Entrevista a poeta Susana Lobato.
Foto: Lino Chipana Obregón / GEC
Entrevista a poeta Susana Lobato. Foto: Lino Chipana Obregón / GEC

Susann Lobato ha hilado un poemario que explora el placer y la soledad con un alto nivel de trabajo en el ritmo.

Este acercamiento al cuerpo se llama “Amazona”, un libro con el que acaba de ganar el VII Concurso Nacional de Poesía de Mujeres Scriptura, premio que tuvo como jurado a Ricardo González Vigil, Lady Rojas Benavente e Idaluz Solís Madrid.

¿Cómo fue tu trabajo con lenguaje en “Amazona”, sobre todo en cuanto al cuerpo?

Concebí el cuerpo no solo como un espacio privado, sino como un lugar de goce solitario y de reconciliación. En “Amazona” encuentras poemas sobre el orgasmo, la masturbación femenina o el deseo atrapado en un cuerpo que va envejeciendo. Para abordar estos temas, utilicé un conjunto de metáforas subordinadas a un ritmo. El ritmo es importante. Se suele pensar que escribir en verso libre es sencillo, pero el mismo Borges decía que es un error empezar a escribir de esta manera. Es difícil porque esa “libertad” está supeditada a una regularidad interior.

Sé que, con este libro, has investigado sobre el cuerpo en la literatura peruana...

El cuerpo se ha abordado como una parcela de la secreta intimidad, como un lugar de manifestación de los fantasmas eróticos, como termómetro del dolor y hasta como el espacio que tenemos para movernos en el mundo. Lo que más llamó mi atención fue la concepción de Rocío Silva Santisteban que vincula el cuerpo con la necesidad de nombrar lo inicial. Esa idea me parece fascinante porque convierte al cuerpo en una sustancia vinculada a una identidad.

Blanca Varela decía que la poesía no tiene sexo, que solo existe la buena. ¿Estás de acuerdo con esto?

Me parece que este atributo tiene que ver más con el estilo de la escritura; porque, como decía Barthes, este nace del cuerpo, del pasado del escritor y poco a poco se transforma en un lenguaje personal y secreto. Es cierto que existen rasgos particulares en la creación hecha por mujeres porque como, decía Mary Soto, “somos otra piel” y eso no solo se aplica para la escritura sino para cada momento de nuestras vidas. Cada persona tiene sus propias experiencias y esto genera la creación de poéticas distintas. Y sobre la buena poesía supongo que el tiempo es el que filtra lo mejor de cada época.

Eres lingüista de profesión. ¿Esa formación ha influido en tu relación con las palabras?

Estudié lingüística en UNMSM y siempre digo que fue una formación espartana porque me permitió conocer la lengua en todos sus niveles y seguir de alguna forma vinculada con las letras. Mi relación con las palabras siempre estuvo ahí pero mi profesión me permitió una visión analítica sobre ellas.

¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía?

Fue mi madre quien me enseñó a rimar mientras tejía. Crecí viendo a mi abuela y a mi madre usar el telar de cintura o tejido a callua. Cada hilo enfilado con simetría, la concentración, la paciencia y hasta el peso de su cuerpo para tensar los hilos. Las vi formar imágenes y letras en mantas o fajas. Aprendí que toda obra de arte nace del esfuerzo y de una minuciosidad sostenida. Me parecía fascinante y complicado. Digamos que no logré el nivel de las mujeres de mi familia en cuanto al tejido, así que me quedé con la poesía que es otra forma de tejer con palabras.

¿La escritura es una urgencia para ti?

Mi poesía es visceral. Está hecha de sensaciones y deseos subordinados a un ritmo. El poema te habita antes de que seas consciente de su existencia. Es como una madeja y solo empiezas a desovillarla cuando atrapas una expresión con un sonido particular. Ese desencadenante verbal es absolutamente necesario para empezar a escribir el poema. Luego, empieza lo más complicado porque debes atrapar con palabras algo que es ininteligible.

Eres docente de Compresión lectora desde hace diez años. ¿Se lee menos en colegios y academias?

He visto una necesidad urgente de leer en función de cantidad, pero se suele dejar de lado la profundidad y el análisis. Para apreciar la belleza de una obra hay que brindarle el tiempo necesario. Para recorrer los laberintos de esas lecturas complejas o hacer que el alumno pueda ver más allá de la punta del iceberg, no debería haber ningún apuro. No nos quedemos en el nivel de comprensión textual, busquemos explorar las inferencias e incluso aventurémonos a dar cabida al nivel de lectura crítica.

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