El Restaurante Don Guiseppe nos lleva a evocar instantes de la infancia y sobremesa familiar.
El Restaurante Don Guiseppe nos lleva a evocar instantes de la infancia y sobremesa familiar.

Los rituales familiares son discretos, pero vitales. Se fijan en las marmitas de nuestra memoria y, según el filósofo Byung-Chul Han, hacen habitable el tiempo, como si fuera una casa. Ordenan el tiempo y de este modo hacen que tenga sentido para nosotros. La desaparición de los rituales nos ahoga.Son la recuperación de espacios que creíamos perdidos y la instauración de nuevos rituales; las razones por las que sentimos todos los que visitamos el Restaurante Don Guiseppe, esa mezcla de regreso a nuestra primera infancia, familiaridad de sobremesa casera y esa tan entrañable sensación de protección que cuando hijos el afecto de nuestros padres nos arropó siempre.                                                                                         Todo eso genera visitar a Juan Hernández (Don Guiseppe)  y Lidia Siles en esa esquina eterna en la Punta, Callao. Donde el primer bocado del pan con pejerrey nos convierte en un sabor crocante, marino y cítrico en medio de la nada. El mundo en silencio por unos segundos y al aterrizar caemos en cuenta que estamos de nuevo en los años 70, en una taberna de italianos en el Callao donde Don Guiseppe nos recibe en tirantes y su esposa Lidia con una sonrisa infinita como el mar.

Lidia tenía sólo 12 años cuando vio por primera vez a Juan, en un restaurante cerca del puerto Salaverry en Trujillo, donde llegaba como pescador: “tenía el cabello largo y castaño, era alto y llevaba pantalones pitillo”. Algunos años después cuando ya ella tenía 16, él regresó para llevársela al Callao. Se casaron en La Punta y caminaron desde la entrada del distrito hasta la playa, en el camino todos los vecinos saludaban y tiraban arroz, mientras veían a su hijo predilecto en el día mas felíz de su vida.                                                                                             Juan dejó de pescar el día en el que la artritis le impidió seguir torciendo cabos,  y junto a Lidia y sobre todo gracias a esa terquedad heredada de su madre Anita Piminchumo, iniciaron hace mas 30 años la historia de uno de los restaurantes más importantes del Perú. Fueron cebiches norteños, tallarines rojos, arroces con pollo, escabeches y pejerreyes sudados, las primeras cartas de presentación aún en un puesto playero del Malecón de La Punta. Luego por las tardes, postres de olla como arroz leche, champús  y mazamorras moradas.

más historia. Fueron tres veranos y tres inviernos, hasta que un 8 de setiembre de hace 25 años llegaron a la esquina donde hasta ahora juntos, tras 51 años de casados, con 5 hijos, 9 nietos y un bisnieto sostienen unos de los templos de la cocina chalaca.

Además del pan con pejerrey, del cebiche de vela, de cabrilla o del pescado más fresco del día, del chupe de pescado con papa amarilla y orégano, su carta se sostiene en preparaciones recurseras e ingeniosas creadas en faenas de pesca o inspiradas en la memoria de la cocina de puerto; pero lo que nos conmueve realmente es que con esta pareja de artistas del mar y la cocina, se vuelve a creer en las parejas de toda la vida, no las de cuentos de hadas sino las que se construyen todos los días. El maravilloso bocado del pejerrey crocante es un pretexto para volver a creer. Don Guiseppe sueña con dejar un negocio a cada uno de sus hijos. No se ha dado cuenta lo que junto a Lidia les dejan. Si el Callao fuera una persona, se fundiría en un abrazo de agradecimiento con ambos, por lo que hicieron, por lo que son y por lo que serán hasta el fin de los tiempos.

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