Nunca estamos preparados
Nunca estamos preparados

Lo que todos dicen cuando vemos las consecuencias del calor, la crecida de los ríos y hasta la salida del mar, es eso de que “no estamos preparados”. Sí, como de una obviedad se tratara, como si de algo inevitable se tratara.

En realidad, nunca estamos preparados. Lo verdaderamente nuevo sería que las calamidades que tanto se han venido anunciando en los últimos años hayan sido adecuadamente previstas y afrontadas. Que haya habido el cumplimiento genuino de esa palabra tan empleada pero nunca realmente ejecutada: prevención.

Como hemos podido comprobarlo, como podemos hoy comprobarlo, no ha habido contingencia alguna ante la calurosa arremetida del dengue en Tumbes o Piura, como tampoco la ha habido para el serio riesgo que conlleva la llegada del Fenómeno El Niño no solo en estas regiones sino en todas las del norte. No ha habido solución ni mucho menos prevención ante el oleaje que ha destrozado los balnearios y puertos de La Libertad.

Y la verdad es que la consecuencia de todo lo que hoy vemos es hasta lógica. Porque es esto lo que pasa cuando los gobernantes elegidos por el pueblo se preocupan más que nada en diezmar las arcas públicas en beneficio propio o en aprovechar lo que tienen de poder para sacarle provecho en favor de él y de sus secuaces.

La corrupción no solamente es un delito, es también un crimen de lesa humanidad. Captura hasta el alma de quien llegó al poder para servir a un pueblo, lo lleva a pensar en veleidades y descuida el interés de las grandes mayorías en aras de la satisfacción personal y de grupo. Es una forma de egoísmo llevada al extremo oscuro. Porque mientras el corrupto piensa en cómo birlarle los fondos al Estado, en cómo delinquir sin ser atrapado, deja de lado el rol de protección hacia los más desvalidos y más necesitados. Los deja ahogarse en medio del calor, del dengue y el horror del Niño.