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“Yo soy el esclavo de la Virgen”, dice don Juan, rompiendo en llanto. Acaba de perder a su hija y a su madre. Este año ha sido duro para él, aunque eso no le impidió caminar seis horas para ver la imagen de la “Virgen de la Puerta”.

Su historia empezó cuando tenía 22 años. Su hija -recién nacida-, fue ofrecida como “gitana” ante la Virgen, mientras él se ofrecía como “negro”. Todo para que salve a su pequeña que padecía de pulmonía. Todo para verla crecer. Pero, hoy, 52 años más tarde, llega a su altar sin ella. Falleció y no aguanta el dolor.

“Yo he venido a ver a la Virgen, como todos los años, pero esta vez le pido que no me desampare, porque aún tengo seis hijos. A pesar de que este año me quedé sin una hija y sin mi madre, quiero que me dé valor para salir adelante”, dice, mientras poco a poco sale de la iglesia y empieza su caminar a su carpa, ubicada en la Plaza de Armas.

Y es que así como don Juan, son miles las personas que se quedan en aquella plazuela, para que así puedan observar la famosa “Bajada de la Virgen”.

ACTO DE FE. Al llegar a la entrada de Otuzco, se observa cómo la gente llega de todos lugares del Perú. Hasta se puede observar uno que otro extranjero. Todos para llegar al día esencial de la festividad: el 15 de diciembre.

Dicha fecha, la Virgen pasea por el distrito seguida de miles de fieles que le rezan y le piden sus oraciones. Los gitanos y los negritos bailan y le cantan. Los dulces típicos y platillos son también otra costumbre en esta fiesta católica, la cual comenzó en el siglo XVII.

Dentro del templo, se ven a muchas familias que se cubren con su manto “milagroso”. Muchos testimonios dicen haber encontrado en ella una ayuda divina. Algunos salen llorando. Otros salen pensativos; como si el manto los hubiera hecho reflexionar sobre alguna acción cometida.

“Mi mamá me ofreció como gitano cuando era recién nacido. Estaba muy mal y luego de ofrecerme empecé a sanar. He prometido venir sin falta hasta los 15 años, por conmemorar la fecha en que se celebra y no pienso faltar a esa promesa”, dice el pequeño Luis, mientras hace su cola para cubrirse con aquel manto.

ESPERA. Los hostales están colapsados. La gente solo puede acampar en la plaza. “Ya es costumbre de nosotros ir a la plaza desde hace ocho años y espera acá el día que salga la Virgen y festejar en familia”, dice Elmer Aguilar, quien no se tomó la molestia de buscar un cuarto donde quedarse.

Todo queda listo para el día central de la fiesta y la gente no para de llegar. Las calles se llenan poco a poco de fieles, quienes se acomodan donde pueden.

A un día que inicie la procesión, todos los seguidores solo tienen una razón para caminar por horas y dormir en las calles: la fe. 

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