El viernes andaba por las calles de San Pedro buscando un lugar para comer (me había hecho tarde y la situación se ponía difícil) y me sorprendía cómo en plena tarde de un día de fin de semana me sentía solo, sin el bullicio acostumbrado, sin ese mundanal ruido de días como ese en la ciudad. (Foto: Municipalidad Provincial de Pacasmayo-San Pedro de Lloc)
El viernes andaba por las calles de San Pedro buscando un lugar para comer (me había hecho tarde y la situación se ponía difícil) y me sorprendía cómo en plena tarde de un día de fin de semana me sentía solo, sin el bullicio acostumbrado, sin ese mundanal ruido de días como ese en la ciudad. (Foto: Municipalidad Provincial de Pacasmayo-San Pedro de Lloc)

Por cuestiones circunstanciales me ha tocado estar hasta tres veces en la provincia de Pacasmayo durante el último mes, de manera particular en San Pedro de Lloc, su capital. Me gusta mucho ir al puerto, su caleta es encantadora y tiene una mística muy propia. Ni qué decir de sus casas antiguas alrededor de la playa. Y lo mismo ocurre con San Pedro de Lloc: una ciudad apacible que te adormece a través de abrazos cálidos, por decirlo de alguna manera.

El viernes andaba por las calles de San Pedro buscando un lugar para comer (me había hecho tarde y la situación se ponía difícil) y me sorprendía cómo en plena tarde de un día de fin de semana me sentía solo, sin el bullicio acostumbrado, sin ese mundanal ruido de días como ese en la ciudad. Era extraño. Por supuesto que conforme caminaba cerca de su plaza y alrededor del mercado, veía gente, pero todo seguía siendo apacible.

Para alguien acostumbrado a la vida agitada que le da además una profesión como la del periodismo resultaba inquietante, aunque eso suene a paradoja. ¿Nos hemos acostumbrado al ruido nuestro de cada día y a la no paz? Y no es que San Pedro de Lloc sea un pueblo fantasma y carente de servicios primordiales. El problema, digamos, era yo.

Pero es necesario ese solaz de apacibilidad. Quizás uno nunca mira de verdad alrededor y a sí mismo como cuando está en esa situación. Y entiendo que la pandemia tranquilizó aún más a una ciudad que de por sí ya era tranquila. De cualquier forma, la capital de Pacasmayo es un punto de relajamiento para cualquiera, un remanso en medio de la turbulencia. Y ese es su encanto.

Eso sí, a la salida de San Pedro de Lloc y en el trayecto que nos lleva y nos trae en el valle Jequetepeque, las paredes ya han empezado a hacer ruido. Algunos aspirantes de las próximas elecciones ya están pintando los muros en los caminos. Y eso sí que romperá el silencio sampedrano y del resto de pueblos. Sin ninguna duda.

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