Punto de inflexión: EI ataca blancos en París, llevando su lucha a Occidente
Punto de inflexión: EI ataca blancos en París, llevando su lucha a Occidente

NUEVA YORK — Justo en las afueras de Diyarbakir, en el sureste de Turquía, hay un campamento de refugiados donde más de 2,700 yazidíes languidecen en tiendas de campaña improvisadas más de un año después de ser expulsados del norte de Irak por fanáticos del Estado Islámico.

Estuve ahí recientemente, charlando con dos de ellos que me mostraron fotos en un teléfono móvil de un hombre que fue decapitado en su aldea. “Son asesinos”, dijo Anter Halef, un hombre orgulloso privado de toda esperanza. En un rincón estaba sentada su hija de 16 años de edad, llorando. Le pregunté por qué. “Simplemente huíamos de la guerra y…”, murmuró Feryal. Incontrolables sollozos interrumpieron el resto de su frase. Rara vez había yo visto una pena tan pura marcada en un rostro joven. La vida le había sido arrebatada incluso antes de que hubiera empezado a vivir.

Los yazidíes, una minoría religiosa vista por los yihadistas del Estado Islámico como adoradores del diablo, constituyen una pequeña fracción de los 2.2 millones de refugiados que han huido hacia Turquía de la guerra siria y de la violencia desbordada hacia Irak. El Museo en Recuerdo del Holocausto de Estados Unidos ha descrito al asesinato de yazidíes como un acto de genocidio.

En toda la extensa área de Siria e Irak que controla, el grupo Estado Islámico promulga su nihilista culto a la muerte extraído de una interpretación medievalista del Corán. Cortan gargantas en ejecuciones públicas, masacran en masa a comunidades “infieles” como los yazidiés y convierten a las mujeres y niñas en esclavas sexuales mientras crean un califato de estilo propio basado en ingresos petroleros, un fanatismo absolutista y su habilidad digital.

De vez en cuando, el grupo exporta el terror que financia con los ingresos petroleros desde su amplio dominio. El derribamiento de un avión de pasajeros ruso con 224 personas a bordo y la matanza al azar en París de 130 personas que disfrutaban de una salida nocturna de viernes, así como el peor ataque terrorista en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre, en San Bernardino, California, puso fin a la panacea complaciente de que el Estado Islámico era una amenaza local.

Nadie puede escapar del éxito del Estado Islámico. Su magnetismo es innegable. El grupo trafica con imágenes cinematográficas cuyo efecto es a la vez fascinante e inquietante. En un ambiente de creciente intranquilidad, políticos de la derecha como Le Pen en Francia o Donald Trump en Estados Unidos descubren que sus mensajes nacionalistas tienen resonancia. Ya es claro que la elección estadounidense de 2016 no será con todo como de costumbre. El temor y su otro rostro, la beligerancia, estarán al centro y al frente.

Cuán mal se ponga eso pudiera depender lo que Estado Islámico haga después. Ha surgido toda una escuela relativista que se inclina por minimizar a los militantes como un pequeño grupo de rufianes diestros en Internet, un "equipo J.V.", como los llamó alguna vez el Presidente Obama, cuya importancia solo amplificamos si los enfrentamos con los medios que ellos mismos usan contra Occidente; es decir, la guerra sin cuartel.

Para esta escuela de pensamiento, las represalias masivas son precisamente lo que quieren los yihadistas; impulsará el reclutamiento. Es mejor entonces ejercer la doctrina de restricción del presidente Barack Obama. Después de los asesinatos de París, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, declaró: “Le digo al pueblo estadounidense: no existe una amenaza existencial para Estados Unidos. Nada de lo que el EI pueda hacer derrocará al gobierno ni amenazará la forma en que vivimos”.

¿Nada? Trate de decir eso al pueblo de Bruselas, casi totalmente en el encierro durante varios días tras los atentados de París. O a la gente de San Bernardino, donde uno de los perpetradores del tiroteo masivo, Tashfeen Malik, había jurado lealtad a Estado Islámico.

El interrogante central de si el Estado Islámico es o no una amenaza existencial para las sociedades occidentales — y por extensión si puede permitirse o no su continuo control del territorio que usa para dirigir esa amenaza — es el tema central que se vislumbra el próximo año.

Actualmente, la capital del Estado Islámico en Raqqa, mucho más cerca de Europa que las montañas de Tora Bora en Afganistán, es tolerada como un refugio terrorista mientras que el santuario afgano de Al Qaeda fue clausurado por la fuerza militar después de los ataques contra Nueva York y Washington. Es como si la ideología yihadista en metástasis que ha producido al Estado Islámico como su manifestación más reciente y potente hubiera debilitado la voluntad de Occidente.

Al final del año, por primera vez, en algunas encuestas, la mayoría de los estadounidenses favoreció el uso de fuerzas terrestres en contra de Estado Islámico; política rechazada por el Presidente Obama, aunque él hizo un llamado en un discurso ante la nación tras los ataques en San Bernardino para que el Congreso dé autorización al uso de fuerza militar en contra de los terroristas.

El presidente François Hollande declaró tras los ataques en París que Francia ahora está en guerra con el Estado Islámico y que debe imprimirse mucha más urgencia al combate. Sin embargo, por el momento ha sido una voz solitaria. Hasta ahora, el gobierno de Obama prefiere creer que su estrategia de campaña aérea está funcionando y que, posterior a Irak, poner fuerzas militares en el terreno es una tontería.

Yo no veo cómo Estado Islámico puede ser visto como cualquier otra cosa que una amenaza existencial para sociedades occidentales. Propugna la destrucción de todas las libertades occidentales — desde las urnas hasta la cama — que surgieron de la Ilustración y el rechazo de la religión como la referencia para dar orden a la sociedad. Llevaría de vuelta a la humanidad a la Edad Media y tomaría como blanco de destrucción a todos los apóstatas.

La escuela relativista del tipo de 'espérenlos' tiene cuando menos que aclarar en qué reside su confianza de que los militantes no usarán el territorio que dominan y los ingresos petroleros de que disfrutan para desarrollar armas de destrucción masiva, incluso armas químicas, o para lanzar un devastador ataque cibernético en contra de Occidente. Necesita ofrecer una explicación de por qué cree que el tiempo está de nuestro lado

La libertad no es para todos. El camino hacia Raqqa es en muchas formas el camino que aleja de la carga de la libertad; que aparta de la opción personal y sus dilemas y conduce a la sumisión a una ideología islamita totalmente envolvente. Si el mundo libre y los potenciales aliados de la región desean combatir este magnetismo, deben embriagarse con la droga consumista de la libertad.

La maldad, si no se le enfrenta, se propaga. Permitir que el grupo Estado Islámico consolide su dominio sobre territorios y mentes en el próximo año es invitar a, o al menos aceptar, una inevitable repetición de la matanza de París en una ciudad europea o estadounidense. Y eso, a su vez, exacerbará la ansiedad y temores sobre los cuales suelen medrar políticos nacionalistas, a menudo islamofóbicos, en Europa y Estados Unidos.

Mientras estuve en el campamento de refugiados yazidí, Anter Halef me dijo: “Ya no tenemos vida en este mundo. Está vacía”. Estaba vencido, pero al menos, a diferencia de sus hijos, él había vivido su vida. “El EI no tiene religión”, continuó. “Ningún hombre cuerdo mataría a un niño. En una noche, ellos mataron a 1,800 personas”.

Desde que hablamos, combatientes kurdos y yazidíes ya retomaron la localidad de Sinjar, el área de donde proviene la familia Halef. Los kurdos están investigando una fosa común de la que se dijo contiene los restos de las mujeres mayores que Estado Islámico, que había controlado el área desde agosto de 2014, no quiso usar como esclavas sexuales.

Quizá los Halef podrán regresar algún día a Sinjar, el escenario de estas abominaciones. Mi impresión fue que, al menos para la adolescente Feryal Halef, no había camino de regreso.

No sé con precisión qué le había sucedido pero quedó destruida, al igual que lo estaba el periodista James Foley antes de ser decapitado en agosto de 2014. Nunca olvidaré los ojos de esa joven yazidí, convertidos en recipientes vacíos. Demandaban que la humanidad despertara. La Guerra de Irak fue un error, pero el mayor error de todos sería concluir, a partir de ella, que Estados Unidos y sus aliados no tienen más opción que consentir la maldad en lugares distantes de los cuales sabemos poco y preferiríamos no saber nada.

 (Roger Cohen es columnista de The New York Times. Su libro más reciente es “The Girl from Human Street: Ghosts of Memory in a Jewish Family”.)

TAGS RELACIONADOS