Lambayeque: El eterno amor de madre y la lucha contra la soledad en el asilo de ancianos
Lambayeque: El eterno amor de madre y la lucha contra la soledad en el asilo de ancianos

En . Con su sombrero rojo adornado por un listón de lunares multicolores y su conjunto rosado, impecable, la señora Evangelina Vertiz Palomino no podría verse más guapa.

Tanto ella, como las otras 28 mujeres que son atendidas en el Hogar San José de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Chiclayo, han adelantado las celebraciones por el Día de la Madre y un grupo de escolares han llegado hasta el lugar para compartir un momento de música y baile.

Doña Evangelina no tiene reparos en invitar a bailar a cuanta persona se le acerque, con una sonrisa transparente y contagiosa que vuelve imposible la negativa. “Soy de Pacasmayo, del puerto de donde se saca el rico pescado”, dice cuando le preguntan por su ciudad de origen, para luego soltar una risa breve y cómplice. Es la más entusiasta bailarina del grupo y el homenaje preparado por los alumnos de la Institución Educativa 11057 “San Lorenzo”, le ha caído como anillo al dedo.

Sin embargo, luego de lucirse con un movido huayno, la señora Evangelina se sienta un momento y es a través de sus ojos brillantes que se puede adivinar también un rastro de nostalgia.

Cuando la música termina y es hora de ir a comer, alguien le pregunta por su familia. Un silencio antecede la respuesta.

HERMANITAS. La madre superiora Sor Asunción Rodríguez Flores es quien dirige la institución que hoy alberga a 65 adultos mayores.

Con evidente tristeza, ella reconoce que si bien en el Hogar San José, que hace poco inauguró sus nuevas y amplias instalaciones, se hacen todos los esfuerzos para brindar una atención adecuada, apenas un 10% de los familiares realizan visitas continuas a sus ancianitos.

“Desgraciadamente los abandonan, nosotros podemos darles vestido, comida, pero el cariño familiar no lo podemos reemplazar”, expresa la madre superiora.

Asimismo, menciona que pese al moderno local con el que cuentan ahora, todavía requieren apoyo con pañales, productos de primera necesidad, productos de limpieza, entre otros materiales. Esto sin contar los elevados montos que pagan por el servicio eléctrico y de agua potable, por lo cual hace 4 meses pidieron apoyo a las autoridades ya que hasta la fecha el hogar existe gracias a la caridad.

VIVENCIAS. Más allá de las dificultades, que nunca faltan, el asilo de ancianos persiste como un santuario de reposo para varones y mujeres que demuestran ser más fuertes que la soledad, el olvido y la tristeza.

Un ejemplo de ello es Hilda Olazabal Pizarro, quien a sus 96 años, “por si acaso”, mantiene una lucidez envidiable. Ella lleva un año en el hogar y aunque nunca se casó, mantiene un cariño inmenso por sus sobrinos. Y si algo le causa tristeza en medio de los días que comparte con sus amigas, es ver que muchas de ellas no reciben la atención debida por parte de sus hijos.

“Varios vienen a visitar por el Día de la Madre, pero muchos otros no, y eso es lo más triste, y nos entristece a todos, tratamos de consolar a esa persona, pero muchas veces no se puede”, refiere.

Hilda trabajó como enfermera y cuenta que luego de varios años de servicio, tuvo que afrontar la muerte de su madre y sus hermanos, tras lo cual optó, de forma voluntaria, por ingresar al asilo de ancianos.

En medio de la celebración anticipada por el Día de la Madre, otra de las que se anima a conversar es Sara Salcedo Farfán, de 78 años, quien llegó muy delicada de salud al refugio de las hermanas.

“Este es el mejor de los días, las madres son unas joyas para los hijos y contar con una madre es algo invaluable. Hijos que a veces no quieren a sus madres, no saben lo que se pierden”, señala.

MADRES ESPIRITUALES. Sus amigas bailan. La señora Evangelina prefiere tomarse un merecido descanso y solo mirar. Dice sentirse muy contenta y engreída en el Hogar San José, a donde llegó por decisión de sus familiares.

Aclara, no obstante, que sus hijos, quienes viven en Pacasmayo, vienen a visitarla cada mes. Y pese a esto, cuando se le pregunta por cuántos hijos tiene y cuánto tiempo lleva en el asilo, su memoria le juega una mala pasada.

“Vaya, ya lo olvidé”, dice luego de una pausa y antes de volver a reír con picardía. Se reúne con sus amigas y siguen caminando al comedor, dejando el patio donde bailaban, vacío y en silencio.

Antes de culminar la mañana, es Sor Asunción quien hace una última reflexión sobre lo que significa este día para los mayores que viven en el Hogar San José. “El papel de una madre es enseñar, educar, entonces creo que somos como madres espirituales para ellos”, concluye la superiora.

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