El acto jurídico que selló el fin de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), fue la firma del Tratado de Versalles, el 28 de junio de 1919. Por este instrumento Alemania aceptó su derrota durante la primera conflagración bélica de alcance planetario que registra la historia de las Relaciones Internacionales. Suscrito en el histórico Salón de los Espejos del palacio de Versalles, recinto que fuera mandado edificar por el rey Luis XIV, famoso por su frase absolutista “El Estado soy yo”, el tratado dio paso a una sociedad internacional, principalmente europea, que tenía el reto de reconstruir la paz, pero no lo logró. En efecto, Alemania, que aceptó su derrota moral por la guerra de 1914, malherida luego faltó al pacta sunt servanda o cumplimiento de lo convenido, y llegado al poder Adolfo Hitler (1889-1945), fue deslegitimando progresivamente a la Sociedad de Naciones o Liga de las Naciones, surgida del propio tratado al final de la guerra -fue una propuesta del presidente estadounidense, Woodrow Wilson (1856-1924)- hasta provocar su desaparición con el advenimiento de la guerra de 1939. Luego de 1920, el tratado se convirtió en un referente de la paz mundial, pero esa condición -repito- duraría muy poco tiempo dado que Alemania, volvería a la carga contra los países aliados, que fueron sus vencedores. Si el Tratado de Versalles creó a la Sociedad de Naciones como la organización mundial más importante para hacer prevalecer la paz como concepto desiderativo, la Carta de San Francisco de 1945, dio a luz a la Organización de las Naciones Unidas, el mayor foro político del planeta, que volvió a la paz una obligación. Versalles, entonces, fue el mayor antecedente ecuménico por la paz de la ONU.