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“La vocación para ser escritor tiene que ser sumamente firme, creer en uno mismo, tener fe y pasión por la palabra, la imaginación”, señala el reconocido autor peruano de raíces japonesas Augusto Higa Oshiro al hablarnos de Todos los cuentos (Editorial Campo Letrado), su reciente libro que incluye los clásicos La casa de albaceleste, El equipito de Mogollón, Que te coma el tigre y dos inéditos, El sueño y Sonatina a la hora celeste.

Higa, de 68 años, nos recibió en su casa en Surquillo y nos habló de su gusto por escribir historias sobre sus ancestros japoneses, del reconocimiento tardío a su obra y de lo difícil que resulta elegir como vocación ser escritor.

¿Por qué quiso escribir historias sobre inmigrantes japoneses en Perú?

Cuando tenía 20 años sabía que tenía que escribir esto. Nunca antes pude. Probé, experimenté, pero se me quedaba. Empecé a escribir cosas más inmediatas, como El equipito de Mogollón, La toma del colegio, Corazón sencillo, que me gustaban, pero no significaban que estaba socavando toda mi creatividad. Cuando escribo cuentos sobre la comunidad japonesa en Perú es ahí donde me desarrollo mejor, donde mi instinto y creatividad sale mejor, al extremo que te podría decir -y me lo han dicho- “son los mejores cuentos que hay en este libro”, porque lo he vivido, está en mi sangre, en mi inconsciente; son personajes más intuitivos.

¿Sus cuentos son un tributo a sus ancestros japoneses?

Parcialmente. Aparte del tributo a mis ancestros, también hay que destacar el lenguaje popular de los otros cuentos. El estoicismo de Corazón sencillo, un cuento en el que un personaje sufre mucho y finalmente sube al cielo, La casa de albaceleste es un cuento extraño porque es la aventura de un extranjero que se extravía en un pueblo norteño y quiere dar felicidad a los hombres y para eso funda un burdel. En este pueblo no aceptan sus propuestas. Los moradores lo asaltan y matan. Está escrita en el Perú y la crisis de los 80, donde había grandes matanzas en el norte y centro del país. Pero la violencia es sofisticada, estilizada, no es violencia bruta. Está basada en la matanza a los periodistas en Uchuraccay.

¿Cuál es la problemática que enfrentan los escritores nuevos?

El problema principal es publicar sus obras y luego no tener la acogida. No es fácil. Siento que se está escribiendo más y mejor. En este nuevo grupo van a haber novelas mucho mejores que hace 20 o 30 años, incluyendo las de Mario Vargas Llosa. El mercado es muy amplio, ojalá que haya buenos escritores. Hay gente que ha publicado cuentos o novelas, están sobre los 30 o 35 años, pero no son sus obras capitales, sino adelantos de lo que más tarde coronarán con una obra importante.

Usted ya publicó su obra maestra...

Claro. Yo ya estoy en una etapa otoñal, declinante. Creo que sí, pero en los últimos años con La iluminación, Gaijin, los cuentos. Está ahí lo mejor. Yo me siento realizado, lo que venga después es una yapa o añadido.

¿Qué significado tiene para usted que le digan: Augusto Higa Oshiro, el orfebre de la palabra?

Una satisfacción, un elogio. Aunque se da de una manera tardía; se dio al final. Quizás hubiese tenido más resonancia veinte años atrás. Mi literatura hubiera podido avanzar un poco más. Bueno, ya llegó, estoy feliz de la vida, sigo trabajando de la misma manera.

¿Por qué llega tarde ese reconocimiento?

El problema era, y es probablemente de todo escritor, cómo conciliar la obra literaria con la vida personal, porque la obra literaria no te da para comer. Uno tiene la tendencia de escribir poco, no ser un profesional. A medida de que no hay continuidad, no hay reconocimiento. Si escribes cada dos o tres años, tienes constantes enfrentamientos con el público, pero desgraciadamente yo no pude. Tenía que trabajar. Un amigo decía que nosotros éramos escritores ocasionales. Pasaron seis o siete años entre los lanzamientos de mis libros.

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