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El ridículo crecimiento de 0.02% en abril debería ser un golpe al mentón en el rostro inefable del Gobierno, pero no parece serlo. Es una pena y una decepción que no exista siquiera un mea culpa y que el triunvirato Vizcarra-Del Solar-Oliva insista con el sambenito de la reforma política, marginando las urgencias que las finanzas requieren. Las cifras de espanto que muestran una economía en trance de recesión son responsabilidad absoluta de este régimen. La gran mayoría de ministerios muestra bajos niveles de ejecución de gastos, proyectos importantes para la vital exportación de cobre como Tía María siguen empantanados y los inversionistas siguen recibiendo las señales de un país de opereta con el obstinado mensaje del cierre del Congreso. Beatriz Merino lo ha dicho con claridad y no hay peor sordo que el que no quiere oír: estamos hartos, hastiados, hasta la coronilla de ese afán refundador, de esa pugna insana de considerar esa reforma mediocre y festinada como si fuera la panacea de todos los males cuando el país se cae económicamente a pedazos. Por eso es grave que el ministro Oliva se deje secuestrar por el terco espíritu deformador palaciego y abandone su burbuja tecnocrática, esa que tanto se le reconoce al MEF, no solo para bajar la expectativa de crecimiento del 2019 de 4.2% a 3.7%, sino para justificar la elección de la ruta hacia el precipicio porque “estamos pagando el precio de la reforma política”. Si a ese lado se inclina, si opta por respaldar la estrategia suicida y las prioridades ineficientes, si apostó como el resto por la orilla infame del populismo, por lo menos ordenemos los roles, ministro: el Gobierno es el que decide y los que pagan son los más pobres del país.