Ha publicado, entre otras novelas, La furia de Aquiles, La risa de tu madre,  La semana tiene siete mujeres y Madrugada. Su libro Traducciones peruanas reúne gran parte de sus artículos en el diario El Comercio. (Foto: Jorge Cerdán)
Ha publicado, entre otras novelas, La furia de Aquiles, La risa de tu madre,  La semana tiene siete mujeres y Madrugada. Su libro Traducciones peruanas reúne gran parte de sus artículos en el diario El Comercio. (Foto: Jorge Cerdán)

“Machista con hijas” fue el nombre del podcast que el escritor Gustavo Rodríguez hizo para explicar cómo desaprender y cambiar una mentalidad machista. Como era de suponer, el podcast terminó convertido en un libro editado por Grijalbo. 

“Lo he dicho alguna vez en el libro, y previamente en el podcast, esto es una bitácora de mordidas de lengua, es decir, de aprendizajes -un poco a golpes-, porque es una larga rampa no saber que eres machista, hasta darte cuenta probablemente que sí lo eres”, sostiene el también comunicador.

¿Qué no te estaba dando el formato virtual y te animó a llevar el podcast a un libro?

No se trata de que el podcast tenga un defecto y que, por lo tanto, un vacío que yo deba llenar, sino que hay mucha gente que no está habituada al mundo de podcast y que prefiere leer los contenidos en vez de escucharlos. De ahí viene la necesidad de adaptarlo al libro, y no fue muy difícil porque escribí el contenido de manera literaria y testimonial.

Al no ser un nativo digital, tu público natural es el que te lee más que el que te escucha…

Efectivamente. La gente me lee o me ha leído muchísimo más de lo que me escucha evidentemente. El libro era un espacio natural en el cual, el contenido del podcast, tarde o temprano tenía que caer.

¿Qué me puedes decir de la experiencia del podcast?

Me generó cierta inquietud saludable, porque ese es mi estado frente a las situaciones que desconozco y que pueden ser excitantes o intimidantes, pero una vez que lo viví, lo produje, y finalmente salió. Me di cuenta que el podcast es una continuación natural de una tecnología que nos ha acompañado desde antes de que naciéramos: la radio.

¿Este es el camino para los escritores de tu generación? ¿Abrir las posibilidades e incursionar en el registro sonoro o audiovisual?

Mi generación es una ‘generación bisagra’ y, como en tantos otros aspectos, creo que nos estamos animando a dejar el soporte tradicional que tuvimos, que además estaba recubierto de cierta honorabilidad o prestigio, olvidando que antes que existiera la literatura en papel, ya existía la literatura oral. Los escritores ahora tenemos que aprovechar los formatos que están a nuestro alrededor.

Es decir, las posibilidades que nos brinda la tecnología en la palma de la mano…

¡Exactamente! Si hay una gran audiencia que quiere escuchar tus historias o tus reflexiones y no tiene tiempo para leerlas, puedes darle tu palabra a través de las ondas o las redes o puedes escribir tu ficción o tus ensayos de manera documental en plataformas de streaming. Estoy seguro que si (William) Shakespeare hubiera nacido en este siglo, estuviera escribiendo para HBO, definitivamente.

¿Tu generación se ha estado resistiendo un poco a estas posibilidades?

Creo que nos hemos estado dejando llevar por la comodidad de lo que conocemos. Yo empiezo a ver, en mis lectores, que cada vez más jóvenes posan más su mirada en la pantalla que en papel. Parte de ser escritor es tener una sintonía con tu entorno. Finalmente, yo no creo que se debe categorizar a la literatura según los soportes, porque lo que hay es buena y mala literatura, independientemente del soporte. Con esto voy a contradecir a (Marshall) McLuhan, cuando decía que el medio es el mensaje, porque lo que queda es la historia -buena o mala- en el soporte que sea necesario.

¿Ya te sientes como ‘pez en el agua’ en el entorno digital?

No tanto. Ya que aludes a la frase ‘pez en el agua, creo que soy un anfibio todavía, porque cuando me siento a escribir un proyecto, yo vuelvo al papel y a mi lapicero en la mano, todavía estoy muy aterrizado en cómo se escribía en el Siglo XX. Lo tengo clarísimo: soy un anfibio, en términos tecnológicos.