Minutos antes del asesinato del rondero José Napoleón Tarrillo Astonitas (50), cuatro desconocidos llegaron a su pequeña bodega, ubicada en el caserío El Mirador, en Chongoyape, región Lambayeque.
Tras pedir cuatro cervezas, los sujetos aprovecharon el primer descuido de su víctima para golpearlo, atarlo de manos y pies, y luego asfixiarlo con un cable hasta dejarlo sin vida.
La viuda de Tarrillo Astonitas señaló que, días antes del crimen, su esposo recibió amenazas de muerte por proteger el área intangible de la Reserva Ecológica de Chaparrí de las constantes invasiones. Un destino fatal también tuvo el dirigente de las rondas campesinas del distrito fronterizo de San Pedro de Putina Punco, región Puno, José Santos Ccamapza Paxi (43), cuando fue ultimado de un disparo en la cabeza en el interior de su vehículo, en diciembre.
Ya en agosto del año pasado, Ccamapza Paxi logró burlar a la muerte cuando encapuchados dispararon contra su unidad. Tras denunciar el hecho, el rondero indicó que extraños, que se dedican al narcotráfico, pretendían callarlo. Sin embargo, aseguró no tener miedo de morir por su pueblo. Y así fue.
DESPROTEGIDOS
El coordinador nacional de las Rondas Campesinas, Hortencio Julcahuanca Orozco, indicó que, pese a haber transcurrido varios días de los citados crímenes, las investigaciones policiales para capturar a los responsables no prosperan. Julcahuanca Orozco señaló que solo en Lambayeque existen alrededor de ocho mil ronderos que dejan sus chacras y sus tierras para organizarse con sus propios recursos y mantener vigiladas a sus comunidades.“Hay delincuencia y la Policía no hace nada por la seguridad, pese que es su competencia. Nosotros trabajamos para solucionar problemas de forma inmediata, pero en muchos casos no tenemos el apoyo de las autoridades. Las rondas luchan por el anciano, el niño y la mujer”, dice el dirigente.