa ilusión del pinchazo en el hombro, aunque duela un poquito, un poquito más o un poquito menos.

Esta generación que acudió masivamente a recibir su primera o su segunda dosis es especial. Es la generación que jugó en la calle cuando niño, y que aprendió a jugar con videojuegos después. La última en jugar a la vieja usanza y la primera en jugar con la tecnología. La generación que grabó su música en casete o en CD antes de que llegara la música digital; la misma que creció tomando agua de caño y paseando en bicicletas, sin celulares y sin redes sociales, solo con el silbato labial y las llamadas con monedas y escaso tiempo desde un teléfono público hacia un teléfono fijo. La generación que creció viendo al “chino” haciéndose popular y arreglando el entuerto dejado por Alan García; que se hizo joven viendo a ese mismo “chino” corrompiendo al país hasta que tuvo que irse huyendo y renunciando vía fax.

Es una generación especial y que ha sobrevivido a un tiempo que hoy se ve lejano, y que recibió los nuevos tiempos dentro de la llamada aldea global, esa en la que cada vez que alguien estornuda del otro lado del mundo, pues también se siente acá. Eso hoy ha sido tan literal, que un virus que apareció en oriente terminó infectado al planeta. Y esta generación de cuarentones y cuarentonas, tan privilegiada y a la vez tan sufrida, puso el hombro este fin de semana de modo masivo.

Este periodista, como correspondía, también se sumó ayer a este ritual de vacunación. Fue un día memorable, llevé audífonos para escuchar canciones de rock mientras esperaba mi turno. Y el pinchazo en el hombro izquierdo fue tan rápido como tenue. Un dolorcito que se fue poco a poco. Era emocionante ver al personal de salud aplicado a la tarea, como si esa fuera la felicidad suprema. Me saco el sombrero por ellos. Al final, cuando abandoné el local de vacunación, tuve un nudo en la garganta: pensaba en los miles de liberteños que se fueron sin poder hacer este acto de resistencia. Por ellos, resistiremos. Seguiremos resistiendo hasta que se vaya del todo este maldito virus.