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El argentino Eduardo Sacheri llegó al Perú para presentar su reciente libro La noche de la Usina, ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2016, y donde narra a manera de thriller la revancha que toma un grupo de hombres del poblado de O’Connor tras haber sido estafados por el pícaro Fortunato Manzi. El guionista de la oscarizada película El secreto de sus ojos (2010) nos contó además por qué disfruta más su reconocimiento como novelista que como escritor de historias para el cine.

¿Por qué en La noche de la Usina le da la condición de justicieros a estos vecinos que deciden robarle a la persona que los ha estafado? 

En general, me gusta hacerme preguntas con lo que escribo. O a lo mejor me hago preguntas y escribir es una manera de responderlas promisorias e incompletas. ¿Si tuviera que decirte si estoy de acuerdo con mis protagonistas? No lo sé, no sé si me atrevería a hacer algo así, y tampoco sé, en el caso de decir que no, que no me atrevería por motivos morales; no hay que robar ni siquiera a un estafador o por miedo a ser descubierto y encarcelado. Me gustan mis libros con personajes pequeños tomando decisiones. En este caso, tomando la decisión de cometer un delito frente a alguien bastante más poderoso que ellos.

¿Qué preguntas te hacías mientras escribías el libro?

Creo que la pregunta central era: ¿qué es lícito hacer frente al maltrato? La época en la que está situada la novela, Argentina de 2001 y su gravísima crisis económica y el “corralito” incluyen como dos maltratos sucesivos, uno institucional -la imposibilidad de sacar el dinero de los bancos y luego la terrible devaluación-, y después, en este caso, un pícaro (Fortunato Manzi) que conoce que eso se viene y los estafa, y los deja aún más empobrecidos. La crisis de 2001 en Argentina la sufrimos todos y nos formulábamos preguntas como hasta dónde debíamos tener paciencia, irritación o desquite.

La crisis argentina sucedió en 2001, ¿por qué recién escribes sobre ello? 

No me saldría escribir una novela que tenga un contexto histórico en la actualidad. Siento que no tengo perspectiva, que no conozco suficiente lo que está sucediendo hoy; mi mirada sería sesgada, recién lo pensé entre 2013 y 2014. En Argentina sigue dando vueltas esta crisis en el imaginario, en las pesadillas y en el discurso político. El 2015 fue un año furiosamente electoral, se jugaba si después de doce años el kirchnerismo seguiría en el poder o iba a haber una alternancia. Y ambos opositores agitaban la cuestión de 2001 como la gran pesadilla que podía ser consecuencia del voto equivocado. Sigue siendo una imagen fuerte la de los bancos cerrados, gente golpeando ventanas, represión policial, saqueos, el presidente (Antonio) De la Rúa renunciando. Todo ese conjunto es una pesadilla colectiva que está agazapada.

¿Por qué el campo es visto por los protagonistas, Fontana y Fermín Perlassi, como el futuro de una vida llena de sosiego? 

Porque, más allá del tiempo que transcurre, hay en mi país un mito de fundar riqueza y prosperidad que tiene que ver con el campo, con esa llanura fértil que ocupa la tercera parte del territorio y que a los argentinos nos genera una enorme sensación de seguridad -no importa si es o no cierto, o si beneficia a todos-; hay como una garantía de opulencia que los argentinos atribuimos no a la minería, comercio o industria, sino nos genera un enorme orgullo explícito tácito esa llanura fértil, sus cereales y sus carnes. Ahí siempre hay un futuro, por eso estos dos pelagatos (risas) dicen “el futuro está en el campo”. Me gustaba que compartieran esa ingenua certeza.

¿Cuál fue tu sentir al conocer que eras ganador del Premio Alfaguara de Novela 2016? 

Me puso enormemente feliz, lo había intentado con otras dos novelas anteriores. Es un premio que considero muy limpio, lo habían ganado libros estupendos y autores reconocidos. Yo había participado en un proyecto que ganó un gran premio como es la película El secreto de sus ojos, que ganó el Óscar el 2010, pero como yo en el mundo del cine me siento un invitado, me gusta ir y volver, sentía que ese gran premio era enorme, pero no tenía tanto que ver con mi vida como escritor. En cambio, el Premio Alfaguara es un galardón a un libro, absolutamente literario. Además que el libro se publique en toda América Latina y España te da una inmensa oportunidad para que más lectores te conozcan fuera de tu país; claro, hay tantos libros y autores que probablemente uno pase desapercibido.

Has dicho que recurres a tu biografía como combustible para inspirarte... 

Sí, por un lado (Ernest) Hemingway decía que uno debe escribir sobre mundos que conozca. Coincido. Mundos que conozca en algún punto. Yo nunca viví en un pueblo distante a 500 kilómetros de Buenos Aires, pero conozco la siesta de mi propio suburbio; ahí están esas cosas que uno puede extrapolar sin tanto riesgo. Por otro lado, nuestra memoria emotiva de las cosas también es un combustible. La angustia y desorientación de mis personajes frente a la crisis de 2001 también es un recuerdo de mi propia angustia de profesor de Historia con hijos pequeños preguntándose ahora qué hago, cómo le doy de comer a estos chicos. Esos aspectos de mi biografía pueden alimentar lo que escribo.

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