Pedro escucha con atención la pregunta. Lleva puesta aún la corona de espinas y su rostro y vestuario continúan manchados de rojo. ¿Qué te motiva a seguir interpretando el papel de Jesucristo? “Solamente Dios”, responde, “estas son cosas de Dios y son cosas para él, nada más”. Su voz, por cierto, tiene la seguridad de un joven de 23 años que, desde hace más de 10, forma parte del elenco encargado de escenificar el Vía Crucis en el distrito de de Reque, en una demostración de fe y suma devoción.

Sin embargo, Pedro Pérez Mendoza no es el único. Más de 100 niños y jóvenes recanos se preparan con meses de anticipación para llevar a escena la pasión y muerte de Jesús en Chiclayo. Su entrega ante el público es notable y logra conmover a los miles de visitantes que llegan al distrito durante Semana Santa. Correo reúne aquí algunos testimonios de quienes viven muy de cerca, y tras bambalinas, esta ferviente tradición.

PEREGRINAJE. Como cada año, una multitud sigue a los jóvenes actores desde la parroquia San Martín de Thours hasta el cerro Las Delicias, donde tiene lugar la crucifixión, en Chiclayo. Esta vez, un contingente policial se encarga de poner el orden y evitar cualquier contratiempo. Incluso, efectivos de la Policía Montada, vestidos como soldados romanos, se integran a la escenificación. Y al tanto de todo lo que ocurre en el camino, se encuentra Augusto Martínez Ibáñez, organizador de la actividad.

“Hace 27 años, con el padre Víctor Díaz (antiguo y recordado párroco del distrito), hacíamos siempre una peregrinación por todo lo que es el circuito muchik, pero entonces surge la alternativa de vivir una experiencia mucho más reflexiva y decidimos preparar esta representación, primero solo en Viernes Santo, pero poco a poco se ha ido ampliando”, narra Augusto Martínez.

Comenta también que al principio fue difícil romper con la tradición de este peregrinaje desde Reque hasta Monsefú, para en lugar de ello, reunir a todo un elenco de jóvenes y prepararse arduamente por tres o cuatro meses.

“Muchos iniciaron siendo niños, ahora tienen más de 20 años, son profesionales y, sin embargo, no pierden el deseo de ser parte de este momento, algunos incluso se acercan y te cuentan que su madre que estuvo grave se sanó, y entonces te dicen: quiero agradecerle a Dios y cargar este año la cruz; se sienten tocados por el Espíritu Santo”, afirma el organizador, quien además resalta el trabajo de la Comunidad Juvenil Cristiana, asociación con 29 años de existencia.

PASIÓN. Una joven María, toda vestida de negro, solloza frente a su hijo postrado y herido, con la cruz al hombro. Un grupo de niñas, mezcladas entre el público, no pueden evitar quebrarse en llanto al presenciar la escena que se vive en Chiclayo. María se acerca a Jesús y le acaricia el rostro. De pronto, el látigo de uno de los centuriones estalla contra el piso y anuncia que el recorrido hacia “Gólgota” ha comenzado.

“Si hacemos esta actividad cada año es, precisamente, para recordarnos que hubo alguien que dio su vida por nosotros, para enseñarnos a vivir como hermanos, pero hay gente que no quieren que se lo recuerden, que se mundaniza”, expresa el actual párroco de Reque, Pedro Vásquez Reaño, quien dirige los momentos de oración durante cada una de las 14 estaciones del Vía Crucis, a medida que los participantes se dirigen al cerro Las Delicias. La llegada a dicho lugar, marca el inicio del momento más intenso: la crucifixión de Jesús y las siete palabras que pronuncia en la cruz.

ACTO DE FE. Una vez terminada la escenificación, la madre de Pedro Pérez Mendoza observa cómo su hijo se toma algunas fotos con los visitantes, todavía conmovidos. El joven, naturalmente, se muestra exhausto, pero también tranquilo y satisfecho con lo logrado.

“Ingresé hace como 13 años, primero como parte del pueblo, después interpreté a un sacerdote, luego a Caifas y finalmente a Jesús, papel del que estoy a cargo desde hace 4 años”, relata Pedro, quien se queda pensativo por unos momentos cuando se le pregunta por lo que significa para él desempeñar este rol. “Significa mucho sacrificio”, dice, tras una breve pausa.

Similar sentimiento es el que comparte Jimena Arbulú Carrión, quien forma parte del elenco desde que tenía 4 años y actualmente es la encargada de dar vida a María, madre de Jesucristo.

“Nosotros no hacemos un teatro”, recalca Jimena, “nosotros evangelizamos convirtiendo la palabra de Dios en una escenificación, transmitiendo la palabra viva”.

En resumen, es esta devoción la que une al grupo de jóvenes que cada año dan lo mejor de sí por mantener vivo este acto de fe y tradición. Incluso haciendo algunos sacrificios, como menciona Pedro Pérez mientras su madre, una vez terminado todo, lo observa, notoriamente aliviada.

“En mi casa ya no querían que vuelva a interpretar el papel”, confiesa el joven, quien comenta que su madre se preocupa al ver el realismo con que se interpretan muchas de las escenas. No obstante, reitera que su fe y agradecimiento lo empujan a continuar. “Si uno quiere seguir a Dios, lo tiene que dejar todo”, concluye.

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