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Existen varios casos de personas que una vez de haber bebido poco o mucho alcohol, pasadas las horas comienzan a presentar actitudes violentas.

La explicación científica detalla que el alcohol interfiere en el buen funcionamiento de la corteza prefrontal que es donde se juega un rol importante en la planificación de nuestras acciones, en cómo establecemos prioridades, e inhibe nuestra conducta impulsiva.

Por eso la gente pierde su capacidad de juzgar correctamente las situaciones y se preocupa menos por las consecuencias de sus acciones.

Así, mucha gente con unas cuantas copas de más malinterpreta las intenciones de los otros y pierde fácilmente el control.

El efecto del alcohol en el ritmo cardíaco también puede ser interpretado como una señal de peligro y esto puede hacernos enfurecer aún más.

Bajos niveles de serotonina y elevados de dopamina también están asociados a la violencia vinculada con el alcohol, pero no todo el mundo se ve afectado de la misma manera.

La mayoría de las personas en riesgo son aquellos que tienen dificultades para controlar su ira y poca empatía.

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